Cubadebate.- La doctora Aleida Guevara, hija del Che, conversó con Cubadebate sobre la carta de despedida de su padre, a propósito de que el próximo 3 de octubre se cumplen 55 años de que Fidel leyera la misiva. Lea la entrevista completa este sábado en nuestro sitio web.


Aleida Guevara: "El Che vuelve otra vez, con la adarga al brazo"

Andy Jorge Blanco - Cubadebate

Cuando tenía cuatro años vio, en la penumbra de la habitación de mamá, a papá acariciando la cabeza de Ernesto, como si con ello le diera el adiós al más pequeño de los hijos. A un mes de cumplir los cinco, escuchó a Fidel Castro en la televisión y allí, mientras él leía una carta de despedida, descubrió a su madre en llantos. Con seis años, Aleida Guevara supo que “papi”, como le dice al Che, había muerto. Octubre es, definitivamente, un mes triste.

Lleva sus mismos ojos y a veces la sonrisa la delata más que los apellidos, aunque Guevara sea Guevara y venga del mismísimo cono sur, de la raíz de un continente.

A los sesenta años de edad, Aleida –médico, pediatra e hija del Che– cuenta que heredó del comandante guerrillero el amor por la fotografía y aclara, levantando el índice, que su hermano Camilo es mejor fotógrafo que ella. Como le llamaba su padre, Aliucha siente orgullo de su insularidad, de un país que Ernesto Guevara amó como el suyo, donde hizo una Revolución y una familia. De aquí tendría que partir el comandante, dejando a sus seres queridos, porque “otras tierras del mundo reclamaban el concurso de sus modestos esfuerzos”.

–Este 3 de octubre se cumplen 55 años de la carta de despedida del Che. ¿Qué sintió la primera vez que la leyó, sobre todo cuando él dice “Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea”?

La primera vez que la oí era muy pequeña y me impactó porque vi a mi mamá también en la televisión con mi tío Fidel que estaba leyendo esa carta. Yo no entendía bien de qué iba la cosa, pero mi mamá lloraba. Ella siempre nos educó en la idea de que podíamos ser hijos de un hombre muy especial, pero no por ello debíamos recibir nada especial. La Revolución nos daría lo necesario para desarrollarnos como seres humanos y punto. A mí me han preguntado en Argentina y varios lugares “qué me dejó mi papá” y me dan ataques de risa porque él no tenía nada material que dejar, solo su ejemplo.

–En un momento en la carta de despedida a Fidel, el Che afirma: “Me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios”. ¿Cuán parecidos y, a la vez, diferentes, eran Ernesto Guevara y el Comandante en Jefe?

Desde el punto de vista humano se parecen mucho. El Che aprende a respetar a Fidel como un verdadero jefe militar, sobre todo, en el período de la cárcel en México. A todos les dan la libertad menos a mi papá y otro compañero porque los tildan de comunistas y prosoviéticos. Fidel me hace esa anécdota años más tarde: “Fui a discutir con tu papá a la cárcel porque yo les había advertido que no dijeran su condición política, pero allí me di cuenta que el Che no sabía mentir, ni aunque le fuera la vida en eso”. El Comandante podía haberse ido en el yate Granma sin él, y no lo hizo. Logró que le dieran la libertad a papi y salieron juntos hacia Cuba.

–La carta está escrita como si el Che supiera que era probable no volver nunca más…

Todos los guerrilleros tienen que preparar ese terreno y crear conciencia de que puede pasar. Las balas no tienen nombre. Él lo dice en la carta: que la verdad los golpeó a todos porque en una Revolución verdadera, o se triunfa o se muere. No hay de otra. Su sueño fue una América libre, independiente, unida, como una sola nación.

–Cuando el Che sale de Cuba, usted apenas tenía 4 años y medio. ¿Qué imagen junto a su padre recuerda, tiene intacta en la memoria?

