Dixie Edith - CIMAC/SEMlac - La documentalista cubana Lizette Vila acaba de presentar en La Habana su documental “La deseada justicia”, un acercamiento al tema de la violencia de género en la isla.

Promotora del proyecto Palomas y autora de cerca de una treintena de obras, Vila ha abordado con desprejuicio y crudeza las experiencias de personas viviendo con VIH/SIDA, trasvestis y religiosas, entre otros muchos temas.

“La justicia deseada” es su cuarto audiovisual sobre la violencia de género, asunto de difícil enfrentamiento por la manera en que se manifiesta.


Sobre su impacto, la autora conversó con SEMlac.

- Habías trabajado el tema de la violencia de género fuera de Cuba. ¿Ayudó esa experiencia a la hora de enfrentar la problemática dentro de la isla?

- Desde la década del noventa tuve la oportunidad de trabajar con pequeños grupos de mujeres especialistas, latinas y algunas cubanas, y filmé dos documentales que fueron estrenados por el programa Prismas, de la televisión cubana: Una mujer sin rostro y Contra el silencio, una mujer, que formó parte de una muestra itinerante que se realizó desde Chile para hacer visible este tema.

Entrevisté a dos mujeres puertorriqueñas y esos documentales provocaron en ellas una gran credibilidad en medio de su agonía. Las movilizaron y hoy son grandes promotoras contra la violencia y en la prevención del VIH/SIDA. Fue muy oportuno tener relación con el tema en otro lugar, en otro espacio, porque eso me comprometió más a averiguar qué había pasado con las mujeres que tenía cerca.

- ¿Y hay diferencias en la manera de manifestarse la violencia de género en Cuba y en otros países?

- Absolutamente ninguna. Son las mismas narraciones; otras historias, pero con el mismo ciclo de violencia: la psicológica, la económica, la sexual. Las mujeres se sienten también igualmente desprovistas y desprotegidas, ante este hecho.

Hay muchos conceptos que contextualizan, dibujan, denominan el tema de la violencia, que está tan subterráneo. Primero, porque se genera de una manera privada, oculta y pasa por las culpas, por la vergüenza de muchas de esas mujeres que no saben manejar los sentimientos, las conductas que la generan y cómo defenderse. No saben cómo lidiar con eso que les ocurre.

Yo digo, desde hace muchos años, que una de las más grandes pandemias que tiene la humanidad -y la incluyo junto al VIH, la malaria o la tuberculosis- es la violencia contra la mujer. En todas sus expresiones: desde las sutilezas, hasta la que, sencillamente, mata. Es un ciclo que va creciendo, un cuadro visto como absolutamente privado y que, en el mundo entero, ha sido muy maltratado o se ha invisibilizado. Y cualquiera de las dos cosas son expresiones de una crueldad absoluta.

¿Cuántas personas se han preguntado -me han preguntado- cómo en Cuba se va a dar ese fenómeno? Aquí, donde existe la Federación de Mujeres Cubanas, donde la mujer ha tenido acceso a tantos derechos, donde tiene conocimientos para defender esos derechos. Y es que esa liberación de la mujer cubana, que es cierta e indudable, pasa por lo privado, un espacio donde no hay ni sistema, ni ideología, ni libertades, ni derechos. Porque, sencillamente, se construye desde la individualidad y la réplica de herencias y de posturas familiares. En nuestro caso, también pasa por el machismo, una conducta que resulta muy difícil de desmontar desde la teoría.

- ¿Tienen estas mujeres conocimientos o herramientas para enfrentar la violencia?

- No lo creo. Y no se trata sólo de las opciones legales. La ley es importante, por supuesto, pero pienso en otros recursos más prácticos, pues en el momento de recibir la violencia no hay cordura ni objetividad para acudir a la ley. Hay que darles recursos a las mujeres, y también a los hombres. Estamos viendo que ellas son unas sobrevivientes, no víctimas, pues víctima es la que sencillamente fue ejecutada por un hecho de violencia. Son sobrevivientes porque tienen un camino para andar, para reconstruirse, para rediseñarse y ayudar. Para comprometerse".

