Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Este jueves 5 de diciembre, se inauguró en Londres la premier de la película “Nelson Mandela: El largo camino a la libertad”.


Asistían al evento el Duque y la Duquesa de Cambridge, acompañados por la hija de Mandela.

Coincidiendo con el evento, el mundo conoció la muerte del fundador de África del Sur.

Pocas veces la historia de una vida y la muerte coinciden en el mismo instante.

Los pueblos generalmente recuerdan a las personas por la trayectoria de sus vidas y en especial cuando esa trayectoria no fue la presencia permanente de una autoridad, sino la representación de un sentir colectivo.

África del Sur ha sido uno de esos países que sufrió discriminación y ghettos raciales. Obviamente esa situación, acumulada en el tiempo, conformó un sentimiento contrario a la opresión y aspiraciones libertarias mezcladas con espíritus de revancha.

Un racismo despreciable condujo a esa sociedad a vivir semejantes humillaciones y en medio de ese cataclismo social, se fue conformando el alma de Mandela.

Es cierta aquella frase de José Martí, el fundador de la nacionalidad cubana, que cuando “hay muchos hombres sin decoro hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres”.

Mandela, sin dudas fue uno de estos hombres que se levantó frente a la injusticia y con paciencia y coraje, fue aunando el sentimiento colectivo disperso, despojándolo de sus bajas pasiones y enfrentándolos a la realidad con pasión y sentimientos positivos

Más allá de ese gesto tuvo un coraje mayor.

En su lucha por la libertad de su pueblo, descubrió las ideas socialistas y a los grandes teóricos sociales que se cuestionaron el paso indiscriminado y anárquico de los procesos productivos y las deficientes conformaciones políticas a las cuales estos dieron lugar.

Con naturalidad se declaró defensor de la justicia implícita en esos trabajos y en las luchas que los mismos inspiraron a lo largo de casi doscientos años.

Armado de sus convencimientos estrechó las manos de oponentes y de aquellos que con matices o sin ellos, confesaban sus mismos criterios.

Mandela no tembló en recurrir a la violencia si las circunstancias así lo determinaban, pero su objetivo iba mucho más lejos y de algún modo o quizás con toda claridad, lo cual no me consta, consideraba que sus enemigos no eran consecuencia de ninguna genética social, ni las clases tienen semejantes patrones y por eso tendía la mano sin preguntas tontas ni reservas prejuiciadas.

El objetivo de conformar una nación y la idea de hacer primar los social por encima de mezquinos intereses individuales, fue una guía tan grande para él, que a pesar de las influencias de derechas e izquierdas contrarias a las conciliaciones, marchó con paso firme y sentó las bases de una nación que con sus defectos como todas, tiene un rumbo que sin dudas será el rumbo de Mandela.

Dicen que rectificar es de sabios, pero persistir en la justicia, a pesar de los errores que se hallan cometido en aras de su consecución, es de genios. Mandela fue uno de esos genios.

El capital internacional lo tildaba de comunista, marxista, socialista y de todos esos conceptos que la ignorancia o la maldad han pretendido despejar de sus verdaderos significados.

Pero nada de eso pareció importarle y las acusaciones cayeron en un costal hueco. De aquí que, en medio de las negociaciones que sabía necesarias para lidiar con una entente internacional que lo odiaba en silencio a veces y descaradamente otras, estrechó siempre la mano de Fidel Castro, a quien seguramente valoró por el sentido de sus discursos, por la orientación libertaria y justiciera de su leyenda, más que por los errores y accidentes surgidos en medio de una lucha política y militar que le fue impuesta a Cuba por Estados Unidos.

Le agradeció al líder cubano por la ayuda militar ofrecida al gobierno legítimo de Angola, con lo cual las fuerzas racistas surafricanas fueron detenidas y expulsadas de Namibia, permitiéndole a ese territorio ser libre de injerencias foráneas

El ímpetu imperialista del racismo surafricano era un baldón bochornoso para su país y la valiente decisión cubana, en medio de los grandes conflictos regionales que enfrentaba la pequeña Isla, fue un motivo de agradecimiento que nunca negó y siempre agradeció.

El odio de almas empequeñecidas por un sentido de revancha que nunca llegará, hizo que los políticos de Miami rechazaran su visita cuando vino a Estados Unidos por primera vez. La pobreza espiritual es la más difícil de superar y la amoralidad de un grupo que, circunstancialmente, ha tenido el mando político de esa ciudad, es más humillante que la inmoralidad. Ese grupo de origen cubano no le perdonó a Mandela la honestidad de sus ideas y el agradecimiento hacia la figura de Fidel Castro. La rabia venció a la razón.

Felizmente la mancha no es para sus habitantes, sino para ese grupo que nunca ha podido salir de las penumbras del odio.

Mandela avanzó con paso firme en medio de sirios y troyanos en pos de fundar las bases de la nación que hoy enorgullece a África del Sur.

Hay quienes critican las versiones que dibujan a Mandela como un hombre de amor y justicia.

Lo prefieren rabioso combatiente de sus enemigos, a quienes dichas personas consideran oponente genéticos, como si un extraño ADN estuviese incrustado en la volatilidad que compone la estructura de los grupos humanos.

Entre sus grandezas brilla el retiro del mando a tiempo. La permanencia en el poder no es recordada en la historia, igual que los legados de luchas y reclamaciones sociales que dejan sentadas, hombres de la talla de este fundador de Pueblos.

La bondad es recordada con mayor beneplácito que los gestos de violencia y la agresión de los discursos.

Decía Mandela que si somos capaces de aprender a odiar, entonces se nos puede enseñar a amar. Hoy, muchos de aquellos odiadores que recurrieron al abuso y la discriminación, han cambiado sus criterios sobre el mundo y el prójimo. No sabemos si quienes le negaron la entrada a Miami reconocen el error o simplemente se han conformado de vivir con ese bochorno

En medio de bailes y llantos lo recuerdan hoy en su país.

Hay alegría a pesar de la tristeza, porque ha muerto un hombre que optó por 27 años de prisión para dejar sentado en el corazón de sus compatriotas, que el camino correcto era deshacerse de la opresión y la discriminación y como otros grandes hombres, al cumplirse el plazo prudente del Poder, se fue para dejar su ejemplo.

Como dijo anoche el Presidente Barack Obama: “Mandela ya no es parte de nosotros. Mandela pertenece a los Tiempos”.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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