Por: Osmany Sánchez (jimmy@umcc.cu / @JimmydeCuba).- En agosto de 1762 los ingleses ocuparon La Habana, después de una feroz resistencia por parte de los defensores de la ciudad, encabezados por el Capitán de Navío Don Luis Vicente Velasco, Comandante de la Armada Real Española. Los propios ingleses reconocieron el valor de su adversario y luego del combate lo llevaron mortalmente herido al campamento español para que sus médicos le salvaran la vida.


Solo los cobardes festejan la muerte del adversario, sobre todo si esta es una muerte natural. Los que fracasaron una y otra vez tratando de asesinar a Fidel, ahora salían a las calles de Miami como si fueran vencedores. Desde que estudiaba en la Universidad trataron de asesinarlo y no pudieron. No pudo el FBI, ni la CIA. Tampoco pudo la mafia italiana y mucho menos los terroristas que con sangre cubana en las manos festejaban su muerte.

Dirigir un país en Revolución, teniendo como adversario -a noventa millas- al país más poderoso del mundo no es tarea fácil, mucho menos cuando todos –a excepción de México- se plegaron a las órdenes de los Estados Unidos y rompieron relaciones con Cuba. Como máximo dirigente del país, ciertamente Fidel pudo haber cometido errores, pero sus intenciones eran dignificar al ser humano, dar salud y educación a los que antes no podían ni soñar con ello. No fue Fidel quien se propuso causar “hambre, enfermedades y desesperación en la población cubana.”, los que promueven eso están en los Estados Unidos.

Los emigrantes económicos que se festejaban, culpaban a Fidel, pero no se atreven a reclamarle a los congresistas que piden fortalecer cada día más el bloqueo o lo que es lo mismo aumentar el sufrimiento de los cubanos. Culpan a Fidel de las muertes en el Estrecho de la Florida, pero no osan levantar el dedo acusador contra el verdadero culpable que es el gobierno de los Estados Unidos y su política migratoria. Si de verdad quisieran ayudar al pueblo cubano no lo obligarían a arriesgar su vida en una lancha o en una selva centroamericana y en su lugar les dieran visa a todos los que la solicitaran.

No fue Fidel quien engañó a los cubanos y sacó del país a más de 14 000 niños exponiéndolos a malos tratos y hasta abuso de menores. Los que lo hicieron vivieron y viven en los Estados Unidos y jamás los que festejaron en Miami le fueron a reclamar algo. Muchos de los que festejaron, se hicieron universitarios gracias a esta revolución y a Fidel. Marcharon y cantaron junto a los que un día fueron los explotadores de sus padres y abuelos.

Hacia Miami viajaron muchos de los asesinos y torturadores de Batista y vivieron sin ser molestados. Los terroristas que asesinaron a más de 3000 cubanos y dejaron más de 5000 lesionados, vivieron y viven tranquilamente allá, y muchos de ellos estuvieron en los macabros festejos. Esos asesinos no querían traer a Cuba un gobierno que garantizara los derechos fundamentales al pueblo sino retornarlo al status quo de antes de 1959 cuando los Estados Unidos poseían las principales riquezas del país y ponían y quitaban a los presidentes según sus intereses. No fueron pocos los presidentes que consultaban sus decisiones con la embajada de los Estados Unidos.

No fue Fidel quien convirtió en la década de los sesenta y setenta a Miami como una de las ciudades más peligrosas del mundo, donde cualquier voz que promoviera un acercamiento con la isla era silenciada con bombas. Los asesinos del joven emigrado cubano Carlos Muñiz Varela andan libremente sin ser molestados jamás. Como mismo viven los responsables de la muerte de 101 niños cubanos por el dengue introducido en Cuba. No fueron todos. La jauría que festejaba la muerte estaba compuesta por unos pocos si tenemos en cuenta el tamaño de la comunidad cubana en los Estados Unidos.

La mayoría de los cubanos residentes en el exterior mantuvieron una posición digna y de respeto al dolor del pueblo cubano.

Decía Frei Betto que el poder no corrompe a las personas, sino que saca lo que hay realmente dentro de ellos. Durante años los que antes fueron terroristas nos estuvieron tratando de convencer de que ahora eran luchadores pacíficos por los derechos humanos. Los ojos inyectados de sangre que han mostrado por estos días muestran su verdadera naturaleza.

Si fuera religioso pediría a Dios que nunca permita que gobiernen en Cuba los salvajes que salieron a festejar la muerte de un ser humano. Como revolucionario y comunista, no me limitaré a pedirlo, sino que lucharé toda la vida para impedirlo.

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