Este domingo se cumplían 20 años del regreso de Elián González Brotons a La Habana, luego de una intensa lucha política y judicial que duró más de siete meses. Foto: Hugo García.


Juventud Rebelde

CÁRDENAS, Matanzas.— La vida de Elián González Brotons pudo tener varias historias. Pudo morir en el mar o permanecer en Estados Unidos, luego de un terrible naufragio en el que falleció su mamá, Elizabeth Brotons Rodríguez, el 25 de noviembre de 1999.

Tras ser rescatado y llevado a Miami, Elián vivió un infortunio al quedar secuestrado por algunos familiares que no tenían derecho legal sobre su persona. Desde entonces y hasta el 28 de junio de 2000 se desencadenó una enconada pugna judicial, mediática y política, porque un grupo extremista de Miami quería retenerlo allí, mientras su padre reclamaba su retorno al hogar, y el pueblo cubano se lanzaba a la calle en marchas y tribunas abiertas de la Revolución para apoyar ese reclamo.

Este domingo se cumplen 20 años de la llegada de Elián a La Habana. Apenas tenía seis años de edad. Ahora tiene 26 y es un joven fuerte, de estatura mediana, buen conversador, noble y trabajador. En recordación a la fecha accedió a conversar con este diario sobre su familia y aquellos acontecimientos que impactaron al mundo.

—Tus padres crearon tu nombre a partir de los suyos...

—Desde que tengo uso de razón, es lo que he oído. Mis padres intentaron varias veces tener un hijo, perdieron varios embarazos, así que fui un hijo muy deseado. Siempre he escuchado que buscaron un nombre que se formara de la unión de los suyos: las tres primeras letras del de mi mamá Elizabeth y las dos últimas de mi padre, Juan.

«Suele haber un error al emplear mi nombre, incluso en mi familia, pero ni en el carné de identidad ni en ningún documento legal aparece la tilde, y como me siento orgulloso de llevar un poco de los dos, no lo cambiaría ni le rectificaría la tilde.

«Físicamente me parezco a mi mamá. Muchas fotos de ella se perdieron, conservo las que guardaba mi padre y algunas que me ha dado mi tía por parte de madre. Cuando las veo, reconozco que nuestro parecido es inmenso; aunque también me parezco a mi papá cuando él era joven. Coincide en que los dos eran trigueños, bajitos; parecían hermanos».

—¿Qué recuerdas con más cariño de tu niñez?

—A veces uno idealiza los recuerdos, los guarda en una urnita que embellece. Pudiera ser que mi fantasía de niño los haya exagerado, pero son muy bellos para mí. Mis padres fueron excepcionales y me dieron todo el amor posible. En los cumpleaños, recuerdo a una familia unida y feliz. Como ser humano uno trata de quedarse con lo mejor. Mi mente borró lo que pudo ser malo.

—La Ley de Ajuste Cubano te robó algo muy preciado: tu mamá...

—No soy el único que ha sufrido esa Ley. La emigración hacia Estados Unidos existe desde mucho antes de las leyes arbitrarias que conocemos, pero como resultado de esas políticas es más forzada, irregular y peligrosa.

«Muchas familias cubanas tienen alguna víctima de naufragio, la muerte de un ser querido, gente que nunca ha aparecido… Si de verdad Estados Unidos quisiera tener una política de ayuda, ¿por qué no deja de incitar esa emigración ilegal que provoca muertes y todo tipo de fatalidad? Viven bajo la falsa promesa de que quieren ayudar al pueblo cubano, pero lo que hacen es crear caos».

—En el reportaje Náufrago en tierra firme, de Gabriel García Márquez, publicado el 19 de marzo de 2000, el Premio Nobel de Literatura escribió: «Lo que es difícil de entender, aunque merece ser cierto, es que ella tuvo la serenidad y el tiempo para darle al hijo una botella de agua dulce». ¿Le has reprochado aquella aventura mortal?

