En Cuba no hay calles, plazas ni escuelas con su nombre. Tampoco esculturas. Dicen que fue una decisión expresa de Fidel Castro, cuya impronta trasciende a su desaparición física hace cinco años, y resulta cosecha y siembra perennes. Foto: José Manuel Correa. Video: Cuba en Resumen.


Fidel Castro en la batalla

Por Orlando Oramas León (*)  / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano

En Cuba no hay calles, plazas ni escuelas con su nombre. Tampoco esculturas. Dicen que fue una decisión expresa de Fidel Castro, cuya impronta trasciende a su desaparición física hace cinco años, y resulta cosecha y siembra perennes.

Tuvo larga vida y la muerte le fue esquiva, a despecho de sus muchos combates y los cientos de atentados que, organizados o alentados por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, pretendieron descabezar a la Revolución Cubana.

En su caso se cumplió aquello de la importancia de determinadas personalidades en el curso de la historia y de los acontecimientos que marcan la vida de pueblos y del propio planeta.

Fue el mejor seguidor de José Martí y quien le cumplió sueños y desvelos por Cuba y América Latina.

Martí había descontado el regazo con el que la isla antillana, junto a Puerto Rico, quedaba cual vestigios coloniales en el continente americano.

Fidel en el centenario del Apóstol cubano se lanzó frente a un puñado de jóvenes al ataque de la segunda fortaleza militar para intentar, de golpe, poner fin a la dictadura de Fulgencio Batista.

Aquel fue el motor de la Revolución que puso a Cuba en el mapa mundial y convirtió a los cubanos en hacedores de un proceso de transformaciones inéditas en estos y otros lares.

Bajo su conducción, y con el pueblo de su lado, su país emprendió la más profunda y justa reforma agraria de la historia latinoamericana.

Ningún otro país acometió, bajo el acoso de Estados Unidos y de las bandas armadas a su servicio, una campaña de alfabetización que desterró el analfabetismo y resultó antesala de una gigantesca revolución educacional y cultural.

El archipiélago cubano se pobló de escuelas, politécnicos, universidades y otros centros de enseñanza que se hizo gratuita y universal a todos los niveles.

Dicen que Fidel podía ir al futuro, regresar y contarlo. Y quizás por ello avizoró y convirtió a un pequeño país insular del Caribe en potencia científica capaz de elaborar medicamentos novedosos e incluso vacunas propias contra la Covid-19.

Su huella viva está en ello, como también lo está en los miles y miles de profesionales cubanos y de otras muchas nacionalidades formados en su patria.

Hay calles con su nombre en otras latitudes, allí donde el internacionalismo que propugnó contribuyó en más de una manera a hacer pueblos libres, ya sea del coloniaje, del hambre, las enfermedades o de azotes naturales.

También se le recuerda por propugnar el antimperialismo, denunciar al sionismo, el apartheid y defender causas justas de los pueblos del Tercer Mundo y de los excluidos en los países ricos.

Fue un tribuno implacable en la denuncia a los desmanes de Estados Unidos contra Cuba y el mundo. Les dijo mil verdades, las mismas que hoy prevalecen y resultan órdenes de combate cuando la batalla continúa.

(*)  Periodista cubano, autor de los libros “Raúl Roa, periodismo y Revolución”, “Pohanohara, cubanos en Paraguay” y “Cuentos del Arañero”.

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