Aracelys Rodríguez Malagón - Red Semlac.- Entre las deudas históricas que deben saldar y replantear los nudos feministas en Cuba, están las que se corresponden con las violencias simbólicas. La construcción histórica de la imagen femenina está hilvana por varios hitos y la belleza se lleva el gran premio. Como trofeo, se alza el cabello: preferiblemente caucásico, lacio, largo. Esos son los cánones que han determinado, por décadas, el discurso de la feminidad, la belleza y la sexualidad, entre otros atributos.


Estos códigos responden a requisitos eurocéntricos, preestablecidos desde siglos de herencia, entre los cuales no había espacio para el cabello afro y, por tanto, de ahí su rechazo intrínseco desde lo cultural y lo social. Ese estereotipo lleva consigo toda la carga de ese simbolismo histórico y discriminatorio con el cual se representa, aun hoy, no solo la raza que lo porta. Va mucho más allá: el cabello afro, en última instancia, simboliza clase, posición laboral y aceptación social, entre otras variantes.
Llevar el cabello afro no es solo una cuestión de estilo. Es también un sello que llega a formar parte de un discurso político, como símbolo de resistencia. Es un cimarronaje visual ante las normas impuestas por la colonización -hoy “colonialidad”. Se hace muy difícil comprender todas las violencias que ha encerrado -y que encierra- dentro de lo que quizás, desde la simple percepción, pareciera un mero análisis de la moda o del gusto estético, pero que en realidad pasa por el orden histórico-racial, social y económico.
El rechazo a “los rizos” es un acto discriminatorio tan lacerante y desgarrador como cualquier otro y afecta tanto a hombres como a mujeres, aunque en estas últimas surte un efecto mayor, pues en la estructura de la conformación machista de la “imagen” visual de la mujer, el pelo es una condición esencial. Así, este rechazo forma parte de las violencias simbólicas y psicológicas, bien definidas por las teorías de género. Para enfrentar estos actos hay que partir de enseñar a estas mujeres y hombres a amar, respetar y entender su cabello afro, desde la auto revalorización, una herramienta vital descodificadora de las estéticas impuestas.
El camino para romper estas violencias parte de despojar al lenguaje de todos los adjetivos negativos que se utilizan para nombrar este tipo de pelo y que son parte de la violencia verbal que reciben las personas que lo llevan. Proveer a las peinadoras de herramientas para enfrentar estas discriminaciones fue un ejercicio práctico contra estos tipos de violencias, realizado durante el II taller “Trenzando Identidades”, que se celebró en noviembre de 2019. Facilitado por Nella Arrechea y coordinado por El Club de Espendrú, fue un espacio dedicado a peinadoras de barrios.
El objetivo principal fue descolonizar el cabello afro en todas sus dimensiones, empoderar a las personas y, en especial, a las mujeres negras, como parte de un proceso que tiene mucho que ver con la reivindicación de la historia, la aceptación, el autoreconocimiento y la autoestima. Estos elementos fueron puestos como núcleo central en el taller de capacitación, exaltando las virtudes del cabello afro natural.
“Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces de un árbol, suave como la espuma”, reza un antiguo proverbio anónimo. Como ejercicio educativo y de conciencia, resulta primordial construir de conjunto de adjetivos positivos para denominarlo y, a su vez, empoderar a las peinadoras, teniendo en cuenta que ellas poseen un saber empírico y son quienes tratan, de manera directa, con las mujeres que llevan el cabello afro natural. Por tanto, también son las principales encargadas de trasmitir el respeto por ese cabello, en contra de los mitos legendarios que lo signan.
Nella enfatizó que la fórmula para enseñar a amar el cabello afro es poner mucha pasión cuando se trabaja con él, para después poder conocerlo desde su interior y lograr enamorarse de su belleza. Solo así se obtiene un resultado con la calidad requerida y el nivel de conciencia necesaria. Todos los detalles son importantes en su manejo y cuidado, teniendo en cuenta cómo separarlo para su lavado, el agua que se utiliza, los productos naturales adecuados para limpiarlo, suavizarlo o hidratarlo; así como el peine o cepillo correcto para desenredarlo.
La especialista mostró también que hacer trenzas requiere del cumplimiento de determinados parámetros (separación, línea, tención, terminación, etcétera), que debe tener el tejido según el tipo de cabello y las técnicas a utilizar (con cabello natural o extensiones). No se trata de trenzar por trenzar. La técnica se debe dominar según el estilo que prefiera la persona a quien se peina y para evitar deterioro, alopecia, caspas, entre otras amenazas.
Esa es la esencia para obtener un cabello afro excelente, sano y estéticamente bonito. Durante la sesión quedó claro que el afro es un tipo de pelo con el cual se puede hacer lo que se desee y que crece como ocurre al cabello caucásico o de otro tipo; solo lo hace de una manera diferente.