—El reproche más grande sería que de no haber surgido todo eso la tendría a mi lado. Esa es la añoranza que me queda: no haber compartido estos 20 años con ella. Algunas personas me recriminan porque dicen que he sido infiel a las ideas de mi madre y a su memoria por estar al lado de mi padre, pero no es así. Sé que lo hubiera deseado porque conocía a mi padre, sabía el amor que me tiene, y estaría orgullosa de que estemos juntos.

«No le reprocho, aunque pienso que de no haber tomado esa decisión estaría viva junto a mí. Le agradezco, como escribió García Márquez, y así fue, que en todo aquel tormento, sin saber nadar apenas, apostó por salvar mi vida: me supo sujetar a la balsa, cubrirme con una manta y dejarme esa botella de agua. Fue un gesto de madre heroica, como creo que harían muchas. Así lo hizo la mía y es por ese motivo que nunca traicionaré su memoria ni voy a dejarla hundirse en el mar.

—¿Cómo la recuerdas?

—Cada 10 de septiembre, en su cumpleaños, tengo como costumbre ir al mar y llevarle flores. Cuando por alguna causa no puedo, mi abuela lo hace por mí, como cuando era pequeño y no tenía ese detalle. Después de adulto empecé a ir no solo por su cumpleaños. Cuando necesito reflexionar, poner mi mente en calma con algo que me inquieta, voy a la orilla del mar en Playa Larga o al espigón y trato de recordarla, de tener un momento con ella para seguir adelante. A veces llevo la flor del momento estacional, pero trato de que sea una flor morada, porque mi abuela me decía que era la que le gustaba.

—¿En estos años se han comunicado contigo desde Miami o alguien te ha incitado a que emigres?

—Nunca nadie se me ha acercado. Es posible que muchos hayan tenido la idea, pero no han llegado a mí, aunque tampoco tendrían el beneficio que esperan. Me acompaña la convicción de que un pueblo entero luchó para que estuviera con mi padre, de que el Comandante estuvo a su lado en el momento en que mi familia lo necesitó, y son cosas que jamás traicionaría.

—Cuándo hablaste por teléfono con tu maestra, le pediste que te cuidara el pupitre. Aun siendo tan pequeño, ¿piensas que esa fue una clara señal de que regresarías?

—No recuerdo con exactitud el mensaje detrás de esas palabras, pero sí hubo muchos indicios de mi deseo de regresar, al igual que haberle gritado al avión, lo que demuestra que una parte de mí deseaba estar en Cuba, sin apenas tener noción de la batalla que ocurría por mi regreso.

«Trataban de mantener mi mente ocupada, como un juego, pero siempre estuvo el deseo de volver a lo cotidiano, a mi aula, a mi barrio… En el momento en que el avión aterriza en Cuba, por la ventanilla vi los pioneros formados y antes de bajarme le dije a mi papá que no quería estar allí, que quería ir para Cuba. Para mí Cuba era mi barrio, mi casa, donde había nacido. Cuba era Cárdenas.

«Estuve un tiempo en La Habana, pero no me sentí feliz hasta el momento en que me llevaron para la casa de mis abuelos y pude ver mi closet, mi cama. Ese fue el momento más feliz».

—¿Consideras tu paso por la escuela primaria Marcelo Salado como esencial en tu vida?

—Al recordar la escuela me vienen a la mente las palabras del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, cuando dijo que iba a ser tarea de los profesionales de la educación convertirme en un niño modelo y ejemplo, que había que darlo todo para que no hubiese sido en vano la batalla.

«Si actúo de la forma en que lo hago y mi conciencia está en el lugar que está, es por la preparación que recibí, por los valores que me enseñaron en esa escuela donde estuve seis años, donde eché mis raíces más profundas, las amistades más antiguas y duraderas, donde estuvieron las maestras que más me acompañaron.

«Cuando visito la escuela me vienen a la mente los encuentros con el Comandante, mis cumpleaños, mi graduación de 6to. grado y el honor que representó que dijera que era mi amigo. Recuerdo cada una de las trastadas que hice como niño, el momento de un noviazgo, los juegos. Cuando llego al aula de 1er. grado, veo nítidamente a mis amigos más íntimos, a Hansel cuando dijo que ese pupitre era intocable».

