Sara Más - RedSemlac / Foto cortesía entrevistada.- Aunque no siempre se les asocia o percibe como expresiones de violencia machista, los trabajos domésticos y de cuidado conectan con diversas expresiones de maltrato, bajo los dictados del patriarcado, la división sexual del trabajo y las tareas mal repartidas, en detrimento de mujeres y niñas. Una realidad que se agravó con la pandemia de covid-19, sostiene Georgina Alfonso, feminista cubana y directora del Instituto de Filosofía en la nación caribeña.


¿Cómo conectan las violencias machistas con el trabajo de cuidados?

La violencia hacia mujeres y niñas siempre se conecta a la cultura patriarcal, que subordina la mujer al hombre, justificado por su condición natural de parir, lo cual la convierte en eterna esposa, madre e hija. Desde la mirada machista, estamos siempre al servicio de cuidar a otras personas en detrimento de la propia vida y se establecen diferencias de género, basadas en la división sexual del trabajo, que asigna roles, valores, normas y símbolos desiguales a hombres y mujeres.
Con la pandemia de covid 19 se afianza el sentido común patriarcal de subordinación de las mujeres a los hombres, se acentúa la masculinidad violenta-opresora y la feminidad sumisa. Con la pandemia se profundizan las contradicciones socioeconómicas, son mayores las brechas de desigualdades por género, a las que se suman las de raza, etnia, edad, clases. Cuando hablamos de cuidados sin violencia, reclamamos un derecho humano universal, del cual son despojadas muchas mujeres.

¿Qué desigualdades sociales y violencias se asocian al cuidado?

Los tiempos económicos para mujeres y hombres son desiguales. La corresponsabilidad laboral, familiar y social incrementa las horas de trabajo para ellas y las deja en desventajas psicosociales para realizar su vida. La falta de integración entre las esferas que hacen sostenible la vida humana y la procurada autonomía de los mundos económico y social, en los cuales se establecen diferencias marcadas para las unas y otros, no deja que las medidas y soluciones sean coherentes e integrales. Ante la propagación de la covid-19, la ineficacia ha estado en la ineficiente planificación, organización y ejecución de soluciones para fortalecer los cuidados y reducir sus tiempos.
Las mujeres nos hemos incorporado a la vida pública y social sin dejar de asumir el trabajo de cuidados. Esto significa una sobrecarga y un movimiento continuo entre los espacios laboral, familiar, escolar, comunitario. Es un perenne ir y venir entre el trabajo remunerado y el no remunerado. Todos los trabajos de cuidados se enmarcan en “tiempo de mujeres”, de tareas invisibles, pero que reclaman sabiduría, paciencia, amor y energías. Los tiempos de trabajo son desiguales para mujeres y hombres; las mujeres son reconocidas solo en tiempos de hombres.
Ante la debilidad o directa ausencia de la provisión pública para resolver las necesidades de cuidado, los hogares recurren a comprar cuidado (si tienen la capacidad económica para hacerlo) o al trabajo no remunerado, provisto mayormente por las mujeres. Esto es un problema, no solo porque limita la realización de la vida de las mujeres, sino porque la sociedad se desarrolla de manera desigual. Ellas se han ido incorporando al mundo del trabajo remunerado de una manera vertiginosa, lo cual resulta desproporcional respecto a la entrada de los hombres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. La falta de concientización social y de políticas públicas hacia la organización social del cuidado reproduce injusticia y se convierte en un vector de desigualdad socio-económica.

¿Cuáles imaginarios se vinculan al trabajo de cuidado?

La vida cotidiana de las mujeres no escapa a la violencia patriarcal y la cultura machista. El machismo otorga solo a las mujeres, “por su naturaleza maternal”, la capacidad de abnegación, sacrificio y consagración para cuidar y exige moralmente un modelo tradicional de familia, donde ellas se hacen cargo del cuidado, sin reconocimiento económico.
La naturalización de las desigualdades de género, a partir de la división sexual del trabajo, requiere símbolos y representaciones para lo femenino y lo masculino. El hombre, obligado a mantener y aportar ingresos, es hombre económico con una masculinidad racional, distante, egoísta, objetiva y solitaria; se guía siempre por el sentido común, decidido a conseguir lo que se espera de él. El hombre económico carece de sentimientos, cuerpo, dependencia, comunidad, conexión, pasión y ternura. Las mujeres, cuando se incorporan como fuerza de trabajo a la economía, lo hacen como hombre económico.
La economía del mercado obliga a pensar la vida sin sostenibilidad. Para los hombres, la vida es una apuesta. Por eso, la esperanza de vida masculina se ve afectada por enfermedades, alcoholismo, accidentes, encarcelamientos, homicidios. Los patrones patriarcales convierten la violencia en un rasgo identitario masculino. Lo simbólico refuerza esta idea, con la imagen del hombre “duro”, “arriesgado” y “sano”.
La economía de la ganancia y el interés propone una masculinidad viril, independiente, competitiva. Un hombre dueño de su propia vida ¿Existe ese hombre? Para que exista un hombre exitoso, tiene que existir una mujer cuidadora que piense solo en el beneficio de él y se sacrifique por él. La mujer, en cualquier circunstancia, tiene que preservarse para cuidar.

¿Es la subvaloración económica del trabajo doméstico y de cuidado una expresión de la violencia económica que viven las mujeres?

La perspectiva de la vida desde la lógica patriarcal es siempre violenta y ubica a las mujeres y las niñas en condición de víctimas de violencias sucesivas, moralmente aceptadas. El trabajo de cuidados se asocia esencialmente con el trabajo doméstico y las mujeres pobres, escondiendo el aporte que se hace a la economía global.
Si bien regionalmente se constataron mayores inversiones directas e integración de las economías nacionales a los mercados globales con mayor incorporación de mujeres, hay grandes diferencias en la vida cotidiana de unos y otras. Aunque en muchos países las políticas de acceso a educación secundaria y universitaria favorecen más a las mujeres, la distribución de los recursos económicos sigue favoreciendo a los hombres. El embarazo adolescente y el retorno de las mujeres al hogar como cuidadoras expresa un tipo de violencia económica y social solapada en nuevos discursos economicistas y machistas sobre emprendimiento femenino para trabajos de cuidados, exclusivamente.

Cuáles son los principales desafíos para lograr reducir las desigualdades y violencias asociados al trabajo doméstico y de cuidados?

Las mujeres seguimos enfrentando de manera individual el problema de “conciliar” tiempos y trabajos, en detrimento de nuestra calidad de vida.
La propuesta es construir socialmente la organización integral del trabajo de cuidados con la participación concurrente de los hogares, el Estado, el mercado y la comunidad, para resolver la reproducción cotidiana de la vida. Es otra forma de hacer economía, funcionando bajo las lógicas de cooperación, reciprocidad y solidaridad.
Aunque no existe en Cuba una perspectiva integral del trabajo de cuidados, hay políticas públicas diferenciadas y procedimientos en diversas instancias de gobierno que establecen atenciones y acciones de cuidados disponiendo del uso de los recursos y su distribución. No obstante, el reconocimiento a las inequidades que provoca la ausencia de una organización social integral del cuidado hace que esta sea una aspiración para vivir en sociedades más justas e igualitarias.
Las experiencias acumuladas durante la pandemia, durante la cual las redes de cuidados familiares o sociales se convirtieron en soporte material y espiritual de la vida, nos permite hablar de propuestas validadas que se pueden incorporar a las políticas públicas existentes y a las normativas vigentes, para ampliar áreas y actores de incidencia.

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