- ¿Cuáles eran las principales preocupaciones e inquietudes de tus entrevistadas?

- Ellas estuvieron muy desprotegidas, cada una en su contexto. No sabían a dónde acudir hasta que llegaron a los talleres de transformación de los barrios, a esos proyectos de 'aprendiendo a vivir sin violencia' que desempeñan centros como el Martin Luther King o el Centro de Reflexión y Diálogo de Cárdenas, que están haciendo una labor extraordinaria en la propia dinámica de los barrios.

No podemos seguir hablando de una misma cultura, de una misma identidad. Hay una singularidad en cada localidad que hay que atender. El tema de la violencia es tan cruel, tan dramático, que yo no creo que todavía en el mundo -aunque hay dinámicas de grupo y terapias de parejas- existan herramientas concretas para enfrentarlo sólo desde la academia.

Está demostrado que, cuando se vincula ese pensamiento orgánico, práctico, objetivo, ese que se genera desde la academia, con las emociones y los sentimientos, se crea una atmósfera de estremecer, de remover desde adentro, que no la detiene nadie. Esa es la capacidad de las expresiones artísticas. Y, en primer lugar, en la vanguardia, están los audiovisuales y las obras radiofónicas.

 

El deseo de hablar

- ¿Es muy difícil construir un audiovisual sobre estos temas?

- No me costó ningún trabajo poner a hablar a esas mujeres maltratadas. La gente desea hablar cuando está condenada. Tiene derecho y necesidad de expresarse, sobre todo cuando empieza a tomar conciencia, a vincular todo con la honestidad y a comprender la función que puede tener su testimonio en favor de una causa tan solidaria, tan sensible, que puede ayudar, a la vez, a otras mujeres.

Yo no me siento una mujer censurada. Porque no quiero. Porque tengo metido en mi corazón que yo, en esta nación que adoro, donde están mi vida, mis raíces, mi familia y el proyecto social que escogí con mucho orgullo, no me puedo sentir censurada. Aunque hay expresiones de censura, que son también expresiones de violencia, como el hecho de que la obra de las mujeres no tenga el mismo espacio o la misma difusión que la de un creador hombre.

Con algunas excepciones, a muchas de las mujeres las conocí el mismo día que las entrevisté. Sabía de sus historias, sus experiencias, pero para el documental tuve una primera y única conversación, porque también me parecía una crueldad remover más de la cuenta el pasado de ellas, que ya estaban andando otra vida. Todas coinciden en muchos aspectos: una familia disfuncional, la pérdida del padre o la madre, un familiar abusador, carencia de valores. Ahí te das cuenta de cómo la violencia se va incrustando, de que existen esos huecos negros donde se va asentando.

- ¿Les debes un documental a los hombres maltratados?

- Por supuesto. Ya hice el de los hombres infectados por el VIH y esa también es una manifestación de violencia. En ese material quise mostrar cómo esos hombres cambiaron y se convirtieron en promotores. Cómo ellos, que hoy son mis amigos, se empinaron.

Si seguimos dividiéndonos entre hombres y mujeres no vamos a lograr un equilibrio, una equidad. No somos iguales, pero sí lo somos a la hora de defendernos, de librar determinadas luchas, de tener las mismas oportunidades. Y este es el momento. A mí no me gusta mirar para atrás. Ahora es el momento para hablar de estos temas con responsabilidad, con experiencia. El momento de unirnos, de discutir las diferencias, de dialogar y de transitar hacia un desarrollo humano sustentable, sostenible.

Muchas veces digo que hay una campaña mundial a favor del medio ambiente, por el cambio climático y las especies que se extinguen, pero tenemos que enfrentar la violencia ejercida desde los humanos y las humanas. Porque de ella surge todo lo demás. A mí me interesa más el desarrollo humano sustentable en este momento de guerra, de conflictos. Y el audiovisual, en ese camino, es un elemento de convocatoria, de movilidad social.

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