—El 17 de octubre de 2000 la prensa mundial se hizo eco del premio de un millón de dólares que se te otorgó por tu «participación en la lucha por la libertad». Por las leyes norteamericanas, fuiste un niño millonario solo por poco tiempo. ¿Alguien te ha increpado por no vivir en Estados Unidos con todo ese dinero?

—Siempre hay personas en las redes sociales que reprochan que viva en Cuba; no creen que la decisión fue la correcta. Ese reproche nunca ha existido de mi parte. En Estados Unidos me esperaba un millón de dólares y en Cuba me recibieron 11 millones de cubanos con todo el cariño que un pueblo le puede dar a un hijo. Más que todos esos millones vale el hecho de estar en Cuba junto a mi familia cercana, que de verdad me quiere y espera lo mejor para mí.

—Algunas personas se preguntan qué habría pasado si tu papá hubiese decidido quedarse en Estados Unidos.

—Lo más triste hubiese sido la vergüenza por haber traicionado su palabra. Cuba estaba apostando por una lucha, por un hombre, uniéndose a una figura. Si los traicionaba hubiera sido un bochorno total, una derrota para todo lo que representa la Revolución. Y hubieran vencido entonces el dinero, la mafia y la politiquería de Miami.

—¿Cómo valoras la estrategia de Fidel para tu regreso?

—No creo que exista un estratega más extraordinario que nuestro Comandante, quien apostó y se lo jugó todo sensatamente. No hay un momento de frustración ni de fractura en su plan, que fue perfecto, incluso en la manera en que lo desarrolló. Libró una batalla de pueblo, de ideas, y la llevó a cabo con niños. Fue una estrategia colosal darles participación a los pioneros. Ese inicio de la Batalla de Ideas, como la desarrolló el Comandante, nunca pudo estar mejor pensada.

 

—¿Qué impresión te causó la primera vez que lo viste?

—Yo venía de un lugar en el que me habían contado los horrores más grandes acerca de su figura. Mi papá nunca trató de influenciar en mi criterio, pero sí me habló de que tenía un amigo que se llamaba Fidel, quien había hecho posible que estuviera en Cuba.

«Para mí era un dilema muy grande cómo sería ese Fidel, y tenía miedo incluso de conocerlo. Cuando llegó a la casa donde nos encontrábamos, lo primero fue la sorpresa y hasta el temor, porque a primera vista impresionaba por su altura, su porte intachable, su ropa verde, su barba.

«Saludó a todos y me dejó para último. Usó una forma graciosa al regalarme un libro de La Edad de Oro y una caja de bombones. Me dijo: “Ten cuidado no te comas el libro y leas la caja de bombones”. Eso rompió el ambiente tenso y comenzó una complicidad entre los dos. Me di cuenta de que también tenía un amigo.

«En ese primer encuentro comprendí que no era ese ogro que me habían pintado. Después se sucedieron muchos encuentros. Cuando algo me salía bien en las clases se lo quería contar a mi papá y también al Comandante, para que estuviera orgulloso.

«Nunca me pidió nada. Más bien me dio posibilidades, puso su empeño en que tuviera buenos profesores, que conociera la historia de Cuba, cada provincia, a nuestro pueblo. Me dio la oportunidad de crecerme, pero no pidió nada a cambio. Me puso las herramientas, pero no me dijo qué tenía que construir, eso lo dejó a mi decisión y es lo que poco a poco hago: trato de ser una mejor persona».

—El 4 de diciembre de 2016 estuviste en el sepelio de Fidel, en el cementerio de Santa Ifigenia. ¿Cómo fue saber sobre su desaparición física?

—Su muerte nos tomó por sorpresa. A pesar de haberlo tocado y saber que era una persona de carne y hueso, todos creíamos que Fidel era invencible; nunca esperamos su muerte o deseábamos que se aplazara lo más posible para no presenciarla. En un inicio me invadió la duda, puse el televisor y en esa madrugada no hice otra cosa que dudar si era verdad o un sueño.

