Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Hace unos días decíamos que el estadounidense era visto con beneplácito por los cubanos desde antes de terminar la Guerra por la Independencia, durante el pedazo de República que nos tocó hasta 1933 y luego hasta el final de la dictadura de Batista.


No fue así una vez que comenzó el proceso revolucionario. Conspiraciones, atentados, planes de asesinatos de los dirigentes revolucionarios y reclutamientos por diversos procedimientos, fundamentalmente mediante financiamientos y desinformaciones, hicieron que la mayoría de la población cubana comenzase a ver el Norte como una amenaza y de refilón cada estadounidense se hizo sospechoso.

Sin esas ocurrencias, los criterios no hubiesen cambiado un sentir incubado por muchas décadas de vecindad y relaciones. La temperatura ascendió cuando el fuelle del discurso cubano, defendiendo el derecho soberano de estrenar nuevas maneras de gobierno, denunció la trama, atizándola con la simpleza de palabras que las tribunas demandan y la sociedad en general entiende.

En realidad no se trataba de vilipendiar al ciudadano estadounidense, sino de denunciar las tramas urdidas en los altos niveles de un Estado que, en aquel entonces, en mayor medida que hoy, aplicaba la ley de “Omertá” a los gobiernos que no respondían a sus solicitudes y no actuaban acorde con sus grandes intereses.

El ciudadano estadounidense común, incluyendo en este término a profesionales, profesores, intelectuales, técnicos, obreros de todas las clasificaciones y pueblo en general, no planificaba contra el proceso político que parecía comenzar en Cuba. Los planes venían de las altas esferas del Estado, alentadas a su vez por los capitales que directamente sufrirían algunas afectaciones y por los otros que no deseaban ese tipo de ejemplo para el resto de los países del Hemisferio. De esa combinación surgían tendencias económicas que por su carácter extraterritorial origina políticas semejantes, aunque más complejas,  a las practicadas por imperios anteriores. De aquí la palabra imperialismo.

El ataque a la política imperial desatada contra Cuba, practicada desde mucho tiempo atrás contra otras naciones y organizaciones, que a la altura del proceso revolucionario cubano, hacía años que habían sido intelectualizadas, racionalizadas y convertidas en “principios ideológicos” del capital, fue asumido por la población cubana como una acusación contra Estados Unidos y su gente. Estados Unidos y los estadounidenses se convirtieron para los cubanos en el enemigo.

Los muertos por atentados dentro de Cuba, en el desembarco de Playa Girón, las víctimas de cubanos atacados en el exterior, muchos de ellos asesinados, fueron generalizados y envasados en un paquete llamado Estados Unidos y su gente. El “gringo” y el “yanqui” se convirtieron en estereotipos detestables.

Las veces que el discurso oficial dijo no estar “contra el pueblo de Estados Unidos sino contra el imperialismo que nos intenta arrebatar nuestra soberanía”, pasó al segundo plano del inventario popular y era interpretado como “el implacable enemigo yanqui”. La teoría no es el plato fuerte en el diario bregar del ciudadano y las tribunas políticas por su parte, no son cátedras de sociología o de avanzadas teorías sociales. En última instancia a la dirección del gobierno le interesaba que la ciudadanía estuviese presta a empuñar el fusil contra el inminente enemigo que vendría del Norte.

Durante cincuenta años los “gringos” eran los malos de la película. No importa cuánto intente explicarnos la teoría. Por eso ahora vienen los chistes que muestran la ironía de que lo malo se ha convertido en bueno y los agresores en amigos. Por suerte, el Secretario de Estado John Kerry aclaró que “somos vecinos”. Estas palabras son un buen ingrediente para explicar que en realidad donde habíamos dicho Digo quisimos decir Diego. Y aunque la verdad yace en la agresividad de una estructura socio – política y económica, alentada por leyendas y metas comprometidas con un supuesto “Destino Manifiesto”, saber que de repente ya no somos enemigos sino vecinos, es más fácil que intentar explicar una amistad de pueblo a pueblo que lamentablemente se interrumpió por una política errada de Washington y donde faltaba espacio para explicaciones teóricas. Esto, así de plano, es difícil de explicar desde una tribuna. Además, también sería prudente entonces aclarar que sólo podemos tener amistad con una parte de ese pueblo, porque también en el inventario de motivaciones que tienen muchos millones de sus ciudadanos estadounidenses, ser grandes, sentirse capaces de imponer políticas y “disciplinar” a diestra y siniestra a otras civilizaciones y países, es parte de su ADN histórico – social.

A todo lo dicho debíamos agregar que existía también la enemistad nacida de la competencia por la hegemonía mundial entre el proyecto soviético y el resultado de doscientos años ininterrumpidos de sociedad que Estados Unidos siempre se ha propuesto imponer.

Por ahora es bueno que nos quedemos con aquello de que “somos vecinos” con interés de normalizar nuestras relaciones, al margen de la particular filosofía de vida que cada cual profesamos. Partiendo de estas premisas, sin regodearnos en la sospecha, en pensamientos negativos o apostando que tarde o temprano nos van a convertir en tierra, podemos avanzar y hacer planes positivos. Pero eso sí, repito, hay que echar a un lado primitivas sospechas que muchas veces no son más que piedras virtuales colocadas en accesibles caminos. Creo que somos algo más que eso, disponemos de otros recursos para defendernos a la hora de la hora y mientras nada ocurra, debemos aprovechar y compartir experiencias con un vecino que un día, optó por alejarse de nosotros.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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