Cira Rodríguez César - Prensa Latina.- El Programa de Trabajadores Sociales, surgido en septiembre de 2000, convirtió a un importante grupo de jóvenes cubanos en microscopios de la sociedad para detectar desigualdades y problemas sociales.

Constituir una fuerza especializada capaz de apoyar a las familias más desposeídas que aún existen en Cuba, y ofrecerles la ayuda y herramientas necesarias para alcanzar la justicia plena, fue el objetivo de una idea hoy extendida con disímiles tareas dentro de la comunidad.


Los propios fundamentos del programa lo condujeron desde sus inicios a la labor asistencial que deben desarrollar estos jóvenes de apenas 21 años de edad como promedio, al convertirse en gestores sociales, actores y promotores de cambios en las personas.

Así los definió Norma Barrios, directora de la Escuela de Formación de Trabajadores Sociales de Ciudad de La Habana, centro rector de la preparación de esos muchachos.

Como en los restantes centros, ubicados en Villa Clara, Holguín y Santiago de Cuba, los trabajadores sociales se preparan en un curso de 10 meses con disciplinas de las Ciencias Sociales para estimular la participación de personas o grupos en el mejoramiento de sus condiciones y calidad de vida.

Posteriormente continúan sus estudios superiores con la modalidad combinada de educación a distancia y cursos por encuentros. Pueden optar por más de una veintena de carreras universitarias de perfil humanista.

Los médicos del alma, como los calificara el presidente cubano, Fidel Castro, salen de las aulas con capacidades y habilidades para el acercamiento al ser humano como objeto y sujeto de trabajo y para la creación de proyectos de transformación social.

Todo ello requiere de una alta sensibilidad humana, solidaridad, sentido de justicia social, pensamiento creativo y el dominio de los métodos con que han sido habilitados.

Para promover las estrategias de intervención y desarrollo social sostenible que demanda cada comunidad, aclaró Barrios, debe conocer el contexto económico, político y social del mundo cada vez más interrelacionado y globalizado, y su influencia en el medio en que va a actuar.

De ahí su significativa responsabilidad como fuerza política de vanguardia dentro la comunidad, por lo cual están llamados a orientar a la población en los servicios que requieran, actuar como mediadores en las relaciones interpersonales e interinstitucionales.

Pero lo más importante es su acompañamiento solidario y afectivo a las personas y familias en momentos de adversidad.

Así, desde el 2000 los trabajadores sociales sobresalen en toda la geografía cubana en prácticamente todo el quehacer del país: ayudan a un anciano, una madre soltera, un ex recluso, apoyan tareas económicas o participan activamente en la Revolución Energética.

En los más recónditos lugares investigan, gestionan y apoyan a cada cubano, según sus necesidades o problemas.

De esa manera tocan a la puerta de los hogares, preocupados por los niños o jóvenes con trastornos de conducta, aquejados de enfermedades crónicas o necesitados de ayuda alimentaria.

Basados en principios socialistas de solidaridad humana y en una orientación científica de la sociedad, los trabajadores sociales en Cuba superan los conceptos asistencialistas que definen esa labor en otras naciones.

Durante siete años se han formado más de 42 mil 800 de esos jóvenes como parte de la Batalla de Ideas que libra la isla caribeña en aras de la formación de valores éticos, morales, culturales y educacionales mediante más de 150 programas sociales.

Ese nuevo ejército participó en la realización de un estudio integral de la población infantil del país, en el cual se determinó la cifra de pequeños que sufrían problemas nutricionales, y otros tipos de trastornos, incluyendo familiares y sociales.

Con su labor impulsan decisivos proyectos y ocupan importantes espacios de la realidad nacional y áreas influyentes para el desarrollo de los jóvenes.

La misión de los trabajadores sociales es ser amigo de las personas y de las familias, no trabajar con estadísticas frías, sino con el nombre, la dirección y la situación de cada ser humano necesitado de apoyo o ayuda.

Ya no es inusual la presencia de trabajadores sociales en las prisiones de jóvenes y mujeres, en las viviendas de adultos mayores solos y en el seguimiento a cualquier persona afectada por una discapacidad.

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