Ania Terrero - Cubadebate / Letras de Género (Imagen: Tecnológico de Monterrey).- Un par de anuncios circulan en las redes. Muestran a mujeres jóvenes, de cabellos largos y sonrisas relucientes, atendiendo llamadas telefónicas. Con solo fotografías no puedes escucharlas, pero se sobreentiende: son bonitas, agradables, complacientes. La Empresa Eléctrica de La Habana abre sus puertas para cursos de atención al cliente. Sin embargo, agregan: “Para ti mujer, es tu gran oportunidad para presentarte”. Parecen asumir que solo ellas encajan en ese tipo de trabajos. Los hombres no están admitidos o, al menos, no se les convoca.


Varios usuarios llaman la atención sobre la discriminación sexista implícita en la convocatoria, sobre el hecho de asociar automáticamente la dulzura y amabilidad con las mujeres y, por transitividad, a ellas con este tipo de plazas. “Esos trabajos históricamente los han hecho mujeres porque el concepto es que un macho puede trabajar en algo más duro y ahí va a estar ´subutilizado´", se lee en algún comentario.

Otros anotan que, incluso, la Empresa Eléctrica podría abrir el curso para todos, pero priorizando a las mujeres como un incentivo al empleo en este sector. No lo hace, los carteles diseñados para la convocatoria son claros: “El trabajo es para ti, mujer”. Pasan los días y no hay respuestas. Probablemente muchos otros usuarios asumen este tipo de críticas como extremistas. Sin embargo, convocatorias sexistas como estas contribuyen a remarcar roles de géneros que nos limitan y, en definitiva, hacen daño. 

Imagen: Empresa Eléctrica de La Habana / Facebook.

Tampoco es la primera vez que sucede. Durante los últimos años, con el auge de los negocios privados en la Isla, han sido frecuentes las convocatorias de restaurantes y cafeterías que buscan mujeres jóvenes, bonitas y sin compromisos para ocupar plazas de camareras o similares. Son reflejos de estereotipos que hemos arrastrado durante décadas en una sociedad aún muy machista.

Partiendo de la teoría, los roles de género son funciones que se asignan a las personas dependiendo del sexo con el que nacen y que, a largo plazo, marcan el modo en que se establecen las relaciones entre hombres y mujeres en la sociedad. Son transmitidos y adquiridos de manera casi inconsciente desde el nacimiento, a través de la familia, la educación, los medios de comunicación y otras vías. Empiezan con aquello de que los niños se visten de azul y las pequeñas de rosado, pero continúan presentándose de diversos modos en cada etapa del crecimiento.

En la adolescencia, muchas veces, a ellos se les enseña que no deben llorar, que los tipos duros no necesitan ser románticos, que mientras más novias tengan más hombre serán, que tienen que trabajar y llevar el dinero a casa. Y a ellas, casi todo lo contrario: que no pueden ser promiscuas porque serán valoradas como menos, que tienen que arreglarse y vestirse para atraer pareja, que hay cánones de belleza que deben cumplir, que, aunque estudien y se conviertan en buenas profesionales, la maternidad debe estar entre sus planes.

Van construyéndose, de a poco, los roles que los marcarán en el futuro y se dibujan bien pronto diseños muy esquemáticos de cómo deben ser y funcionar las relaciones de pareja y de familia. Las personas son influenciadas por formas de actuar, expectativas y obligaciones impuestas por estos roles. Los niños, al llegar a adultos, reproducen lo que consideran normal. Por supuesto, todo esto también influye en las ocupaciones que se entienden como adecuadas para unas y otros.

De este modo, a los estereotipos comunes de mamá que se queda en casa y papá que sale a trabajar, mujer cuidadora y hombre proveedor; se unen otros que intentan marcarlas en profesiones específicas una vez que se deciden a trabajar. En definitiva, a pesar de las tantas políticas diseñadas para incorporar a las mujeres en equidad a los diferentes sectores, aún queda mucho por hacer, sobre todo en el campo de las subjetividades y las percepciones. Los roles de género aprendidos durante décadas no se borran de un plumazo.

Aunque ellas son, por solo poner un par de ejemplos, más del 60 % de quienes se matriculan y gradúan de la educación superior en Cuba, son mayoría en la fuerza técnica empleada (66,2 %), constituyen el 60 % del total de ocupados en la economía con nivel superior y más de la mitad de los ocupados en las ramas de Intermediación Financiera, Educación, Salud Pública y Asistencia Social, las percepciones de la sociedad cubana aún las encasilla en labores “femeninas”.

