Natividad Guerrero. Doctora en Ciencias Psicológicas - Red Semlac / Foto Diario Digital Nuestro País.- Las interrupciones voluntarias del embarazo en la adolescencia suelen ser eventos que no pasan inadvertidos, pues se considera –a nivel popular y también científico- que estas edades no son las más apropiadas y pertinentes para engendrar una nueva vida. Mucho menos para asumir la maternidad de manera responsable, no porque las adolescentes no quieran, sino porque aún no están preparadas biológica, psíquica y socialmente para un rol tan serio, que llega para asumirse durante toda la vida.


Este consenso respecto al embarazo y la maternidad adolescentes deviene una tremenda implicación social desde los procesos de Educación Integral de la Sexualidad (EIS), procesos estos que suelen ser evadidos, insuficientes y hasta devaluados por muchos actores, quienes, por su desempeño social, deberían estar preocupados y ocupados en garantizar acciones que promuevan, con la estabilidad y calidad que se requiere, la formación en torno a la sexualidad.

Aquí comienzan las violencias sutiles, pues la EIS es un derecho de todos y todas, pero especialmente de las jóvenes generaciones, teniendo en cuenta que, para garantizar su salud sexual, deben aprender desde la infancia los contenidos que les corresponden, así como los comportamientos de autocuidado e higiene que influirán en una vida adulta sana.

Al ser un derecho, adolescentes de ambos sexos deberían llegar a esta etapa informados de cómo asumir prácticas saludables, entre las que se encuentran las sexuales. Pero esto no siempre ocurre, ya sea porque se les oculte el tema o porque se evadan las preguntas que hacen. El hecho es que niñas y niños suelen mantenerse lejos de una realidad que es condición intrínseca de cada persona: ser sexuada. Entonces, tienen el derecho a que se les prepare para sumir con responsabilidad su vida sexual que, en estos tiempos, comienza a edades más tempranas.

Tanto a educadores como a madres y padres les cuesta trabajo saber cuándo es el momento, cómo prepararlos y cómo, al menos los docentes, deben recibir preparación en su formación curricular para afrontar esta responsabilidad.

La formación de las infancias, adolescencias y juventudes corresponde de forma mancomunada a múltiples sectores que interactúan en la sociedad. Toda vez que se trata de una formación integral, ellos necesitan de todos los actores sociales quienes, con mensajes coherentes, deberían aportarles una concepción del mundo relacionada con la relaciones interpersonales, así como prácticas, reflexiones y un actuar cotidiano saludable, para que puedan aprender a partir, incluso del ejemplo mostrado por esos adultos, familias, maestros, vecinos, entre otros actores que les rodean.

Las familias deben ser conscientes de que les corresponde educar con su comportamiento cotidiano, que niños y niñas observan y aprenden los hábitos por imitación y también desde las normas y reglas con que se establecen sus dinámicas. Esta es una de las mejores formas de formar y ayudar a crecer, sobre todo cuando el ambiente es amoroso, respetuoso y constructivo. En estos tipos de hogares fluyen los afectos, la solidaridad, la lealtad, el altruismo, valores importantes en la formación de las generaciones más jóvenes y que constituyen recursos útiles para la convivencia durante toda la vida.

De regreso al embarazo en la adolescencia y las violencias sutiles, vale decir que cuando en un núcleo familiar se presenta este evento, por lo general sorprende. Y la sorpresa tiene que ver con cuánto esa familia está al tanto de su hija, nieta, sobrina…, pero también con los aprendizajes que ella tiene sobre sexualidad y su nivel de responsabilidad consigo misma.

Constituye una forma de violencia sutil el dejar la responsabilidad familiar, en cuanto a la sexualidad, a otros actores; el no estar al tanto de lo que hace la adolescente, con quién se reúne y comparte o se divierte, no estar al tanto de cómo piensa; incluso, es sutil la violencia cuando no se busca ayuda profesional, cuando no se siente la familia en capacidad para atender la situación que tiene en casa.

Se violenta a muchachas y muchachos cuando se deja para después lo que se sabe urgente y se deja que descubran todo sobre las sexualidades sin acompañamiento, o solo desde la experiencia de amigas y amigos, quienes no siempre son contemporáneos, ni les conducen por los caminos más saludables, sino por atajos que dañan y dejan huellas que a veces tienen consecuencias negativas, como la prostitución y las drogas, además de las infecciones de transmisión sexual (ITS) y los embarazos.

Detrás de estas situaciones se instalan fenómenos como los ya mencionados: con frecuencia, hogares que no cumplen sus funciones o cumplen una u otra, cuando es preciso cumplirlas todas: económicas, educativas y culturales.

