Marilys Suárez Moreno - Revista Mujeres.- El rostro amoratado de la muchacha, mostraba claros signos de golpes. Había salido para la calle y desde la acera le lanzaba improperios que soliviantaban más al hombre. El último empujón que le dio la hizo caer al piso, mientras su pareja salía caminando como si tal cosa. Nadie intervino El comentario de la vecina fue tajante: “Eso es todos los días. Ahorita se arreglan”.


Tan antigua como la propia historia de la humanidad, la violencia contra las mujeres tiene múltiples caras y se respalda en cifras que llegan a ser inquietantes en el terreno socioeconómico e impactante en términos físicos y emocionales.

Fenómeno poco visible, drama con ribetes de tragedia, afán de dominio y control del comportamiento ajeno. La violencia es una de las más atroces manifestaciones de desigualdad y discriminación que enfrentan en su vida cotidiana  las mujeres en muchas partes del mundo.

 La verdad es que, en pleno siglo XXI, los golpes silencian todavía a aquellas mujeres que afrontan una situación de desigualdad real en que la violencia intrafamiliar constituye una bochornosa página en la historia de los derechos humanos de esta parte de la población, máxime cuando se sabe que más del 90% de las víctimas de violencia doméstica corresponde justamente e ellas.

Para los violentadores no hay límites de edad, nivel de escolaridad, raza o condiciones socio-económicas y culturales. Arraigada en la sociedad y en algunas mentes, ese querer mandar por la fuerza destroza vidas, destruye la salud, perpetua la pobreza e impide lograr la verdadera igualdad de la mujer.

En opinión de los expertos, la violencia de género causa más muertes e incapacidad entre las mujeres de 16 a 44 años, que el cáncer, los accidentes del tránsito e incluso la guerra. Hoy, los hechos  de intimidación contra la mujer, particularmente en el ámbito doméstico y conyugal, toman visos de pandemia. Las cifras de mujeres asesinadas o violentadas abarcan otras latitudes. Patrón conductual reflejado en la agresión física y sexual y en el asesinato, lo que se conoce por feminicidio y en la que países como España, México y Guatemala reportan miles cada año.

Reconocido en 1992 como problema de salud pública, la coacción física y mental contra las mujeres entró en la clasificación de enfermedades; no porque lo fueran, sino porque los golpes y traumas derivados de golpizas provocan padecimientos que requieren de tratamiento físico y mental, pues la mujer que acude a los servicios médicos, lo hace en ocasiones por padecer patologías derivadas de palizas y lesiones traumáticas.

Cualquier acto de este tipo basado en  la condición de género y que tiene  como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, es considerado como violencia contra las mujeres. Los especialistas en el tema aseguran que el sexismo va desde el entorno familiar y la escuela hasta la sociedad en general,

Cuba no está ajena a este fenómeno, que tiene sus orígenes en las diversas formas de desigualdades que se establecen entre las personas, según criterios como el del profesor Dionisio Zaldívar, de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.

Las más insospechadas formas de amenaza transcurren en algunos hogares cubanos, puerta por medio, ya que  muchos maridos vinculan el poder con la fuerza, el abuso, el maltrato físico y de palabra. ¿Rezagos de una formación machista? ¿Aprendizaje trasmitido desde la cotidianidad familiar? En realidad, no pocos todavía justifican que los maridos laceren y menoscaben a sus esposas. “Algo habrán hecho, seguramente”, alegan los que asumen la degradación como un hecho natural.

El miedo a represalias impide a las víctimas  hacer la denuncia. A otras les avergüenza la situación y prefieren mantener el conflicto entre las cuatro paredes de su casa. Según los expertos, lo que prima en estos vejámenes, a los que no escapan las niñas, son las relaciones de insubordinación e inferioridad con el que algunos hombres juzgan a las mujeres. Desgraciadamente, aun prima en algunas una especie de mansedumbre, de desvalorización de lo femenino frente a lo masculino.  Para estos cromañones de la modernidad, sus parejas e incluso hijos, deben de entrar en la nómina de los maltratados, si de hacer valer sus puntos de vista se trata.

 Atrapadas en ese infierno degradante de golpes, ofensas, humillaciones y agravios, muchas aceptan en silencio su destino y hasta lo trasmiten  a  los hijos, merced a una educación regida por la cultura del patriarcado. Víctimas, además, de abusos y agresiones sexuales de allegados o conocidos. En la ocurrencia de esos vejámenes priman las relaciones de sometimiento e inferioridad.

El flagelo carcome donde quiera se que se afinca. De hecho, el maltrato y la intimidación física durante la infancia pueden causar traumas y trastornos de la conducta difícil de curar y perdurables en la adultez. El niño que mediante gritos quiere hacer valer opiniones o derechos en sus juegos infantiles o es testigo de actos de ultraje entre sus padres o hermanos mayores, llegará a asumir la violencia como algo normal, además de correr el riesgo de padecer depresión en la adultez, en comparación con sus similares no maltraídos, según estudios especializados sobre el tema.

La solución no esta en ocultar el fenómeno, aceptarlo como algo inexorable o asumirlo como un “problema ajeno”. Ante todo, hay que hacer visible tales comportamientos, precisados de una sensibilización mayor de la sociedad y de la propia familia. Vale recordar que desde 1999 y a pedido de la Federación de Mujeres Cubanas, el Parlamento incorporó al Código Penal un agravante que permite que cuando haya vínculos de afinidad o consanguinidad la pena por el delito resulte mayor.

Para prevenir el mal hay que conocerlo, sacarlo puertas afuera, hacerlo visible y combatirlo desde desempeños diferentes, a partir de una sensibilización mayor de las involucradas y las entidades pertinentes.

 Las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia de la FMC, los Tribunales de Familia y otras instituciones o dependencias especializadas a las que las mujeres vulneradas pueden acudir en busca de ayuda, son una muestra, aparte de la validez de otros servicios de terapia sexual.

La oposición a estos hechos exige de la participación sistemática, activa y coordinada de todas las instituciones que actúan en la sociedad para crear estrategias de enfrentamientos más punitivas. Solo así, los golpes del silencio tendrán la percusión que las víctimas reclaman y merecen.

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