Danae C. Diéguez - Bisiesto Cinematográfico / La Ventana.- ¿Existe un cine femenino en Cuba? Quizás esta sea una pregunta demasiado abarcadora si tenemos en cuenta que lo primero es constatar que la realización audiovisual femenina en la isla carece de estudios que la legitimen como tal y muestren los registros bajo los que se han movido el pensamiento de las mujeres, en tanto creadoras de sentido, en un medio tan complejo como el del lenguaje cinematográfico.


Mucho menos pensar en una cartografía que descubra una Historia de Mujeres en el cine cubano, necesidad que se impone en la medida que descubrimos que desde Sara Gómez, Teresita Ordoqui, Marisol Trujillo, Belkis Vega, hasta la fecha, las realizadoras de la isla han ido permeando una mirada que las ha singularizado, y aclaro que no es per se una mirada femenina, sino miradas que distinguen sus voces generalmente silenciadas, o quizás, diluidas en un panorama construido a través de un canon patriarcal impuesto culturalmente y que ha omitido, muchas veces, singularidades importantes para entender el aporte que han tenido las mujeres realizadoras al espacio diverso de nuestra realidad.

Queda claro que ha sido el documental, fundamentalmente, el modo de expresión natural de nuestras realizadoras, y que en el largometraje de ficción encontramos solamente el nombre de Sara Gómez, desde el ICAIC, y el de Teresita Ordoqui en los Estudios Cinematográficos del ICRT.
 
Estas aseveraciones nos plantean problemáticas sobre las que habría que indagar, nos ponen ante una realidad compleja, pues cuando revisamos el cine hecho por mujeres en otras latitudes, o en el propio continente, encontramos peculiaridades que hablan de una(s) sintaxis, de una gramática(s) y de una concepción(es) que responde a un ideario femenino(s) que muchas veces se asume desde una conciencia evidente, desde un compromiso con su condición de género.
 
La realizadora Mayra Vilasís decía que en Cuba era más fácil ser pilot(a) de aviación que directora de cine, y planteaba que era un mundo completamente masculino, difícil de penetrar en el que las mujeres habían estado destinadas fundamentalmente para la asistencia de dirección o la edición, y apenas para la dirección y mucho menos la dirección de fotografía. La directora de uno de los cuentos de la película Mujer Transparente, junto a Ana Rodríguez y Mayra Segura es uno de los ejemplos de realizadora en la que se auguraba un desarrollo dentro de la ficción que quedó trunco.
 
En los finales de los años 70 y principios de los 80, surgieron un grupo de mujeres provenientes de los Estudios Fílmicos de las FAR, de los Estudios Cinematográficos del ICRT y del propio ICAIC, que comenzaron a plantearse la realidad desde un punto de vista muy personal por el que pasaba esa condicionante de género, pero casi siempre sus propuestas quedaron invisibles, o como dije anteriormente, diluidas dentro de un patrón masculino que ha marcado el canon cinematográfico.
 
La escasa inserción dentro de la ficción, y el poco o nulo reconocimiento; pues sólo se reparaba en Sara Gómez como mujer realizadora, generó un velo que ha difuminado una realidad que es mucho más atractiva, diversa y responsable de lo que se ha supuesto. Toda esta problemática requeriría una indagación más profunda, apenas comenzada. La escasez de estudios sobre el tema impone primero un trabajo a modo de arqueología.
 
En los últimos años, primero a causa de la contracción económica ocurrida en el país, y después por el desarrollo de las nuevas tecnologías se ha producido una casi igualdad de mujeres y hombres como creadores detrás de la cámara. Y aunque las mujeres continúan siendo minoría, la decisión de trabajar, muchas veces desde la independencia o alternatividad de sus producciones, la posibilidad de estudiar en escuelas como el ISA y/o la EICTV, ha propiciado la aparición amplia y diversa de materiales, ya sean documentales, tele-filmes y cortometrajes, que se han hecho visibles, en ocasiones, para la industria cinematográfica o para los estudios fílmicos o de dramatizados del ICRT.
 
Es importante tener en cuenta que una obra es cinematográfica por el lenguaje bajo el cual se estructura con independencia del soporte en el que se realice. Desde esta premisa, cuando hablamos de la nueva hornada de realizadores y realizadoras, estamos ante un abanico de estéticas y de temáticas que conviven y que pulsan un diálogo necesario con nuestra realidad.
 
La Muestra de Jóvenes Realizadores, en este ya su sexto encuentro, ha sido el espacio para mostrar y hacer visible muchas de las propuestas de los y las más jóvenes, un espacio necesario para medir el nivel, las preocupaciones, las tendencias nuevas por las que transita la nueva generación.
 