Cuando se está ante un embarazo en la adolescencia, hay quienes piensan que es mejor interrumpirlo y quienes apuestan por continuarlo; cualquiera de los dos caminos ensombrece el futuro, sobre todo de las muchachas. Una interrupción las libera de la maternidad, pero al ser generalmente una intervención quirúrgica, pone en riesgo su salud. Incluso, cuando son reincidentes, pueden llegar a quedar estériles, entre otras consecuencias que pueden cambiar de alguna manera el curso de sus vidas. El otro camino transforma sus proyectos, aunque a veces, con apoyo y esfuerzos puede enrumbarse pasado un tiempo. Pere este escenario casi nunca sucede, de acuerdo con resultados de estudios de la doctora Matilde Molina, investigadora del Centro de Estudios Demográficos (Cedem), de la Universidad de la Habana. Ellas quedan desfasadas de sus contemporáneas y no siguen sus estudios; generalmente, tienen otros hijos antes de los 20 años.

Uno y otro proceso: interrumpir el embarazo o continuarlo, implican procedimientos en los que se interactúa con diversas personas, pareja, familiares de ella y a veces de la pareja, amistades y personal de salud. En estos casos, muchas veces las reflexiones, preguntas y hasta decisiones en torno a dicho embarazo se toman al margen de la muchacha o reprochando su situación. Aquí se está en presencia de otras violencias que, a veces, no son tan sutiles.

Preguntas como: “¿quién te hizo eso? ¿Cómo es posible? ¿Cuándo fue?”..., sin dar tiempo a escuchar las respuestas, o expresiones al estilo de: “¡Eso no se queda así! ¡Sabía que iba a pasar, estaba muy suelta! ¡Si tuvo madurez para hacerlo, ahora que lo asuma y no se queje!”, a menudo hacen que las muchachas oculten todo lo que pueden el embarazo o, en otros casos, lo confían a la persona que consideran más apropiada, no siempre de su familia. Pero, por lo general, sienten miedo, angustia, sufren ante la idea de tener que decir lo que les está pasando. Cuando esto ocurre, se les violenta porque apenas tienen la seguridad de que su mamá y papá las apoyen desde el primer momento y ante cualquier circunstancia. Se sienten solas.

Violencia sutil también es que no se les ofrezca un tratamiento diferenciado en los servicios de salud. Ellas requieren, por sus particularidades biopsicosociales, una atención personalizada. Aunque por su desarrollo físico parezcan mujeres jóvenes, son casi niñas y su mundo interior demanda apoyo, ayuda, una excepción en el trato, más explicación, más intercambio e información acerca de la salud reproductiva. Cuando esto no sucede, suele ocurrir que en menos de dos años vuelven a solicitar estos servicios.

Algunas se resignan pensando en que ya nada volverá a ser como antes, otras no alcanzan a percibir el grado de responsabilidad que tendrán y creen que es como un juego. Unas y otras, al seguir la maternidad, sienten miradas inquisidoras, la crítica y los comentarios de quienes no siempre las alertaron ni les previnieron. Todo esto es violencia sutil y son eventos que pueden preverse con Educación Integral de la Sexualidad, con amor, con más dedicación, con respeto a estas edades, con prevención.

Los procesos de crecimiento son más o menos saludables y armónicos en dependencia del acompañamiento con que cuenten; de los adultos responsables, del medio en el cual conviven, de las personas con las cuales compartan, de la filosofía de vida con que han ido creciendo y sustentando sus comportamientos y sus valores.

Entonces, las interrupciones del embarazo y la maternidad en la adolescencia pueden ser evitadas, disminuidas, pues en la mayoría de los casos no son planificadas, son accidentes que responden a desconocimiento, a la no previsión y protección dada la práctica no prevista. Otras actúan como lo hicieron sus madres y/o abuelas en otros tiempos. Algunas tienen la errónea idea de retener a la pareja si les paren un hijo o hija, o piensan que es una vía de garantizar que alguien las mantenga.

De lo que no hay dudas es de que, al menos en Cuba, la opción del crecimiento de la población no puede pasar por colocar la responsabilidad en las muchachas que atraviesan esta etapa de la vida, cuando en los 10 siguientes años, incluso 20, cuentan con el respaldo científico que reitera la viabilidad y garantía de una mejor gestación y salud de la descendencia; cuando, además de las condiciones físicas, en ese período se puede contar también con mejor situación económica, psicológica y social, lo que contribuye a una maternidad saludable.

La decisión de interrumpir un embarazo es decisión de dos, es responsabilidad de la pareja, lo cual ocurre si ambos están integrantes aptos para ello. Cuando se es adolescente, tener que tomar una decisión de esta envergadura es violentar la naturaleza misma de la etapa por la que transcurre la vida de quien, en última instancia, decide.

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