Dos imágenes. Una es en el cuarto de mi mamá. Ella tiene a mi hermano Ernesto, recién nacido, apoyado en su hombro y mi papá está detrás, vestido de militar, con una mano muy grande tocando la cabecita del bebé. Lo está haciendo con tanta ternura que ese momento quedó grabado para siempre en mí. En aquel instante él tuvo que haber pensado muchas cosas: “¿este pequeño niño me reconocerá algún día?, ¿entenderá por qué yo no estaré a su lado cuando crezca?...” En esos pensamientos quizás radica la grandeza de mi papá. No todos los seres humanos tenemos esa fuerza y hay que respetarlo siempre.

“Y la otra imagen es cuando él se transforma en Ramón y nos recibe. Mi mamá nos lleva a ver a un amigo de mi papá, al ‘viejo Ramón’, en una casa de seguridad en Pinar del Río. Cuando vamos a cenar él se sirve el vino tinto solo, pero papi normalmente lo tomaba con agua. Ahí salté como un resorte y le dije: ‘tú no eres amigo de mi papá’ y le expliqué que papi tomaba el vino tinto con agua. Fui a la punta de la mesa donde él estaba sentado y le eché el agua a su copa porque ‘así es como era rico’. Dice mami que el hombre estaba emocionado con eso.

“Después seguimos jugando los cuatro hermanos y yo me resbalé, y me di un golpe en la cabeza con una mesa de mármol. Entonces ‘el viejo Ramón’ me tomó en sus brazos, me palpó inmediatamente, y yo sentí algo que no era lo normal para mí: ¿un hombre extraño, que me protegiera así? Luego hablé con mi mamá porque tenía que decirle un secretico y a plena voz le dije: ‘mamá, yo pienso que este hombre está enamorado de mí’.

“Mucho tiempo después mi mamá me dijo que aquel hombre era mi papá, pero se tenía que mantener en secreto todavía. Crecí con la sensación de que mi papá me amaba, no eran solo papeles, cartas, eran gestos, sentimientos, porque un niño no miente. Cuando un niño siente esas cosas es de verdad”.

–Usted cuenta en el documental Ausencia presente que el Che la besaba muy fuerte…

Papi me apretaba mientras me daba besos y eso hacía que yo despertara. Le cogí un poco de miedo a la oscuridad porque yo miraba a un tipo que casi no veía, en la noche y dándome esos apretones… En uno de sus viajes mami le dice que en un libro hay un cuento de un leoncito que acompaña a un niño con miedo hasta que el pequeño toma fuerzas y el león se va porque el niño pierde el temor. Ella le explica que yo he recibido muy bien esa lectura. Así que uno de los pocos gastos de mi papá es comprarme un león de peluche.

–Era un hombre austero…

¿Mi papá? Tremendamente. Y con mucha razón. Él salía en nombre de un pueblo que no tenía, como decimos nosotros, ni dónde amarrar la chiva. ¿Cómo iba a gastar dinero en nosotros? No era lógico eso, pero además, tampoco tenía tiempo. Viajaba con los minutos contados y participaba en una actividad tras otra. Ir a una tienda a comprarnos algo resultaba imposible. Sin embargo, papi me compra el leoncito y fue extraordinario para mí porque me acompañaba siempre mi peluche y le fui perdiendo el miedo a la oscuridad. Y ya en sus últimos viajes me trae una muñeca.

–En la carta de despedida a sus hijos, el Che les dice: “Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. ¿La ha llevado Aleida Guevara consigo?

La mayoría de los cubanos la hemos llevado con uno. A estas alturas me duele un poco que nuestros médicos no hablen de él porque las generaciones de galenos cubanos nos hemos educado con el ejemplo del Che. Es el primer médico revolucionario. Cuando yo estaba estudiando el último año de Medicina, Fidel nos reúne y plantea que Nicaragua necesitaba médicos, recién había triunfado la Revolución Sandinista, y nos pregunta cuántos queríamos hacer el internado internacionalista. Para allá fuimos un montón de muchachos entre 22 o 23 añitos.

