Rodolfo Livingston - Juventud Rebelde.- Piso nuevamente las calles empedradas de La Habana, viejas y húmedas hoy bajo la lluvia suave, y ayer brillando bajo un cielo de todos los colores. Por la calle Obispo paso frente a los bares llenos de cubanos bulliciosos, como siempre... En las esquinas los grupos que intercambian chanzas. En los portales, mujeres piropeadas por compañeros de trabajo, bandadas de turistas caminando lentamente, frente a las fachadas coloniales, celestes y amarillas. Una guía de turismo cubana, negra, explica en perfecto alemán la historia de cada tramo del paseo.

Descanso en el hall del hotel Ambos Mundos y abro el Granma, distraídamente, esperando encontrar las últimas reflexiones de Fidel... pero ¡Oh sorpresa!, esta vez se trata de un discurso de... Bush, trascripto en una página completa del diario. Con asombro leo: «En estos momentos mis palabras —dice Bush— son transmitidas a Cuba en vivo por los medios de comunicación del mundo libre —incluidos Radio y TV Martí—. A aquellos cubanos que me escuchan, quizá exponiéndose a grandes riesgos (¡¡!!), quisiera dirigirme a ustedes directamente».

Más adelante Bush asegura que están prohibidas en Cuba las reuniones de más de tres personas. ¡Increíble! Paseando por Cuba, uno no hace más que encontrarse gente en grupos, abuelos haciendo ejercicio en las plazas, el famoso camello repleto, las heladerías, en fin, más bien parece que estuvieran prohibidas las reuniones de menos de tres personas...

Pero Bush sigue delirando en su discurso: «En Cuba es ilegal cambiar de trabajo, cambiar de casa, viajar al extranjero y leer libros o revistas sin la aprobación expresa del Estado». El delirio continúa con otras afirmaciones por el estilo antes de concluir con amenazas que ya no sorprenden tanto, conociendo las atrocidades cometidas en Iraq, y en muchas otras partes, incluyendo a Cuba.

Subo al quinto piso del hotel, la habitación de Hemingway, un norteamericano de otro calibre humano que el actual presidente de Estados Unidos. Desde la ventana de su cuarto veo el cielo y la calle Obispo que antes recorrí con placer. Al salir del hotel, su nombre, Ambos Mundos, me trae a la mente el mundo de Bush y este mundo cubano, lleno de afecto, de humor y de paz.

Siempre es bueno recordar en cuál de estos mundos es preferible vivir.

Cuba
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