Ania Terrero - Letras de Género / Cubadebate.- Hablar de “muñequitos” sin hablar de Disney y sus princesas es casi imposible, y en asuntos de sexismo también llevan su parte. Foto: Industrias del Cine.

Desde que soy mamá me preocupo más por lo que cuentan –y no cuentan- los dibujos animados. Ainoa, mi hija, aún es pequeña para sentarse frente al televisor, pero pronto lo hará. Los “muñequitos” seguro estarán entre sus entretenimientos. Empezarán entonces las batallas para intentar que lo que ella vea no la eduque en principios de discriminación y violencia.


Lo veo venir, no será fácil. Como han analizado especialistas y periodistas, muy pocos animados de los consumidos por niños cubanos están libres de sexismo. Ya sea en la televisión nacional, en Internet o en alternativas de distribución como el Paquete Semanal, abundan propuestas que legitiman una y otra vez el ideal estereotipado de lo que ellas y ellos deben ser.

Por supuesto que Ainoa verá animados cubanos. No tantos como quisiera porque, sobre todo en los últimos tiempos, no se realizan y transmiten los suficientes. Pero su abuela materna ya gestiona un disco externo con toda la producción de los Estudios de Animación del Icaic. Y aunque entre los “muñes” nacionales también están los que no escapan a un análisis con espejuelos violetas, nos aseguraremos de que conozca a la valiente mambisa María Silvia, a la dicharachera Eutelia, a la intrépida Fernanda y a la divertida Chuncha.

Pero ella, como todos los niños de este mundo, verá películas de Disney y de muchas otras partes. Demasiado ingenuo será pretender que no lo haga, y precisamente ahí el asunto se complica.

Un estudio realizado por la Universidad de Granada en España analizó 163 series de dibujos animados de distintos países. De los 621 personajes revisados, solo un 33,6 por ciento eran mujeres y asumían, casi siempre, papeles de villanas o novias, madres o acompañantes de los protagonistas. Más preocupante aún, la mayoría de los roles femeninos estaban asociados a estereotipos negativos: eran consumistas, superficiales, celosas y obsesionadas por su aspecto físico y por agradar a los demás.

Un dato clave rescatado por el estudio fue quiénes se encontraban detrás de estas producciones: más del 90 por ciento de las series animadas tenían directores hombres. La cifra es un claro reflejo de la dificultad de las mujeres para alcanzar puestos de dirección en el cine y la televisión, y podría estar relacionada con lo que luego se cuenta sobre ellas en series y películas.

Cuando Disney pone las normas

En la serie de Mickey Mouse, Minnie y Daisy llevan tacones, vestidos y lazos para realizar cualquier tarea. Foto: Europosters.

Hablar de “muñequitos” sin hablar de Disney es casi imposible. La súper industria de entretenimiento es una de las grandes creadoras de referentes infantiles. Mickey y Minnie Mouse, los tantos personajes de Pixar y su popular universo de princesas, entre muchos otros, se posicionan como personajes favoritos para miles de niños a lo largo del mundo. Fuera de las pantallas, los acompañan juguetes, ropas, útiles escolares y cuanto objeto utilicen.

Tales niveles de difusión son al menos preocupantes, cuando se revisan todos estos animados desde una perspectiva de género. Porque en asuntos de sexismo también llevan su parte y comienzan en una de sus series icónicas: La casa de Mickey Mouse. En estos “muñequitos”, aparentemente inofensivos, Minnie y Daisy llevan tacones, vestidos y lazos para realizar cualquier tarea: ya sea trabajar en el huerto o cocinar. Tampoco las dejan hacer mucho más.

En dicha serie, como en muchas otras, los roles femeninos llevan saya o vestido, maquillaje y algún adorno en el cabello. Están codificados por colores: rojo, rosa y naranja no pueden faltar. Si hay más de una chica, entonces la más ruda o valiente puede vestir de azul o amarillo.

De vuelta a la casa del ratón, y más allá de la apariencia física, Minnie y Daisy se dedican a plantear dudas y transmitir valores. Cuando tienen que conseguir algo de Pete (el antagonista habitual de Mickey), recurren al coqueteo y la súplica. Las soluciones a los problemas siempre vienen de la mano de personajes masculinos.

