Luis A. Digna - Revista Mujeres.- Pronto se cumple un nuevo aniversario de la fecha de inicio de nuestras Guerras de Independencia contra el colonialismo español. Cada Diez de Octubre trae consigo el respeto y el recuerdo de quienes dejaron su sangre y su vida en el camino de conducir a Cuba hacia la libertad. El Grito de Yara es la cima más alta de nuestro primer reconocimiento como nación.


Sin embargo, es inevitable también que nos ronden frases hechas. Cada Diez de Octubre, en algún sitio, se recuerda que Carlos Manuel de Céspedes, con razón el Padre de la Patria, dio la libertad a sus esclavos y, como hombres libres, les pidió marcharan con él a la manigua para comenzar la lucha. En la frase se silencia (voluntaria o involuntariamente, eso no es lo medular), la no ya importante sino vital participación de las mujeres en esa gesta que comenzaba y en todos sus años. Con justicia, debiera hacerse el recuento de la historia, afirmando que Céspedes liberó a su dote y pidió, como hombres y mujeres libres, que le siguieran al combate.

En esa fundación gloriosa, desde ya las mujeres inscriben sus presencias. Candelaria Acosta Fontaigne, Cambula, bordó la primera bandera llevada al combate por la República en Armas. Por su parte, Candelaria Figueredo, Canducha, de la misma estirpe que el Pedro Figueredo que sobre su montura escribiera nuestro Himno Nacional, fue quien sólo 17 años portara la enseña de la estrella solitaria en la toma de Bayamo por las tropas insurrectas. Otra patriota, Ana Betancourt, en la Asamblea de Guáimaro en 1869, pide por primera vez desde un foro público la emancipación y el respeto a los derechos civiles de las mujeres.

Incluso, ya en fechas tan tempranas como 1843, se anotaban rebeldes signos en femenino para nuestra historia patria. Carlota, una esclava de origen presumiblemente lucumí, dirigió una grande rebelión que desde el ingenio Triunvirato se extendió a las dotaciones de varias zonas azucarereras y cafetaleras de la provincia de Matanzas. Enfrentados a poderosas fuerzas militares, la rebelión fue aplastada y Carlota, todavía viva, fue brutalmente desmembrada, atada a varios caballos de sus captores.

Aún más allá en el tiempo, Casiguaya, la compañera del bravo cacique Guamá, prefirió dejar sin vida a su propia hija antes que dejarla a su suerte en manos de los captores colonialistas. Como su compañero, Casiguaya sería ejecutada por la espada y la cruz del Viejo Mundo conquistador. Otro precedente en la sangre derramada por hombres y mujeres de esta tierra.

Porque este Diez de Octubre es una fecha de la rebeldía, del primer campanazo de las batallas de un pueblo por su emancipación. Y aunque en épocas como 1868 no puede decirse que las mujeres tuvieran ya una amplia participación en la sociedad, la intrepidez y valentía de las cubanas no puede soslayarse. Desde sus posibilidades aportaron dinero, sus joyas para comprar armas, buscaron medicinas, atendieron heridos, sufrieron las privaciones del monte acompañando a sus mambises y no son pocas las que alcanzaron grados militares combatiendo en la manigua.

Rosa Castellanos, La bayamesa, una esclava que combatió en la Guerra de los Diez Años y en la Guerra de 1895, alcanzó grados de Capitana. En la Guerra de 1895, regresó a la manigua a pesar de sus más de 60 años y concluyó la campaña. Isabel Rubio Díaz, otra Capitana, moriría por los rigores de una herida en combate, en febrero de 1898. Luz Palomares García y Gabriela de la Caridad Azcuy, también obtendrían grados de Capitanas. Todas sufrieron privaciones, prisiones, destierros, dolores y pérdidas varios. Ninguna claudicó jamás.

Otro renglón imposible de obviar tiene también banderas en femenino. “¿Y porqué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?”, escribía José Martí a su madre. Justamente, no podrían nuestros bravos tener raíz mejor que la de sus madres. Leonor Pérez, madre del Apóstol; Lucía Iñiguez Landín-Moreno, la briosa madre del no menos General de las Tres Guerras Calixto García, y Mariana Grajales, la inmortal madre de los Maceo, son sólo los nombres visibles de una larga lista. Cuando el heroísmo implica el humano sufrimiento, de seguro mil veces multiplicado bajo ese sentir gigante de ser madre, por ver padecer o hasta morir a su descendencia, cierta cósmica fuerza estalla. Cierta humanidad arrolladora, desde el fuerte sexo de una mujer, se pone en juego y es capaz entonces cualquier sacrificio, de cualquier enfrentamiento, de cualquier triunfo.

Sólo este breve botón de muestra de la larga tradición de lucha de nuestras mujeres, las deja entrever en su altura, las ubica en sus reales posibilidades y en sus logros e historias. Por eso, frente a un aniversario más del histórico Grito de Yara, la resuelta consigna de Libertad o Muerte, también hay que escribirla con plurales femeninos. También fue enarbolada por sus voces, también fue empuñada en pólvora y hierro por ellas, también dejó vida, sangre y glorias de mujer.

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