Según la Encuesta Nacional de Igualdad de Género (ENIG), realizada en 2016, entre el 96 y el 99 % de las personas entrevistadas consideran como oficios adecuados para las mujeres ser secretaria, auxiliar de limpieza, enfermera, cuidadora de otras personas, maestra de niños preescolares y dirigente de alto nivel. En paralelo, los oficios de electricista, albañil, mecánica, carpintera y plomera solo son considerados “adecuados” para ellas por menos del 39 % de la población. 

En el caso de los hombres, la inmensa mayoría de las personas entrevistadas (99 %) considera que casi todos los oficios explorados son adecuados: la carpintería, ser dirigente de alto nivel, la plomería, la mecánica, ser policía/soldado, pescador, marinero, bombero, chofer de ómnibus, piloto de aviones, electricista, albañil y trabajador en el campo. En tanto, entre los menos adecuados identifican auxiliar de limpieza (45,3 %) y secretario (31,3 %). 

Otros datos de la encuesta llaman la atención pues confirman lo naturalizadas que están algunas percepciones en torno al comportamiento de mujeres y hombres. Un 44,8 % de los varones entrevistados está “de acuerdo” o “de acuerdo en parte” con que ellos son mejores para tomar decisiones. Mientras, la inmensa mayoría (65 %) continúa vinculando la expresión del cariño a la feminidad.

En ese contexto, los grandes esfuerzos para incrementar la participación laboral de las mujeres en igualdad de condiciones con los hombres aún no son suficientes. Existe una brecha de género que tiende a aumentar en los diferentes indicadores de empleo.

Según esta investigación, aunque el 56,8 % de la población cubana de 15 a 74 años participa en la actividad económica remunerada, hay un contraste marcado por el sexo. Mientras que el 68,7 % del total de hombres alcanza la participación económica remunerada, solo el 45,1 % de las mujeres de estas edades lo consigue. El 27,7 % de ellas declara dedicarse a los quehaceres del hogar, actividad cuyo valor económico aún no ha sido reconocido.

Con estos datos y percepciones como antecedentes, el hecho de que la Unión Eléctrica considere a las mujeres como ideales para plazas de atención al cliente, o que los negocios privados prioricen a muchachas jóvenes y graciosas como camareras no sorprende, pero preocupa. Estos prejuicios no son nuevos, son una expresión más de las tradiciones machistas que tanto trabajo cuesta superar.

La idea de que las mujeres son más dóciles, tiernas, frágiles y, por tanto, están destinadas a ese tipo de trabajo es ampliamente compartida aún. Por supuesto, como contrapunto, los hombres no pintan nada en ese tipo de roles demasiado “flojos” para su masculinidad heteronormativa. Quienes los asumen son automáticamente juzgados por ello.

Imagen: Empresa Eléctrica de La Habana / Facebook.

No faltarán quienes entiendan esta crítica como otra exageración de quienes escribimos esta columna. Sin embargo, hay un problema en la legitimación de estos prejuicios a través de instituciones públicas, negocios privados o empresas. Contribuyen a un circulo vicioso de discriminación que, en última instancia, nos limita a unas y otros a roles, ocupaciones o profesiones impuestas.

En un contexto marcado por iniciativas como el Programa de Adelanto de la Mujer (PAM), que confirman la intención del país en superar la discriminación de género y construir espacios de verdadera equidad, no caben este tipo de publicaciones y posicionamientos, sobre todo desde instituciones que forman parte del entramado estatal. 

Por supuesto, la solución no va de satanizar el post o sancionar al que lo hizo. No se trata de criminalizar ni de enfrentarnos a gritos. Pero, en lo que llega ese escenario ideal en el que realmente entendamos de qué va la equidad, es un deber de las instituciones públicas, empresas y negocios aplicar estrategias de género y aprender a comunicar de forma inclusiva

En ese camino, es necesario educar a quienes ocupan puestos de decisión o integran equipos de comunicación, potenciar cursos de género y construir espacios certeros de intercambio con la ciudadanía. Para que las críticas a carteles como estos no caigan en barril sin fondo; para que los estereotipos no sobrevivan a sus anchas.

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