Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- La policía, supuesta salvaguarda de la ciudadanía, garantizadora del orden social para que todos vivan en condiciones igualmente protegidas, ha derivado en las últimas décadas en enemiga de la población y a su vez, la población se ha convertido en el enemigo más delicado de esa fuerza pública.


El asesinato cometido hace una semana por un policía en el estado de Missouri, en Estados Unidos de Norteamérica, es sólo una muestra más de los cambios que vienen operándose en las relaciones Estado-Sociedad Civil en el mundo.

Los carros blindados mostrados por las imágenes de la prensa en la ciudad de Ferguson, ubicada en ese estado, junto a tanquetas, y otras armas de guerra, han obligado a los medios a destacar que la policía no está sólo en función de cuidar y garantizar el orden público para beneficio de los ciudadanos, sino que existe para enfrentarlo.

Creo que esa aseveración de los medios es una manipulación, porque en realidad, su mayor razón de ser actualmente es defender la debilidad del Estado moderno.

La policía estadounidense se ha convertido en un ejército dentro de otros ejércitos.

En Estados Unidos existen los marines que es la fuerza de desembarco, junto a los demás cuerpos armados, pero también funciona como ejército la llamada Guardia Nacional, una especie de milicia, que cuenta con voluntarios además de los mandos profesionales y el personal permanente. Esta Guardia Nacional es la fuerza de choque que sale a la calle para contener disturbios o actos armados y cuenta por supuesto, con todo el equipamiento de un ejército de tierra. Ella se encarga de la “guerra interna”, mientras que las Fuerzas Armadas son el brazo pretoriano a cargo de las ocupaciones extra territoriales.

A estos ejércitos se han agregado las policías de los condados y ciudades, las cuales han recibido cerca de tres mil millones de dólares de ayuda federal para abastecerse de tanquetas y pertrechos de todo tipo. Además de ese dinero han recibido cien mil ametralladoras de grueso calibre.

En Estados Unidos las policías son independientes y están bajo el mando de la alcaldía de los condados y ciudades, según sea el caso.

La muerte de un joven de la raza negra en la ciudad de Ferguson, en Missouri, no es algo nuevo.

La policía más distinguida por su brutalidad en el mundo, quizás sea la estadounidense descontando aquella perteneciente a Estados desintegrados del África y alguna otra región preterida del Planeta. La diferencia es que la policía de la cual estamos hablando pertenece a la supuesta sociedad más civilizada del Orbe.

Si la ciudad de Ferguson estuviese en Cuba, Venezuela, Ecuador o cualquiera de los países que sólo tienen el pecado de exigir respeto por sus decisiones soberanas, seguramente el Ejecutivo estadounidense ya hubiese hecho declaraciones impugnando “las brutalidades” de países que “no respetan la democracia”.

Michael Brown, el joven asesinado, presenta seis tiros de disparos en su cuerpo y dos de ellos en la cabeza. El policía que lo asesinó había sido condecorado hacía poco tiempo por su “brillante conducta” y declaró que le disparó porque el joven caminaba por el medio de la calle, estaba interrumpiendo el tráfico y no respondió a la orden policial de detenerse.

La ciudad de Ferguson es fundamentalmente negra y la policía absolutamente blanca.

Lo peligroso del asunto no está en este nuevo asesinato, sino en la separación cada vez mayor entre la fuerza pública y la ciudadanía.

Uno viaja por el mundo y sabe que esto de armar a la policía con pertrechos militares no es patrimonio de Estados Unidos de Norteamérica. Quienes luchamos a favor de la justicia, la armonía social y la distribución equitativa de la riqueza no podemos, en aras de “la política correcta”, aprovechar barbaridades como estas para echar tierra sobre un país cuya historia de agresiones sabemos, pero que no por ello las barbaridades y las tendencias de otros sitios de nuestro mundo tenemos que callarlas o justificarlas.

La estrategia de los Estados actuales es defenderse aun cuando sea al costo de crímenes, asesinatos, represiones y cuánta brutalidad esté a su alcance. Cuando uno transita por Europa puede ver los carros patrulleros armados hasta los dientes y las tanquetas corriendo por las calles en actitud de batalla campal ante cualquier manifestación pública. Es un fenómeno mundial, porque los Estados no han podido encontrar soluciones para lidiar con los nuevos tiempos, secuestrados por las fuerzas de un mercado que se disuelve irremediablemente y unas ganancias que disminuyen al calor de los nuevos procedimientos técnicos y científicos.

Ante esas circunstancias los políticos recurren cada vez más a la fuerza bruta con la ingenuidad de servir mejor a intereses que en el fondo ya han llegado al punto de ser prescindibles.

La política asumida por los Estados modernos es la de meter miedo y para lograrlo muestran las garras y las fauces ante cualquier intento de protesta pública. Por eso la policía ha devenido en temibles ejércitos de tierra.

Las reacciones frente al asesinato ocurrido en la ciudad de Ferguson, es desproporcionada, pues para pedir justicia no hay que recurrir a la barbarie de destruir la ciudad. Pero la respuesta es representativa del acumulado de injusticias no resueltas y sobre todo del futuro incierto que todos presienten, especialmente dentro de las comunidades segregadas y de los ciudadanos atrapados por engranajes que matan en silencio.

La ira desatada en la ciudad de Ferguson no es una exclamación de justicia frente a un crimen que no resulta novedoso en esa sociedad. El proceder no sólo es injustificado por esa razón, sino porque existen canales que, más o menos, sirven para esclarecer estas barbaridades.

La ceguedad que rompe vidrieras, arremete en contra de los comercios, dispara incluso en contra de alguna que otra patrulla, es algo más que una exigencia de justicia frente al crimen.

Existe un malestar más allá de la salvajada que pone seis agujeros de balas en el cuerpo de una persona desarmada, sin importar cuál es el delito que la persona cometiera.

La estampida de Ferguson es la distancia cada vez mayor entre los supuestos defensores del orden público y los ciudadanos.

La demostración de fuerza de la policía de Ferguson, semejante a la del resto de los estados, condados y ciudades estadounidenses, así como las que suceden en Europa, Japón y los demás países “desarrollados”, China entre ellos, Rusia…todos juntos… muestra la impotencia y sobre todo la cobardía de los dirigentes políticos, para aplicar soluciones objetivas, a los objetivos problemas que confrontan nuestras sociedades.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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