Por Orestes Martí.- Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino como se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, sólo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo... (1).
El anterior entrañable e inolvidable texto, unos días atrás golpeaba mi memoria, mientras observaba con mis ojos físicos la imagen de Gerardo Hernández Nordelo, uno de los Cinco Héroes cubanos (2), repetir la honrosa ceremonia homenaje ante un busto de José Martí, aunque en esta oportunidad sin lloros, sino con la frente erguida y con la convicción del deber cumplido con la Patria.
Mientras observaba aquella escena, mi mente corría al texto aprendido en la niñez: "Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libres a su patria" (1)
Escuché atentamente las palabras que pronunciaba; palabras limpias y diáfanas, salidas del alma de acero de este hombre honrado y bueno y comprobé lo premonitorio de la reflexión martiana: "Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Un hombre que oculta lo que piensa, no es un hombre honrado".
Durante algún tiempo, había conocido parte de la historia de aquel hombre y de su lucha junto a sus cuatro compañeros, a través de entrevistas y de trabajos de investigación (3). Sabía de lo delicada que había sido su misión; que en silencio había tenido que ser "y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin". Conocía también de la maldad y de la mentira confabuladas para beneficiar al odio y a oscuros pensamientos de sumisión y entrega; de la injusticia de una Themis sin venda cuyos servidores obedecían a inconfesables designios imperiales; de años de estoica resistencia y de su final victoria: vivió en el monstruo, y conoció sus entrañas; pero su honda también fue la de David.
En retrospectiva involuntaria, recordé la noche anterior, cuando después de una poco afortunada decisión tuve el demorado honor de conocerlo en persona y de establecer una especie de túnel temporal con otro momento histórico pues, años atrás, había tenido la ocasión de conocer a su joven y valiente esposa Adriana (4), quien me impactó profundamente por su entereza, por su valentía, por aquel vigor que emanaba de ella cuando hablaba sobre su esposo y cual mujer bravía, defendía la justicia más allá de su posible implicación personal.
Imaginé que en nuestro encuentro, al estrechar su mano franca, rosas blancas de enero danzaron alegremente en el ambiente, uniéndose y partiendo para construir la ofrenda que ahora colocaba ante el busto de nuestro Héroe Nacional, mientras una voz extrañamente familiar citaba: "¿Quién que peleó en Cuba, dondequiera que pelease, no recuerda a un héroe isleño?".
Ante nuestros ojos y observable por todos, se encontraba el inclaudicable combatiente -exponente del espíritu de todo un pueblo-, con sus rosas blancas y su mirada profunda y serena; no observable por todos los allí reunidos, convocados por el compromiso patrio y con sus rosas y machetes, miles de invitados de honor presididos por cuatro distinguidos canarios: Jacinto Hernández Vargas, Julián Santana Santana, Manuel Suárez Delgado y Matías Vega Alemán. |
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(1) Tres Héroes Cuento de la Edad de Oro José Martí |
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(2) Gerardo deposita Ramo de Rosas en el busto de José Martí |
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(3)
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