«Estar en su sepelio fue un honor, porque me dio la oportunidad de acompañarlo hasta el último momento. Estar allí fue doloroso, difícil, pero siento orgullo, porque no lo dejé hasta el último instante, y tener esa posibilidad la agradezco infinitamente. Allí volveré cuando mi niña nazca, para colocarle flores ante esa enorme piedra».

—Pero no solo te relacionaste con Fidel, también con Raúl…

—Siempre coincido con mi papá en que Raúl es una de las personas más admirables que hemos conocido. Cuba tiene la dicha de tener grandes figuras, pero el hecho de haber tenido dos hermanos tan grandes al mismo tiempo, es un orgullo. Fidel tenía a Raúl a su lado, un hermano con la capacidad de no defraudarlo; pues si él estaba en La Habana prometiendo, Raúl estaba en Santiago cumpliendo, y si él estaba atendiendo a un visitante, Raúl estaba en otro lugar haciendo realidad sus sueños.

—El 15 de junio de 2008 ingresaste en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). ¿Qué significó esa decisión en tu vida?

—Sentí mucha emoción al ser seleccionado militante de la UJC. Mi papá sentía gran orgullo y ese era mi mayor regalo, mi tarea fundamental. Hacía realidad el sueño de mi papá y del Comandante, que me vieron como parte de la juventud de avanzada. Muchos de los recuerdos de mayor felicidad para mi padre están ligados a la UJC.

—¿Te consideras un joven estudioso?

—No me considero un joven disciplinado en los estudios, soy un poco regado. Al final termino siendo aplicado. Soy curioso y me gusta estudiar, por eso elegí la Ingeniería Industrial.

—Tu investigación de la tesis de diploma, qué resultados tuvo. ¿Se generalizó o se engavetó?

—Versó sobre una empresa de software dirigida a la informatización de la sociedad. Tengo la dicha de que no quedó engavetada. Creé el marco conceptual de una empresa, hicimos la investigación y dio resultado. Esa unidad básica se potencializó y terminó siendo una empresa.

—El pueblo mantiene ese afecto por Elián…

—Sigue siendo el mismo, pero por suerte para mí en muchos lugares no me reconocen, a pesar de que no he cambiado mucho. La inmensa mayoría de las personas se quedaron con la imagen de aquel niño y no asocian que ya soy un hombre. Es bueno para mí porque me da la posibilidad de caminar, de frecuentar cualquier lugar y no ser reconocido, pero enseguida que me identifican me dan mucho afecto.

«De Cárdenas me atrae la casa de mis abuelos, donde crecí con mi padre. Es el lugar adonde semanalmente voy, donde me siento tranquilo, donde despejo, donde están mis mayores recuerdos, donde me siento sereno, libre… El otro es el parque Josone, de Varadero».

—Pronto vas a ser padre…

—Un hijo no es algo que buscara desde hace tiempo, pero sí lo deseaba. Hace un año que tratamos de hacer realidad ese sueño, porque siempre he tenido esa ilusión. Cuando lo supe sentí alegría, toda la familia se puso contenta y más cuando se enteraron de que era niña. Mi papá siempre quiso una hija y esto le ha dado mucha felicidad.

«Ya he podido atisbar el sacrificio sin aún tenerla en los brazos: pensando en el embarazo y para que nazca bien. Es algo que ha invadido mi mente y comprendo la tenacidad de mi padre conmigo, por qué tanto esfuerzo; veo el amor que sentían por mí, el trabajo que representa atender a un niño.

—¿Has valorado algún nombre?

—El nombre lo decidimos mi esposa, Ilianet Escaño Valdés, y yo incluso antes de que se concibiera el embarazo. La niña se llamará Eliz, las cuatro primeras letras de Elizabeth. Lo hicimos pensando en mi madre, pero no queríamos repetir el nombre completo, sí recordarla y que tuviese que ver con nuestras vidas.

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