Los gravámenes aduaneros a la importación, son una norma de los países económicamente organizados y aunque es una vieja práctica, actualmente se trabaja en aras de eliminarlos. Entre los productos que están en la mirilla, podemos mencionar los alimentos, aunque quienes tienen relaciones comerciales estrechas con Los Estados Unidos, deben hacerlo con discreción por el subsidio que éste país otorga a sus agricultores.
En una época, en la cual estos temas son debatidos y el consenso se inclina por su eliminación, la medida anunciada por el gobierno cubano de gravar los productos agrícolas, es inesperada y de no muy fácil explicación.
Especialmente para una economía estatalmente regulada como la cubana, que recientemente ha comenzado un desmontaje parcial de algunas de las estructuras estatales, con una reestructuración de sus métodos comerciales y productivos, reconociendo que determinadas actividades privadas son patrimonio de las iniciativas individuales, gravar los alimentos que ingresan a través de sus viajeros y fundamentalmente de sus emigrados, resulta insólita. Entre otras cosas porque cierra una ventana muy estrecha por donde ingresan millones de dólares en alimentos, de los cuales no todos van para los negocios establecidos, lo cual es legítimo. Algunas personas también venden quizás los excedentes de algunos de los productos que reciben a través de familiares o amigos que radican en el exterior, a personas que viven en un medio que aún no cuenta con las estructuras adecuadas para garantizar su existencia.
Las dificultades de algunos para adquirir íntegramente los alimentos que requieren o que en la mayoría de los caso gustarían adquirir para enriquecer su mesa, no es cuestión que se resuelva privando a quienes pueden. Desde el origen de la Isla, los más desposeídos, por las razones que fueran, han existido y no han tenido, ni tienen, ni tuvieron en las mejores épocas del subsidio soviético, acceso a una serie de productos.
La racionalidad que aplicamos a los países que reconocen las actividades privadas, especialmente los llamados capitalistas, que conceden a las corporaciones o a empresas sociales estrechamente vinculadas a éste, privilegios que realmente debían ser función única del Estado, no siempre la mejor comparación cuando analizamos las problemáticas de Cuba.
Cuba está en un proceso de reestructuración, lo cual tomará muchos años, especialmente porque intenta mantener la concepción social defendida durante cincuenta años de prédica, aunque en la realidad se haya separado de los métodos empleados antaño y recurra ahora a nuevos procedimientos e interpretaciones teóricas. Rusia, quien se apartara radicalmente de los criterios sociales que suponían defender, abrazando la economía estilo occidental en el año 1998, ocho años después de aquel rompimiento irracionalmente radical, tuvo una de las peores crisis y le tomó aún varios años más, para ingresar malamente en las prácticas económicas de los llamados capitalistas. O sea, aun escogiendo el camino considerado correcto por los capitalistas, no pudieron desenredar el entuerto creado en el sistema productivo durante setenta años y mucho menos en el financiero.
Para Cuba el proceso de ajuste y reformas seguramente será suave y con menos inconvenientes porque sus cambios vienen desde dentro, contrario a Rusia, donde los grandes países bajo la égida de Los Estados Unidos, hicieron malabares para controlar y dirigir el proceso, ante el temor de las ojivas nucleares en poder de aquel inmenso Estado.
El anuncio cubano de prohibir la importación de alimentos sin gravámenes, cuatro años después de permitirlo con carácter ilimitado, puede representar más problemas que soluciones. Al margen del desequilibrio que esto ocasiona en un mercado que en los últimos dos años se ha abastecido por esta vía, ahondará el bache económico de una organización que carece de proveedores mayoristas y desconoce aún los requerimientos de importación que nacen de las necesidades de abastecimiento del nuevo sector privado. Será un desequilibrio en una economía que a penas comienza a estrenarse, excepto que organicen un sistema mayorista que requiere tiempo, es renuente a las improvisaciones y cuyos productos finalmente puedan ser asequibles a través de una política racional de precios. Porque esto es lo que está justamente al centro de una prohibición que reduciría de inmediato ingresos alimentarios, sin desembolsos de divisas, por cerca de 80 millones de dólares anuales. Este cálculo es una apreciación basada en 400,000 pasajeros cubanos que, anualmente y como promedio mínimo, llevan consigo 200 dólares en alimento. Se calcula que la cifra de cubanos viajando a su tierra este año 2012 pudiera ser mayor y créanme, quienes viajamos sabemos que alcanzar la cifra de 200 dólares comprando alimentos diversos que no existe en las estanterías cubanas, es la mitad de la vuelta a un mercado.
La importación de alimentos sin gravámenes, carece de sentido en este instante, especialmente en un país que se reforma a sí mismo y busca establecer mecanismos permanentes de organización a todos los niveles, precisamente para hacer más justa la distribución y otorgarle un mayor disfrute a la ciudadanía. Eliminar de la noche a la mañana procedimientos que quizás sin proponérselo, resultaron eficaces para el abastecimiento, tanto para el comercial como para el individual, aun cuando no haya sido esta la razón que los originaron, denota cierto desequilibrio en la planificación del nuevo rumbo socio económico en el cual se han enfrascado el gobierno cubano y sus múltiples instituciones.
Quienes conocemos del tema económico y contemplamos el largo camino de países como Rusia, que aun habiendo roto con su pasado social, que no es el caso de Cuba, demoró más de quince años para adquirir cierta estabilidad, sabemos que el proceso de aciertos y errores en una reestructuración de esa magnitud, lleva tiempo. Sin embargo, es importante ser vigilantes de aquellas medidas que responden a criterios doctrinarios e ideológicos que puedan contradecir los planes de renovación y ajuste.
Por último la dirección cubana ha sido muy creativa y es de esperar que continúe por ese camino. Sobre todo siendo consistente con los ajustes y que este nuevo proceso no se convierta en algo circunstancial, lo cual sería síntoma de desconocimiento o estaría sustentado en la falsa creencia de que los métodos empleados hasta hace pocos años, no estuvieron equivocados.
La voluntad de hacer ajustes, requiere ser consecuente con el sostenimiento de los mismos, creer en ellos, dejarlos desarrollarse y no perder nunca de vista que el dinero no compra el poder. Eso es aplicable a los capitalistas pero que le pregunten a los chinos, aunque al decir esto no estoy aprobando ese modelo de Estado.
*Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en EE.UU. subdirector de Radio Miami
Fuente original: Martianos-Hermes-Cubainformación-Cubasolidaridad
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