Marilys Suárez Moreno - Revista Mujeres.- Con más de 50 años en sus  costillas, Matilde de la Caridad Rodríguez tomó el camino de las aulas. Había logrado alfabetizarse durante la Campaña de Alfabetización y quería acceder al sexto grado. Como tantas mujeres de aquellos años primigenios de la Revolución, el boom de la educación las fue atrapando.


La escolaridad alcanzada  por ellas  a lo largo de estas  décadas de Revolución, se inserta entre las grandes conquistas revolucionarias. Llevar a las aulas a aquellas que las abandonaron por razones diversas, entre otras, que las funciones que esperaban a la mujer no  requerían en el pasado de una preparación superior a la escuela primaria, fue objeto desde el primer momento de un trabajo conjunto entre el Ministerio de Educación y la Federación de Mujeres Cubanas.

 Después de la Campaña de Alfabetización en la que más del 50% de las mujeres fueron alfabetizadas, estas, especialmente las amas de casa y las campesinas, continuaron superándose. Así, se crearon Escuelas para Campesinas, para domésticas y de Instructoras revolucionarias.

La incorporación de las amas de casa a las aulas de superación estuvo entre las prioridades de la organización. En los locales de la FMC y en las casas de las propias federadas se instalaron las aulas para aquellas que por problemas de salud, hijos pequeños y otras causales, habían quedado rezagadas. Otro paso fue la creación de escuelas especializadas para formarlas como instructoras pedagógicas, maestras de montaña, telegrafistas, secretarias.

Asimismo, se viabilizó la incorporación de la mujer a centros de producción y servicios a tenor con las prioridades que planteaba el máximo órgano laboral. Pronto decenas de miles de ellas se capacitaron en cursos de corte y costura, educadora para los Círculos infantiles, avicultura, tractoristas, guías de transito, entre otros, que les garantizaron puestos de trabajo.

En todas estas escuelas y cursos, donde se impartieron además de las materias especiales, instrucción y cultura general y política, la Federación de Mujeres Cubanas jugó un papel de primerísimo orden, pues además de captarlas y lograr que matricularan, debían de vigilar el estudio, asistencia y promoción y preocuparse por crearles condiciones favorables para que no abandonaran las aulas y se incorporaran a la vida laboral.

Y además de prepararse y de ir ganando en escolaridad, trabajar de conjunto con las escuelas de enseñanza primaria y media para que el alumno no faltara a clases y los padres tuvieran conciencia de este deber. Representantes de la FMC integraron los Consejos de Escuela y formaron parte del movimiento de Madres Combatientes por la Educación, necesitado de renovarse en estos tiempos.

Este ascenso gradual de la mujer en el plano de la educación se ve coronado  hoy con cifras que en muchos países subdesarrollados son sencillamente un lujo. Ellas conforman más del 60%  de la matrícula universitaria y casi el 70% de los profesionales y técnicos del país, donde sus logros en este campo de avanzada  que es la ciencia y la técnica,  han devenido garantía de oportunidades para el desarrollo de las mujeres desde el triunfo mismo de la Revolución.

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