El tratamiento del cabello afro es una de las herramientas que las peinadoras pueden utilizar para desarrollar emprendimientos económicos, aun cuando no esté reconocido de manera formal. Aunque ellas mismas no se vean como emprendedoras, tienen que sentirse como tales para que puedan revalorizar sus saberes. Tener un plan de negocio es básico: qué quieren hacer o cómo lo van hacer, con los recursos que tienen. Solo así pueden convertir su trabajo llamado “informal”, a menudo desvalorizado, en un negocio real que les permita un verdadero sostén económico.
Brindar el servicio desde una conciencia de género pasa por comprender que es parte de la lucha contra las violencias. No es simplemente dejar de colocar implantes, extensiones o planchar el cabello, sino mostrar a las personas, con profesionalidad, que llevar el cabello afro es un problema de gusto estético, pero discriminarlo es un acto de violencia. También se relaciona con el hecho de que las peinadoras pueden enseñar este cabello bonito, cuidado, y además contar la historia de lo que ha significado, a través del tiempo, portarlo de esta manera.
Se trata de explotar al máximo la relación especial de confianza que se crea entre peinadora y cliente, para concientizar y valorizar. Muchas mujeres solo desnudan su pelo natural (quitándose los implantes o las extensiones) ante las peinadoras. Aprovechar esa complicidad, que a veces no existe siquiera con sus parejas o familiares, para darle el valor al pelo natural, es muy importante para elevar su autoestima que por años les ha sido negada. Para hacerlas sentir que son verdaderamente hermosas. Aunque luego les vuelvan a colocar sus estilos preferidos, este es un ejercicio antidiscriminatorio y de autovaloración, que las hace, por unos minutos, verse ellas mismas con toda la belleza que irradian como mujeres negras.
Partiendo del criterio de que se debe enseñar a quienes educan, la escuela politécnica donde se forman peluqueros y peluqueras también fue invitada al taller “Trenzando Identidades”. Alumnado y claustro reconocieron la ausencia de un programa de estudios para tratar el cabello afro natural, poniendo en evidencia que la problemática es invisibilizada desde las instituciones de la enseñanza, pese a tratarse de programas metodológicos que se establecen a nivel nacional.
Por tanto, no resulta extraño que cuando una persona con cabello afro entra a una peluquería convencional, hay profesionales que no le quieren arreglar el pelo (excepto para desrizar), con lo cual, otra vez, se discrimina sobre todo a las mujeres negras, incluso en peluquerías “especializadas”, con estilistas de renombre. Estas violencias simbólicas se ejercen como un acto natural.
Estudiantes y profesores confirmaron la necesidad de talleres similares y agradecieron la experiencia. También preguntaron mucho y cuestionaron que en un país donde existe tanta población afrodescendiente no se les enseñe en las escuelas especializadas a tratar este tipo de cabello.
Es en este punto que las peinadoras tienen una gran ventaja con respecto a peluqueras, peluqueros y estilistas, pues sus saberes con el cabello afro son aprendidos por trasmisión familiar o de manera individual, en la práctica, a partir de identificar que tenían determinadas habilidades y, sobre todo, una vía para mejorar sus economías.
Otra evidencia de violencia simbólica es que mientras el trenzado es un trabajo mal remunerado y subvalorado, en relación con el tiempo que consume; poner extensiones e implantes resulta mucho más rentable. Para algunas mujeres negras, llevar el pelo desrizado o con implantes sigue siendo una condición sine qua non para existir, como resultado de las violencias psicológicas a las que son sometidas en el transcurso de sus vidas.
Hay peinadoras que aún están en el proceso de negación de sí mismas, pues no se reconocen con su cabello natural. Otras, confiesan que ellas mismas llevan implantes porque no están preparadas para enfrentarse a la sociedad con su pelo natural, no se sienten cómodas. Y cuando lo han hecho, han sentido el repudio social. Pero fue importante el ejercicio de aprendizaje y deconstrucción de aquellos códigos estéticos que han marcado los tópicos de belleza, a través de la historia, y en los cuales las personas negras, con sus características fenotípicas y sus cabellos, no han tenido aceptación.
Tener como premisa que la discriminación del cabello afro es una forma de violencia simbólica y psicológica con la que hay que romper; que no se trata solo de un asunto estético, y promover el análisis profundo sobre lo que encierra y sus consecuencias, es una meta del Club del Espendrú, desarrollada a partir de acciones participativas y proyectos socio culturales, como el referido taller. Pero es necesario sumar a toda la sociedad, sus instituciones y organizaciones, para articularse en la creación del programa nacional contra la discriminación racial. Se trata de una prioridad impostergable. Urge colocar estos temas en los programas educativos y metodológicos a nivel nacional. Asomarse a estas formas de violencia es otra manera de mirar la problemática racial, atravesada por el género.

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