Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Durante el Siglo XIX, especialmente luego de la Guerra Civil, las fuerzas productivas se desataron en Estados Unidos a niveles no imaginados. Durante medio siglo fue un faro de luz que deslumbró a Europa, aún inmersa en luchas interminables, lidiando por la búsqueda de un sistema socio político que fuese funcional, estable y sostenible. El espectro de las monarquías y el arrastre de las aristocracias, en contradicción con las nuevas formas de producir nacidas del capitalismo, contrastaba con el “milagro” del Norte de América.


Era cierto que en aquel Hemisferio la política electorera, lucha por la alternancia entre facciones, pero transcurría dentro de una línea que ninguna de esas facciones traspasaba: los principios generales plasmados en la Constitución, y las limitaciones impuestas por ésta si alguien pretendía enmendarla sin el consenso de los diversos factores que componían el Poder.

Europa se hallaba distante de alcanzar un estadio semejante y su población numerosa, su escasez de tierras, choques de clases y hacinamientos citadinos que todavía no se habían formado en Estados Unidos, se sentían atraídos por las noticias de allende los mares. Este escenario se agravaba por las guerras coloniales y las reclamaciones fronterizas de carácter bélico confrontadas dentro de la propia Europa.

Durante ese tiempo, Estados Unidos se dedicó a desarrollar sus infraestructuras, especialmente las comunicaciones terrestres y fluviales. Alentados por el sentido de libertad que inspiraba aquel descomunal territorio poco habitado, pero cuyos habitantes compartían metas tan definidas y realistas que ninguno rompía las normas establecidas, confiados mayoritariamente en la elasticidad de sus enmiendas, leyes complementarias y conclusiones de sus jueces, para los europeos aquello se convirtió en una meta.

Pero esa etapa comenzó a cambiar en el año 1898, cuando el país decide abandonar la filosofía de ser un faro de luz para convertirse en un buque de guerra. Desde aquel momento la guerra se convirtió en un elemento de la maquinaria productiva, llegando a su cenit al terminar la Segunda Guerra Mundial. Su significado fue tan profundamente polémico y sus peligrosas consecuencias de tal envergadura que el Presidente Dwight Eisenhower, quien fue además Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en la Segunda Guerra Mundial, alertó sobre el peligro que bautizó con el nombre de Complejo Militar Industrial.

Desde aquel entonces Estados Unidos ha estado en Guerra, las cuales no han cesado ni un instante, porque en los momentos de aparente tranquilidad se han dedicado a fortalecer sus 560 bases militares alrededor del mundo para contener, atacar o planear el próximo asalto. No han cesado ni un solo instante de invadir, y ocupar territorios.

Uno de los grandes días feriados de Estados Unidos es el Memorial Day (Día del Recuerdo), para recordar a los caídos en combate. Los cementerios designados para esta santa conmemoración aumentan su extensión por año porque sus guerras no cesan jamás. Es sabido que los Estados siempre inventan enemigos o los crean o los convierten en tales, pero en el caso de Estados Unidos es obvio que comenzó en ese año de 1898 con una declaración injusta de Guerra a España, con lo cual la despojó de los últimos territorios que a duras penas aún poseía en el Caribe, el Atlántico y el Pacífico.

El nacionalismo estadounidense se está replanteando dentro de los sectores amantes de su país, quienes cada vez más, muestran inconformidad con esta estrategia de guerra y ese centrismo de grandeza sustentado en un racismo silencioso, alimentado además por fenómenos geopolíticos e imposiciones culturales que tuvieron lugar en Medio Oriente y que se han profundizado a lo largo de un siglo, especialmente a partir de la década del cincuenta.

Las guerras han sido la pequeñez más grande de la gigantesca Nación que fundó los rasgos generales de un sistema político que, llevado de otra manera, brindaría las bases para su evolución sistemática.

Es bueno honrar a los caídos, sobre todo cuando en su gran mayoría son víctimas. Pero es negativo convertir el crimen, la insensatez y falsos mesianismos en el deber cumplido de un pueblo. La sociedad estadounidense es más que la continuación imparable de guerras que sus ciudadanos no quieren y que aquellos que las defienden fundamentan sus razonamientos en falsos valores de grandeza y en un racismo que sólo tuvo por origen el contraste de las coloraciones de la piel y en las desventajas creadas por las discriminaciones.

El Día de los Recuerdos debía convertirse en el Día de la Reflexión, honrando a los caídos como las víctimas heroicas que fueron y no como los héroes de un deber que nunca tuvieron, porque fueron intereses ajenos a ellos y a sus familiares, quienes los llevaron al martirologio. Murieron en aras de una grandeza, un estilo de vida y una riqueza que otros alcanzaron agrediendo a terceros, pero sin peligrar sus vidas y para su beneficio exclusivo. Nada que ver con la felicidad colectiva que bulle en los corazones de todos los que vivimos en esta tierra.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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