Algo similar sucede con las icónicas princesas de Disney. Un estudio reciente, desarrollado por la Universidad Brigham Young en Estados Unidos, analizó cómo contribuyen a implantar estereotipos de género en la mente de los niños.

Durante un año los investigadores estudiaron la relación de 198 infantes en edad preescolar con estos personajes. Confirmaron que sus películas son universales: el 96 por ciento de las niñas y el 87 por ciento de los niños consumía sus contenidos. Además, concluyeron que las niñas que más veían o jugaban con princesas, tenían más probabilidades de desarrollar comportamientos femeninos estereotipados. La profesora Sara Coyne matizó que estas formas de ser no son malas en sí mismos, pero pueden influir en el desarrollo a largo plazo.

“Las niñas que se adhieren con fuerza a los estereotipos femeninos de género piensan que no pueden hacer algunas cosas. No sienten que puedan ser buenas en matemáticas y ciencias. No les gusta ensuciarse, así que son menos propensas a probar y experimentar. Parece que también se sienten menos seguras respecto a su cuerpo. Las Princesas Disney representan uno de los primeros ejemplos de exposición al ideal de delgadez que luego nos acompaña toda la vida”, explicó Coyne.

Pero, ¿por qué sucede todo esto? Las primeras princesas, creadas a principios del siglo XX, representan modelos de feminidad sumisos, amables, siempre hermosos, asociados al ámbito doméstico y con apenas capacidad de acción. Blanca Nieves, Cenicienta o La Bella Durmiente buscan un príncipe que las salve de todos sus problemas –causados por otra mujer celosa y amargada- y las haga felices.

La sirenita Ariel, en tanto, decide estar con el príncipe a toda costa, aunque eso suponga ceder su voz y renunciar a su familia. "Admirada tú serás si callada siempre estás", le dice la malvada Úrsula, otra mujer. Este enfrentamiento entre mujeres por culpa, casi siempre, de un hombre, es uno de los principales problemas que desatan las princesas originales. Adiós a la sororidad, o lo que es lo mismo, a las alianzas entre mujeres.

Pero el asunto no termina ahí: ellas fueron frecuentemente representadas en tareas hogareñas y maternales. Bella cocina para la Bestia, Wendy se hace cargo de los niños perdidos de Peter Pan, Cenicienta lava, limpia, cose, Blanca Nieves otro tanto y Aurora menos, pero porque pasa media película dormida.

¿Disney feminista?

Princesas como Anna y Elsa han renunciado, de formas más evidentes, a algunos mitos machistas. Foto: Disney Studios.

Hace poco fue noticia como Disney se burlaba de sus chicas con corona. En la película Ralph rompe Internet una pregunta dio de que hablar: “¿Todos dan por hecho que tus problemas se solucionan cuando aparece un hombre grande y fuerte? Entonces, eres una princesa”.

Una investigación realizada por las lingüistas Carmen Fought y Karen Eisenhauer analizó el nivel de machismo en estas películas. Los resultados hablan por sí solos: solo un 11 por ciento de las alusiones a ellas en La Bella Durmiente, Blancanieves y La Cenicienta se dirigen a sus logros. El resto de diálogos celebran su belleza.

Mientras, en La Sirenita, Aladdin, Mulan y Pocahontas los hombres tienen el protagonismo y asumen el 60 por ciento de los diálogos. "Nos han enseñado a pensar que lo normal es lo masculino", explicó Eisenhaur, quien también resaltó cómo Frozen o Brave tenían resultados más favorables.

Y es que, de un tiempo para acá, las historias de Disney han comenzado a cambiar. Habían dado algunos pasos, ligeros, en los 90. Aunque las películas de esa etapa mostraron no pocos estereotipos de género, algunas protagonistas empezaron a cambiar las reglas. Jasmín se opuso a un matrimonio concertado; Mulan se disfrazó de hombre para proteger a su padre en la guerra; Pocahontas escogió defender y dirigir a su pueblo por encima del amor; Megara, la novia de Hércules, tocó el polémico tema de la violencia sexual: “Bueno, ya sabes cómo son los hombres: piensan que ‘No’ significa ‘Sí’ y que ‘Piérdete’ significa ‘Hazme tuya’”.