“Después comienza la amenaza contra ese país y Fidel decide sacar de allí a todas las mujeres. Eso lo discutimos en un momento porque yo sentía que le estaba fallando a mis compañeros. Todos estábamos juntos. ¿Por qué nos vamos a salir? No me parecía justo. Recuerdo que le dije: ‘Tío, no me hagas daño. Yo me considero tu hija, y cuando los generales mandan a sus tropas los primeros deben ser los hijos de ellos’. Entonces, en las pocas cosas que Fidel me escribió me dijo: ‘Yo nunca te podré hacer daño. No pienses eso. Solamente es para protegerlas’. Después me voy a Moa, en Holguín”.

–De Managua a Moa…

Tremendo cambio. En aquel momento Moa era una de las ciudades más ricas de Cuba desde el punto de vista industrial, pero más pobres en cuanto a estructura social. Aquello parecía un oeste estadounidense. Tuve varios enfrentamientos en Moa porque, por desgracia, nosotros como seres humanos tendemos a acomodarnos, a veces en un puesto determinado, a solamente recibir los beneficios, pero no dar los sacrificios que conlleva un puesto público en este país. Y esas cosas las viví allí, y me costaron mis lágrimas. Pero es mi país, y no me quedo callada ante nada.

“Luego de un año regreso a La Habana y llega el pedido de misiones nuevamente. Fui al Ministerio de Salud Pública, me presenté como médico del hospital ‘Pedro Borrás’ y me dicen que era Angola a donde debía ir. Ahí dije: ‘Ño, acabo de salir de Nicaragua en guerra y me toca Angola, ¡en guerrra!’. Pero acepté. Recuerdo que me iba un 6 de octubre, oye esto: ¡6 de octubre! Cuando llegué a la casa a mi mamá casi le dan convulsiones ese día. Se encerró a llorar. Pero ella me había enseñado a ser socialmente útil.

Angola: “Los dos años más duros de mi vida” 

“Estuve trabajando con niños tuberculosos. Me acuerdo de Celson. Nunca lo voy a olvidar. Él me esperaba en la puerta de la sala de tuberculosis y yo me lo amarraba con el paño a la espalda y le daba una vuelta por el perímetro del hospital. Celson era feliz con eso. Recuerdo que el director del centro, un pichón de portugués, me dijo insultado que yo me estaba burlando. Le contesté: ‘Usted está equivocado. Mírele la cara a ese niño. ¿No lo ve feliz? Para mí eso es lo más importante y lo que necesito para enfrentar un día en este hospital: la sonrisa de Celson. No me lo puede quitar’.

“Recuerdo a otro niño que dormía en un portal desnudo debajo de unos periódicos con los cuales se tapaba. Ese día me tocaba la guardia en el edificio, y el jefe nuestro pateó un bulto de papeles y de allí salió el niño. Se levantó, dobló los periódicos y se los puso debajo del brazo. Mira, muchacho, todavía yo no puedo hablar de eso. Fue un dolor tan grande, que subí y me quité el pulóver verde olivo que tenía puesto y estaba caliente. Bajé, lo llamé y se lo puse. Aquel pequeñito me miró y me dijo ‘papá’.

“Traté de ayudarlo, lo llevaba a los refugios, pero él se escapaba nuevamente. Hasta que ya no volvió más. Por eso pienso que no es posible que algunas personas no sientan el privilegio enorme que tenemos de ser cubanos y mantener una sociedad donde la vida del ser humano tiene más importancia que cualquier dinero del mundo. Eso es lo más hermoso que nos han dejado los hombres como el Che”.

–¿Qué le encantaría al Che de la Cuba de hoy? ¿Qué le enfadaría?

