Alberto Buitre - Oficio Rojo - La Ley 188 de Inversión Extranjera es la reforma más audaz del socialismo cubano en su historia. Es una medida de Estado que pretende abrir al mercado varios sectores de la economía cubana con el fin de aumentar la producción para no depender de las importaciones y garantizar el abasto de productos; generar fuentes de empleo; y subsanar los efectos negativos del Bloqueo comercial y económico impuesto contra la isla por los Estados Unidos.
En mi reciente viaje a La Habana pude constatar entre la gente el contento por esta medida. La razón es simple: a veces cuesta sobrellevar la cotidianidad en Cuba. Algunos productos deben comprarse a un elevado precio de divisa, sacrificando buena parte del salario de la clase trabajadora que no cuenta con el apoyo de remesas de familiares en el extranjero, o no está dispuesta a sangrar las arcas populares con el mercado negro o timando a turistas. Dificultades provocadas por el Bloqueo que sin los logros de la Revolución serían imposibles.
Y ese contento se nota. Hay un ‘boom’ de pequeños negocios cooperativos, bien establecidos, que van desde cafeterías hasta talleres de reparación de celulares. De heladerías hasta medios digitales. La gente le está sacando provecho al marketing, y Cuba vive un periodo de expectativa tras largos años de resistencia ante las barbarie del Bloqueo.
Otra razón de la pertinencia de este proceso es que no ha sido un lineamiento de poder vertical. Al contrario, pasó por un proceso profundo y de todo un año de consulta a todos los sectores de la población cubana, quienes urgieron al Partido Comunista hacer algo para mejorar las condiciones económicas en el país.
El PCC tomó apunte y brindó esta herramienta. La Ley 188 si bien permite la inversión extranjera, ésta se dará siempre y cuando los grupos empresariales interesados concuerden con las políticas cubanas.
El diario Granma conversó con Déborah Rivas, directora general de Inversión Extranjera, del Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, quien aseguró -para agoreros y mercenarios por igual-, que Cuba no se vende.
“El objetivo no es vender el país, no se trata de hacer cualquier proyecto que interese a cualquier inversionista extranjero. Se trata de atraer inversionistas cuyos proyectos concuerden con nuestra política pública. No estamos haciendo un proceso de privatización acelerada de la economía cubana, de ahí la emisión de normas y la publicación de la política, que hacen transparente el proceso de aprobación de inversiones, sobre el que las autoridades evalúan, caso a caso, cada proyecto para garantizar que se corresponda con los objetivos y resulte beneficioso para el país.”
¿Contentos?
Si bien Cuba atraviesa por un proceso de apertura a las relaciones mercantiles, los cimientos económicos socialistas están intactos por lo que resulta imposible cualquier intento de capitalización del país y-por ende-, de generación de un germen de contrarrevolución.
Las industrias centrales están intactas. Los negocios son modelos cooperativos. La inversión extranjera o privada debe sujetarse a la política pública. No. No hay capitalismo en Cuba, en tanto capitalismo es el sistema de gestión de libre mercado.
No obstante la Revolución se encuentra en los inicios de un nuevo periodo de guerra ideológica. El proceso de normalización de las relaciones bilaterales con Estados Unidos conlleva estos riesgos. Es la “Batalla de las ideas” que nombró Fidel y que tiene en las juventudes su campo de acción. Washington seguirá orquestando planes para derribar el socialismo. Esto Cuba lo sabe; a cualquiera que piense que lo contrario, no hay que tomarlo en serio. ¿Qué ocurrirá al final? Quién quiera apostar, que recuerde Playa Girón.