Pero han sido princesas como Rapunzel, Mérida, Moana, Anna y Elsa quienes han renunciado, de formas más evidentes, a algunos mitos machistas. No es casual que detrás de estas nuevas historias haya directoras y guionistas mujeres. Brave fue la primera película con la implicación directa de una mujer, Brenda Chapman, y Frozen fue escrita y co-dirigida por Jennifer Lee.

Tomemos como ejemplo a Elsa y Anna. Las protagonistas de Frozen ya revolucionaron en su primera entrega al demostrar que el acto de amor necesario para la salvación no necesariamente proviene de un hombre. Lo han vuelto a hacer en su nueva película, gran triunfo de Disney en el 2019.

"Los besos no salvarán al bosque", le dice una Elsa muy niña a Anna, quien juega a que dos muñecos se amen. Así comienza Frozen II, con una declaración de principios: basta ya de amor romántico. En la nueva historia de las hermanas de Arandelle, Elsa sigue buscando quién es hasta librar una deuda de la primera entrega: renuncia a usar corona y cumplir un rol que no eligió, que le impusieron. Y ahí va una enseñanza: una reina que renuncia para ser ella misma, sin príncipe, sin monarquía, sin patriarcado.

A la par, se refuerzan principios de sororidad y fraternidad. Cuando Elsa está en problemas no viene un hombre a salvarla. Una vez más, Anna, la pequeña hermana, cumple esa función sin juzgarla.

En Frozen, además, Kristoff, el novio de Anna, se roba las miradas al deconstruir el estereotipo de macho guerrero. Donde estaba un rudo peleador, salvador de damiselas en peligro y dueño de un castillo, ahora tenemos a un humilde recolector de hielo que, en vez de empuñar la espada, toca canciones con su laúd, expresa sus sentimientos sin vergüenza y cuando hace falta, ayuda -no salva- a las mujeres líderes.

Las nuevas princesas, menos sumisas y más emprendedoras, quiebran el principio patriarcal del hombre como centro y reinventan el concepto de mujer. Adquieren conciencia de sus capacidades, establecen redes de apoyo con el entorno, son protagonistas activas de sus historias y quiebran las pautas de pasividad y belleza vacía.

Pero no nos engañemos, esto no quiere decir que Disney sea ahora mucho más feminista que antes. Las mujeres siguen fuera de la dirección, producción y guion de la mayoría de sus películas. Muchos de sus directivos han estado envueltos en escándalos de acoso y agresión sexual en medio del movimiento #MeToo. Perder de vista todo ese contexto es pecar de ingenuos.

Algunas feministas, de hecho, consideran que estas películas son una faceta más del “patriarcado de consentimiento”, que disfraza el sexismo cultural bajo una careta de inocentes y apolíticas modificaciones.

“Si bien es cierto que Rapunzel, Mérida, Elsa y Anna han ganado independencia, libertad y autoestima como individuos, el vínculo hacia el cuidado, la emotividad y el sacrificio sigue vigente en este posible nuevo modelo femenino”, explican las españolas Delicia Aguado y Patricia Martínez.

En cualquier caso, algunas soluciones apuntan a asumir un rol activo como padres en la revisión de los animados que ven nuestros hijos. No se trata de aislar a los niños de todas estas películas, de algún modo les llegarán, sino de verlas con ellos y comentarle sus aspectos positivos y negativos para que sean más críticos.

Por ahora, como mamá, estoy un poco más tranquila. Ainoa podrá ver películas de princesas independientes, que no siempre usan vestidos ni visten de rosado, que no temen a ser ellas mismas y romper los cánones preestablecidos de una sociedad conservadora, que no necesitan príncipes y que, cuando los tienen, no se someten a ellos.

En vídeo, Disney se burla de sus princesas

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