Andrés Gómez, director de Areítodigital (Miami).- Es tan lejano el recuerdo, aunque tiene aún una penosa presencia en mi memoria, que por alguna extraña razón veo sus imágenes no en color sino en blanco, gris y negro.  Esa tarde en el aeropuerto de Rancho Boyeros nos embarcamos mis dos hermanitas y yo –el mayor era yo con 13 años-  rumbo a Cayo Hueso en un viejo y plateado avión DC-3 de Aerovías Q.   En Cayo Hueso nos esperaba nuestro abuelo para llevarnos por carretera a Miami.  Nuestros padres viajarían a Miami un mes después.  Comenzó así nuestro desgarramiento de Cuba. Ayer hizo 47 años de aquella tarde. 

Jamás ninguno de nosotros pudimos imaginar entonces que aquel viaje al extranjero sería tan definitivo. Para mis hermanas, mis padres y mis abuelos por toda la vida. Para mí, el regreso a la isla amada demoró 17 largos años. 

Mi familia, al igual que decenas de miles de otras familias de la burguesía cubana decidieron, en aquel año de 1960, salir temporalmente del país. Convencidos estaban, y en eso no se equivocaron, que Estados Unidos intervendrían militarmente en Cuba. Por eso, para evitar estar en Cuba cuando llegara esa guerra, y porque entonces en Cuba, inmersa la nación en un fiero proceso revolucionario, la clase social a la que pertenecían había sido desplazada del poder, ellos que se sentían terriblemente vulnerables y amenazados, salieron; creían que sería por poco tiempo.   Confiaban plenamente que el gobierno de Estados Unidos daría fin, pronto, al proceso revolucionario cubano.  Más no fue así.  

Con el tiempo aquella decisión de alejarse de Cuba se convirtió en un angustioso destierro. Días oscuros fueron aquellos primeros años. Entonces, Miami era americano - americano blanco.   No sabíamos inglés y entonces había que hablar inglés. Cuando el dinero que se había traído para que durara unos meses se acabó los viejos tuvieron que trabajar en lo que fuera: en factorías –fábricas textiles la mayoría –las que hace años cerraron y se fueron para Haití o Guatemala-; en los hoteles limpiando pisos y haciendo habitaciones; en los restaurantes de meseros y en las cocinas. O de jardineros como mi abuelo, o en la única panadería que hacía pan cubano, de madrugadas, como mi madre. 

Nada denigrante eran esos trabajos, pero muy difícil era esa situación para gente que como ellos –por sus valores de clase- así los consideraban. En su inmensa mayoría eran personas buenas y decentes y sufrieron mucho. 

Para nosotros los más jóvenes el problema principal era sobrevivir en un ambiente hostil   en las escuelas. Las pandillas de americanos no son inventos de ahora, siempre existieron en este país.  Los maestros no nos entendían ni sabían qué iban a hacer con nosotros. Nosotros tampoco entendíamos qué iba a pasar con nosotros.  Lo fuimos entendiendo poco a poco al pasar los meses que se fueron convirtiendo en años…

El Miami de entonces tiene muy poco que ver con el Miami de hoy.  Las dos son ciudades diferentes situadas en el tiempo en dos realidades muy diferentes.   Aquel Miami era menos de la mitad en área y población que el Miami de hoy. Era un Miami muy americano, provinciano, una ciudad sureña de playa, en la que en Miami Beach la mayoría de sus mejores hoteles cerraban sus puertas meses durante la temporada de verano.  Aquel Miami era el de las moscas, los mosquitos y los escorpiones.  Porque entonces las ciénagas de los Everglades comenzaban después del Palmetto, los cocodrilos comúnmente llegaban por los canales hasta la altura de la 27 y la 22 Avenidas; y las culebras y serpientes, sobre todo la pequeñita y venenosa Coral, fácilmente se encontraban en los jardines de nuestras casas. Aquel era el Miami sin aire acondicionado -omnipresente, como hoy, en casas, centro comerciales y carros-, era el Miami del calor y la humedad agobiantes y constantes. 

Mucho ha pasado desde aquella tarde hizo ayer 47 años.  Mucho me ha pasado a mí y a mi familia.   Primeramente los que han muerto: el viejo, los abuelos, los tíos y uno que otro primo, enterrados todos aquí en Miami. La mayoría de los de la familia que aún vivimos hemos llegado a ser personas de bien, quiero decir, buenas y decentes, y eso me conforta. 

Mucho ha cambiado también Miami desde entonces, y no para bien. 

Lo más importante para mí, y para millones de otros cubanos, es lo mucho que ha cambiado Cuba en estos últimos largos 47 años que, sin lugar a dudas, a pesar de todo, ha cambiado inmensamente para bien.

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