Entonces, ¿de qué hablan las nuevas realizadoras?; una pregunta necesaria si tenemos en cuenta, primero, las obras que han concursado en todas las ediciones de la Muestra, y segundo, si asumimos que es imposible articular la categoría género en las más jóvenes sin asumir su relación con su condición generacional.
 
Las realizadoras estructuran su discurso a partir de un diálogo casi obsesivo con la realidad, fenómeno que nos conduciría a establecer una caracterización de las problemáticas sociales más acuciantes de los últimos años en la isla, pero que nos desviaría a otro trabajo con un corte más sociológico. Ellas tematizan de manera casi siempre explícita, de ahí la abundancia del documental entre sus propuestas, la impronta de una sociedad llena de complejidades. Para ello ponen su mirada sobre zonas a veces poco atendidas por los medios en general, o atendidas desde un triunfalismo edulcorado que para nada les interesa.
 
Encuentran la otra cara de la moneda y la otra mirada subvertidora propia de su generación. Allí está el caso del documental Paraísos Perdidos, obra dirigida por Iriana Pupo, de TV Serrana, que apareciera en la cuarta Muestra y resultara Obra destacada. Desde una mirada poética y sensible aborda el tema de las personas que viven en un hospital psiquiátrico de provincia visiblemente deteriorado. Sin embargo, la mirada de la directora rescata la zona poética dentro de los sueños de estos seres y, sin renunciar a la crudeza de las imágenes que hablan de manera muy especial, eleva la vida de sus protagonistas al espacio de la poesía.
 
Este tema se repite, con el documental de Julieta Morfi, Duendes de mi Ciudad, en este caso son personas que habitan normalmente en la cotidianidad de una ciudad y cómo son vistos por el resto de los habitantes.
 
Otro tema asumido por las realizadoras es el de la ancianidad. Llama la atención como este aspecto de la realidad tan llevado y traído, precisamente porque es una sociedad camino al envejecimiento, es recuperado ahora desde otra dimensión por Tamara Castellanos en el documental Un oficio curioso, que recorre un día en los ancianos que se dedican a vender periódicos; mirada sincera que nos delata una verdad poco asumida. La obra de Damaris Díaz Cuando los años pasan; y el caso del documental Otoño de Patricia Pérez, que en este caso la acompaña en la dirección de fotografía Heidi Villate. Allí se nos muestra la vida en un hogar de ancianos; las imágenes crudas, reveladoras de una situación desgarradora, sustentadas por primeros planos que recrudecen la sensación de soledad y abandono que tienen estas personas. Una fotografía que capta la atmósfera opaca de esas vidas otoñales, sin dudas una agudeza en la mirada que ve desde una sensibilidad especial el drama.
 
Ladys Roque, Niúver Rodríguez, Susana Patricia y Marilyn Solaya poseen una obra que tiene como rasgo común, el cómo asisten, desde sus propuestas, a singularidades, ya sea a través de situaciones o personas, muchas veces a partir del juego o la evidencia del absurdo. Ladys con su documental S/T.
 
Sin Título insiste en el absurdo cotidiano con el que habitamos a partir de la llamada de atención sobre el concepto del surrealismo, entendido además, como un fenómeno con el que coexistimos. La idea del absurdo la vuelve a rozar con su cortometraje Gentes; allí a partir de la denuncia que subyace por la falta de vivienda de sus protagonistas, en situaciones atormentadoras por la no privacidad, aparecen un grupo de peripecias que nos recuerdan el azar concurrente y que se conectan precisamente a partir del absurdo como solución a lo cotidiano.
 
Susana con Jugando al Timeball, se detiene en algo, nuevamente tan cotidiano, como la pérdida de tiempo en los cubanos, intentando discutir con un fenómeno tan complejo como la inercia y sus consecuencias para la sociedad, culpable también de esa pérdida de tiempo. Marilyn con su documental Hasta que la muerte nos separe, reflexiona sobre el amor incuestionable y poco común, singular, de un hombre por una vaca a la que crió y por la que luchó para que no fuera sacrificada.
 
Niúver Rodríguez ha presentado ya dos obras en las que aparecen personas que tienen una mirada sobre la vida a partir de experiencias muy peculiares. El testimonio es su recurso para transitar de lo privado a lo trascendental humano. En Al final… la vida aparece un hombre que ha sobrevivido nueve días en un pozo, que ha perdido una pierna por esa razón y que entonces siente la vida como un regalo. En el caso de El Don de Isabelita, aparece el don de traer personas a la vida y saber cuándo, cómo y de qué manera van a nacer. Otra mirada a la singularidad de algunas existencias.
 
El tema de la sexualidad, abordada de manera más abierta, desinhibida, juguetona y compleja está presente en el cortometraje de Tané Martínez, Malos días, mi amor; y en el animado Desnuda de Ismary González se advierte, desde un humor que descubre una denuncia y a su vez una toma de partido, la complejidad de una mujer que cumple los roles impuestos en la esfera privada: ama de casa, madre, esposa y amante.
 
