Granma.- Cuando la tienes delante sabes que los imposibles son utopías o mentiras. Ella inspira y compromete, tiene fe en la victoria, no porque algo divino o sobrenatural la vista de cualidades para no flaquear. A ella, Idalys Ortiz, la protegen los dioses de la gratitud, pues jamás ha fallado a su compromiso, desde su responsabilidad de capitana del equipo de judo de Cuba. En Tokio, sus deidades y ella hicieron que la Mayor de las Antillas volviera a subir al podio.


Se dice fácil, pero la artemiseña se lleva a sus vitrinas la cuarta medalla olímpica consecutiva, y la tercera que sale de una final. Quienes la resguardan le hacen pensar en los imprescindibles. «Es un honor para mí poder seguir lo que inició Héctor Rodríguez, hace hoy 45 años, en los Juegos de Montreal, cuando ganó la medalla de oro. Desde entonces, en los tatamis siempre Cuba ha tenido una presea en estas lides».

—Hace cinco años nos vimos en una escena similar, el último día del judo en Río de Janeiro no había medallas para este deporte. Hoy vuelves a salvar esa continuidad en los podios.

—Me ha tocado hacerlo, es también mi responsabilidad, pero mis compañeros y compañeras lucharon a brazo partido por lograrlo, incluso, todos fueron hoy mis entrenadores, apoyándome.

—Ronald Veitía

—Estas cuatro medallas son su legado, defender esa enseñanza, por la cual estamos aquí, es de inmensa satisfacción y felicidad. Lo llevo en cada combate, ustedes lo saben.

—Es la primera vez que tu papá no te puede ver…

Idalys, respira profundo, pide perdón por la vulnerabilidad. «Es muy difícil… siempre estuvo», dice con la voz entrecortada, tomada por la emoción que le brota del pecho de la hija que siempre le cumplió.

«Murió, dentro de dos días harán nueve meses. Sí, es la primera vez no me ve, pero él sabía que no le fallaría. Él no faltó, estuvo conmigo, no faltará nunca, su ejemplo y la educación que me dio es lo que he podido aportarle a mi país. Él sabe, y sé también que me van a perdonar todos, que esta es su medalla».

Rochele Nunes, una judoca que la ha vencido antes, que competía por Brasil y ahora lo hace por Portugal, fue la primera exigencia. «El combate fue reñido, incluso hubo que ir al tiempo extra, pero jamás sentí que se ponía en peligro el objetivo». Y así fue, a los dos minutos de la prórroga, su técnica preferida, Seoi nage, movimiento de hombro, dio por concluido el duelo, con un Ippón.

Frente a la china Shityan Xu hizo gala de toda su versatilidad técnica: un Tsuri-goshi, movimiento de cadera, debió decretar el final de la porfía a los 56 segundos, pero el árbitro la consideró wazari. Un minuto y 25 segundos después, fue relampagueante su Seoi, pero esta vez, además de hombro, empleó el obstáculo de su pierna para convertirlo en un limpio Seoi-Otoshi.

Ya en el combate que definía su presencia en la disputa del cetro, la demanda era mayor. La francesa Romane Dickson, doble campeona europea era el reto, resuelto cuando a poco más de dos minutos, Ortiz escogió el momento táctico para reducir el ímpetu ofensivo de su adversaria, con magistral contraataque de Yoko-guruma, técnica de sacrificio, con la cual alcanzaba la hazaña de otra grande, la guantanamera Driluis González.

—Es más, las tuyas son una de oro, dos de plata y una de bronce.

—Driluis no ha sido superada, solo igualada, y me siento muy feliz por eso, porque ella también es de las imprescindibles, es mi ídolo. Yo quería ser como ella, y esto que me está pasando hoy, es su inspiración y mi fortuna por tenerla tan cerca. Ella ha sido la judoca más laureada de nuestro país.

—¿Por qué se te hace tan difícil Arika Sone, la ganadora de esta final?

—Es japonesa, entrena con otra muchacha que pudiera estar aquí, pues se ha mantenido con nosotras entre las tres primeras del ranking mundial. Es una joven de mucho talento y calidad, que no dejó de prepararse, es rápida y con vasto arsenal técnico-táctico. Todas las que compitieron acá tienen alta maestría deportiva.

El combate por la medalla de oro con Sone, llegó casi hasta los nueve minutos y en el deporte de alta competición, cuando hay deudas en la preparación salen, aun tratándose de una superdotada como la artemiseña. El pleito se fue al rigor físico y todo el tiempo perdido por la COVID-19, la casi nula participación en competencias y la ausencia al gimnasio pasaron factura, pero no se rindió, la bella morena cubana no bajo la cabeza, su Patria y su pueblo saben que cumplió.

«Sí, estoy feliz, hubiera querido la medalla de oro, nadie viene por otra cosa, pero es un premio al esfuerzo, al sacrificio, y una respuesta a los que no creyeron. Les dije en La Habana que después del quinto lugar en el mundial, hubo dudas, pero también les expresé que yo no tenía ni la mitad de una. Hay mucho en ese lauro como para que yo dudara.

Preguntada si este era el adiós, sonrió, agradeció a franceses, japoneses y a todos los que llegaron a felicitarla por su presea plateada, e hizo un guiño con los ojos para dejarnos en suspenso.

Cuba
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