Estaría muy orgulloso de los médicos cubanos. A pesar de todos los problemas económicos que hemos tenido, no hemos perdido la cualidad más hermosa de un revolucionario como él decía en la carta: “sentir la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. Los galenos nuestros lo hacen todos los días con la brigada Henry Reeve, por ejemplo, o con la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM).

“Por otro lado, el Che siempre fue un hombre muy crítico, por tanto, nos haría muchísimos señalamientos de la Cuba actual, sobre todo respecto a los cuentapropistas. Él nunca lo entendería. De ninguna manera. Eso, a la larga, es un pequeño cáncer dentro de nuestra sociedad, porque la gente empieza a pensar solamente en su bolsillo. Pero a veces hay que tomar decisiones que, si bien no siempre son las correctas, son las que tenemos a nuestro alcance. Y hay que aprender a caminar con ellas”.

–Y a usted, ¿no le molesta que en ocasiones se utilicen las ideas del Che con oportunismo? 

Que las pongan como slogan y no las sientan, y no las vivan, claro que me molesta. Lo bueno es que por lo menos las digan.

–Pero las dicen a veces sin conciencia…

Pero la escucha el que la tiene. Quizás quien la utiliza lo hizo para terminar un discurso bonito, pero el que sí tiene conciencia la oye y sabe que no se está practicando como debe ser. Oportunistas podemos tener en todas partes y hay que rescatar muchos valores que se han perdido en los períodos especiales vividos.

–¿En qué momentos usted se ha dicho “si mi padre estuviera aquí”?

¡Un montón de veces! Cuando yo traje al mundo a mi hija mayor y estaba abriendo los ojos tras la anestesia por la cesárea, vi a dos hombres al lado mío: eran Ramiro Valdés y Oscar Fernández Mel. “¿Ustedes qué hacen aquí?”, les digo, y me responden: “Como no está tu papá, estamos nosotros”. ¡Único! Y claro que lo extraño. Me gustaría haber visto a papi con sus nietos en las rodillas, hablando con ellos y enseñándoles mucho más de lo que pueda enseñarle yo a mis hijas. Esas cosas te pasan como un flash en la cabeza.

–En uno de sus discursos, el Che expresa que la meta de las nuevas generaciones es que lo olviden a él y al Comandante en Jefe. Pero quizás en eso se equivocó. ¿Qué cree usted?

Eso fue en uno de los últimos discursos que él hizo a los jóvenes del Ministerio de Industrias, en el cual les dice que la meta de ellos algún día es olvidarlo a Fidel, a él... Al principio cuando yo lo leí dije “¿pero está loco mi papá?”. Pero él lo decía en el sentido de que, cuando nosotros superáramos todo lo que ellos nos predicaron con su ejemplo, entonces no sería necesario tenerlos tan presente. Y eso es lo que nos está diciendo: la meta es superarlos y ser mejores seres humanos que ellos. Pero todavía no hemos sido capaces.

–¿Cuál ha sido la mayor afrenta que usted ha vivido de la gente hacia el Che?

Cuando ves gente que no son capaces de movilizarse por un niño que está muriendo, por ejemplo. Mi papá dijo que la vida de un solo niño valía más que todo el oro de la tierra. Y es lo que yo siento también como médico y ser humano. Ver alguien que no muestre indignación por ver morir a un pequeño me golpea mucho.

–¿Y la mayor gratitud?

Yo trabajo con el Movimiento Sin Tierra, en Brasil. Y ellos practican al Che todos los días. Cuando tú ves a hombres y mujeres, en ocasiones con un nivel cultural que no es alto, pero capaces de sentir a ese hombre y de llevarlo a la práctica, entonces tú dices “se está multiplicando”. El Che vuelve otra vez, con la adarga al brazo. Qué decirte de los médicos cubanos que fueron a combatir el ébola sin saber bien lo que iban a enfrentar, arriesgando sus vidas… Ahí está el Che. Como hija lo agradezco mucho. Es ver a tu papá otra vez. En el combate. 

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