El caso de Tamara Morales con Dos Hermanos, y Patricia Ramos con Na-Na, cortometrajes premiados en su momento, abordan problemáticas de la realidad cubana desde una mirada que delata los desgarramientos humanos. La primera revela las diferencias económicas, sociales generadas en nuestra sociedad, sobre todo desde el Período Especial, que hacen mella en un grupo de valores y provocan la destrucción de la familia. Allí los personajes femeninos, representados en varias generaciones y clases, asisten desde sus peculiaridades al sufrimiento, (la madre-abuela), las concesiones, (la esposa-madre) y el desapego al sacrificio y la austeridad, (la hija y la cuñada) que sirven de prototipo de mujeres que desde su pequeño espacio padecen los desmanes producidos por las diferencias y las carencias de una nueva época.
 
En Na-Na aparece el tan controvertido tema de la emigración, de la separación de los amigos. Lo llamativo de esta propuesta de Patricia, además de su excelente realización avalada por la utilización de la banda sonora, la fotografía, entre otros, radica en cómo construye la historia a partir de la situación y la voz de los niños- protagonistas. La narración infantil deudora de una mirada más auténtica y sensible nos da la oportunidad para construirnos la otra parte que está en los silencios de los niños, sugerida, precisamente, a partir de ellos mismos.
 
Con un corte sociológico-antropológico aparecen en esta muestra los documentales: Timbalito, de Annette Pichs; Las Camas Solas de Sandra Gómez y Buscándote Habana de Alina Rodríguez.
 
Timbalito, que tiene la virtud de poseer la fotografía de su propia directora, es una mirada a un pueblo perdido, a sus habitantes, algo que ya ha trabajado su coterráneo Gustavo Pérez, pero que en este caso utiliza la ironía, como elemento distorsionador, lúdico, para establecer a partir de la oposición banda sonora- imagen, una idea que discute con una realidad que se impone agonizante.
 
Las Camas Solas traducen desde la metáfora de las camas, la situación de un edificio que está en condiciones inhabitables y cómo sus habitantes la tienen que abandonar por la amenaza de un huracán, las situaciones desesperadas de ellos ante la imposibilidad de resolver su situación que se vuelve amenazante. El punto de vista de la directora aparece desde el vínculo emocional que marca una posición, una huella personal, que la define.
 
En el caso de Buscándote Habana, Alina se introduce en una temática invisible para los medios masivos: los asentamientos de migrantes en zonas periféricas de la capital. Junto a la perspicacia para escoger el tema, la realizadora, que intenta que los espectadores lleguen a valoraciones por sí solos, sin tendenciosidades, asume la complejidad humana y social de su documental desde una sinceridad y una sensibilidad que prueban un compromiso con una verdad que se impone desde una transparencia necesaria en este tipo de propuesta.
 
Otras directoras como Natasha Vázquez, Lídice Pérez y Lily Suárez, esta última directora de fotografía —ejemplo de empeño para demostrar las posibilidades de las mujeres dentro de esta especialidad—, abordan entre otros temas el histórico. A partir de esa elección descubren zonas y personajes poco revisados por la Historia, porque sencillamente no son los y las protagonistas que aparecen en los primeros planos del gran relato.
 
Como se ha visto, las nuevas realizadoras son deudoras de su época, de sus condiciones sociales, de sus construcciones culturales; resuelven desde múltiples estéticas y temáticas su inserción en la discusión con su realidad, sin obviar que su condición de mujer(es) es siempre diversa y no unívoca. Sus preocupaciones desde su posición genérica, muchas veces inconsciente, se vislumbran a partir de huellas que quedan, unas evidentes, otras diluidas dentro de sus propuestas. La clave no siempre estará en un tema que las defina como mujeres, sino en la(s) mirada(s) que tienen sobre temas que normalmente han sido asumidos y construidos por el canon masculino. Falta, de todas formas, asumir conciencia de género que es también asumir conciencia de individualidad, conciencia de estilo.
 
Muchas preguntas quedan sin respuestas, pero la posibilidad de un intento, no concluido, de cartografiar peculiaridades, de construir una Historia, con mayúscula, de las mujeres realizadoras, en tanto transmisoras y creadoras de realidades y sentidos, es una deuda convertida en reto, pues se podría ofrecer a la mirada interpretativa de los teóricos de cine, de los historiadores y del espectador, un conjunto de obras que no habían sido consideradas como objeto consistente o problemático y, además, arrojaría luz sobre las preocupaciones comunes que definen una mirada femenina en un espacio y un contexto determinado de la formación de la nación cultural cubana.

 

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