Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Los procesos revolucionarios, están facilitados e imposibilitados por múltiples factores. El surgimiento de ciertos fenómenos retrasa durante su devenir y en épocas de rectificaciones se convierten en barreras que obstruyen las vías del progreso. Otros los impulsan.


Se habla mucho actualmente de la corrupción dentro de esos procesos, la cual surge en gran medida de la implementación de regulaciones divorciadas de las realidades y cuya razón radica en la improvisación y en magnificar las ideas. La corrupción es un flagelo mucho más malo que la contrarrevolución, sin la sutileza del oportunismo.

En los países capitalistas desarrollados es estimulada por la inversión de valores existentes y el estilo de vida que se desprende del mismo. En los más pobres es consecuencia, en parte, de las mismas razones, pero es exacerbada por la miseria en que viven las grandes mayorías.

Las indisciplinas sociales no son un obstáculo, sino simples fenómenos sociales existentes en todos los sistemas. Se resuelven con la presencia de autoridades del orden que tengan un adecuado entrenamiento y con instituciones jurídicas capaces de no exagerar las condenas ni minimizar las faltas. Para resolver estas cuestiones, no es necesario recurrir a movilizaciones apocalípticas, las cuales al final resultan más problemas que solución y que fueron un método de los procesos nacidos con la Revolución Rusa y empleados hasta que la realidad demostró su ineficiencia.

Pero el factor más sutil y con consecuencias más negativas para el desenvolvimiento del proceso, son los oportunistas, los cuales pretenden identificarse con los promotores de las nuevas ideas.

El método empleado para escalar la pendiente es el extremismo y la leyenda.

“Siempre detrás de un extremista se esconde un oportunista”. Es una frase lapidaria de Vladimir Ilich Lenin, líder del fallido intento ruso dirigido a reestructurar la economía y como consecuencia las relaciones socio políticas del Estado.

De grandes errores han surgido los mejores logros de la humanidad. Sin ellos ningún empeño hubiese sido posible.

El comunismo, como las creencias divinas, son actos de fe.

En la actualidad, con pocos márgenes de error, sabemos que las fallas del proyecto socialista fue la inversión de valores esenciales en la aplicación de los métodos. Se pensó que cambiando la manera de producir se reconstruiría el Estado y el modo de vida. Hoy sabemos que lo primero es la revolución política y la educación social.

Aun cuando así lo concibieron pálidamente los teóricos del socialismo, la práctica se apartó de esos procedimientos y la imposición se convirtió en método. En breve, dicha modalidad, en un mundo que se inclinaba por las libertades conquistadas por el liberalismo y la Revolución Industrial, el uso de tales procedimientos trajo los mismos resultados que la inquisición para la iglesia: la mayoría de los fieles se inclinaron por la mansedumbre y en el mejor de los casos, por un acato incondicional de la ley y los preceptos. La lealtad se transformó en incondicionalidad y los menos audaces inventaron a Torquemada, fiel expresión de la cobardía moral.

Uno de los problemas de los procesos socialistas surgió de la creencia ciega en un devenir irremediable, el cual se apoyaba en un mecanicismo teórico que llegó a equiparar las acciones humanas con las ciencias exactas y con los resortes que rigen los principios de la tecnología. El mayor de esos errores fue una falsa sobrevaloración del ser humano. Esta convicción contribuyó al aislamiento parcial de los extraordinarios dirigentes que lideraron los primeros intentos revolucionarios socialistas, quienes por extensión del mecanicismo que proclamaba la “llegada de los nuevos tiempos” fueron convertidos en los Mesías que nunca pretendieron ser.

Esta ecuación prevaleció en las sociedades de otros tiempos con menor intensidad.

El liberalismo fue la primera experiencia de la humanidad por transformar las viejas formas socio políticas existentes y en su desarrollo hubo respuestas sociales similares. La sociedad es el más excelente de los fenómenos evolutivos, pero es también el menos evolucionado.

No obstante, el socialismo parece que demorará menos tiempo para convertirse en un producto terminado. Los grandes dirigentes de la gesta pasada, aunque ahogados por resortes que escapan a la acción individual, comprendieron de manera distinta cada uno de ellos, que si bien la fidelidad es importante, las identificaciones extemporáneas, miméticas o forzadas, de quienes forman parte necesaria para el sostenimiento de un Poder aún incipiente, debilitan las bases para una conducción adecuada de los cambios.

Los oportunistas se convierten en algo inevitable. Se inventan leyendas, transforman elementos personales de su historia, imitan a los dirigentes, exageran las condiciones y sobre todo se extralimitan en sus funciones. De aquí que, con expresiones diferentes, los grandes líderes de esos procesos siempre denunciaron el extremismo, aunque también no es menos cierto que concientemente usaron muchas veces de sus servicios, por aquellos de que, “en la guerra, quien no sirve para matar, sirve para que lo maten”.

El factor principal con el cual choca el proceso socialista que se anuncia inevitable en la actualidad, sin saber aún cómo habrá de estructurarse, es deshacerse de ese mal que se interpone como maldito cerrojo al entendimiento de los nuevos tiempos.

En Cuba han ido desapareciendo y algunos, ya felizmente desplazados del mando con esa delicadeza que la genuina dirección cubana ha tenido para con algunos “fieles” de esta naturaleza, se retuercen en una interminable nostalgia. Algunos todavía balbucean, pero ya no son necesarios y por consiguiente, como se dice en béisbol, ya no les dan pelota. O sea, en realidad, ya no juegan.

El poder de mando eternizado, puede ser un gran problema para el desarrollo sostenido de un proceso, pero cuando la historia de quienes lo ejercen es cierta, porque no hay leyendas que inventar, todo es claro y cada cual es quien es, por lo que ha sido y no por lo que se ha inventado, los errores son más fáciles de solucionar y nada los obliga finalmente a perpetuar faltas o desconocer las realidades.

Esta es una de las virtudes del proceso cubano.

Los procesos socialistas en ciernes, especialmente los de Latinoamérica, deberán luchar con estos demonios, porque aún quedan nostálgicos arrastrando sus pies, acuciados por una miopía para la cual parece que no hay remedios.

Existen revolucionarios que se enfrentaron erróneamente a la dirección del proceso cubano, que al final de sus vidas han sido más útiles que quienes con sus extremismos privaron a buenos ciudadanos y a magníficos militantes de contribuir al éxito del proceso.

Esperemos que un día los extremistas sean exhibidos en los salones más obscuros de los museos sociales.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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