Lisandra Chaveco - Revista Mujeres.- Mientras la Covid-19 recorre el mundo, otra pandemia arrasa corazones y cobra también miles de almas. Y es que cada vez más se azuza el odio hacia lo diferente y se tratan de imponer a toda costa los modelos más ultraconservadores. Los ejemplos, innumerables y en disímiles ámbitos, que van desde la oleada racista y fascista que recorre Norte América y otras regiones de Occidente, la cruzada contra los gobiernos progresistas en América Latina hasta el auge de los fundamentalismos en la región.


Pero por ahora centrémonos en los derechos de las personas a disfrutar de una sexualidad libre, segura y placentera, uno de los tantos derechos humanos reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas y que con tanta frecuencia se vulnera, bajo el peso de tradiciones y prácticas culturales hegemónicas.

Con una imposición que data de siglos, la cultura europea occidental ha legitimado el reconocimiento de los géneros: hombre y mujer. Binarismo que ha logrado atrapar “en el cuerpo equivocado” a miles de vidas, presas de los prejuicios y la discriminación.

Sin embargo, es oportuno preguntar en este punto, ¿es realmente ‘antinatural’ quebrantar los límites inflexibles de dicha imposición binaria?, tal y como la moral occidental y cristiana ha predicado tras la colonización.

 Las sociedades originarias en nuestra región reconocían una gran diversidad de identidades de género -y hasta las consideraban «una bendición del Creador»- sin que ocurriera ninguna catástrofe por ello.

 Según reconoce el sitio Indian Country Today las tribus nativas de América diferenciaban hasta cinco géneros, eran mucho más abiertas en lo que respecta a los roles sociales y la sexualidad de los miembros de la sociedad.

De hecho, antes de que la colonización y el cristianismo llegaran al continente, entre las comunidades originarias las personas que presentaban o se identificaban con características de ambos sexos eran valoradas por sobre las demás ya que se creía tenían la capacidad de entender las cosas desde ambas perspectivas.

Para los nativos americanos, no existían “roles” o “reglas” que  hombres y mujeres debían cumplir con el fin de ser considerados integrantes «normales» de su tribu. Las personas eran valoradas por sus contribuciones a la comunidad, más allá de su masculinidad o feminidad. No se asignaban roles de género a niñas y niños, cuyas ropas tendían a ser neutrales. No existían, además, preconcepiones o ideales con respecto a de qué forma una persona debía amar; simplemente era un acto que ocurría sin juicios alrededor.

Según se refiere en Indian Country Today estas comunidades reconocían distintos géneros, parecidos: mujer, hombre, mujer de dos espíritus, hombre de dos espíritus, y transgénero.

Al contrario de nuestra cotidianeidad, las personas con ‘dos espíritus’ en la América pre-colonizada eran altamente veneradas, y las familias que tenían integrantes así entre ellas era considerada suertuda. Se creía que el hecho de que una persona pueda ver el mundo con los ojos de ambos ‘espíritus’ (femenino y masculino) al mismo tiempo era un regalo del Creador.

“El fenómeno no sólo se vio en la región de Norteamérica. Existen evidencias de que los monjes católicos españoles destruyeron, también, muchos de los códices aztecas con el fin de erradicar los relatos y las creencias nativas tradicionales, una de ellas la de los ‘dos espíritus’. A través de esta serie de esfuerzos, los cristianos forzaron a los nativos americanos cuyo actuar no contemplaba estas normas a vestirse y actuar de acuerdo a los nuevos roles de género designados por ellos”, precisa el propio sitio.

La cultura de los ‘dos espíritus’ fue una de las primeras costumbres que los europeos trataron de destruir y desaparecer de la historia. La influencia religiosa occidental generó serios prejuicios contra esta forma de diversidad de género practicadas por los pueblos originarios, lo que obligó a las personas afectadas a tomar una de las dos opciones forzadas o esconderse para proteger la vida.

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