Alberto Buitre - Oficio Rojo - En política es fácil confundir la realidad con la ficción. Lo que las separa es el ego. No obstante, el ego puede ser tan grande que llega a absorber a ambas y mezclarlas en la mente de quien no controla su megalomanía. De esto resulta una personalidad parasitaria: la psicopatía. Es la sonrisa ante las cámaras, pero la risa macabra en el cuarto cerrado. Es la descomposición del ‘pathos’. El sufrimiento del alma propia, proyectado en venganza hacia los otros.
Ejemplos hay varios. El senador republicano por la Florida, Marco Rubio, es apenas uno de ellos. De él se trata este texto.
Decidido a seguir los pasos del ficcional Frank Underwood de “House of Cards”, Rubio aspira a llegar a la presidencia de los Estados Unidos mediante una serie de artilugios de manipulación. Las maniobras del senador se enfocan en descomponer las relaciones de Washington con Latinoamérica. Su más reciente capítulo: provocar el retroceso en el descongelamiento de las relaciones entre EE.UU. y Cuba.
Pero la política no es una serie de Netflix, y eso es algo que Marco Rubio ignora. Sus consecuencias no terminan al apagar la pantalla, sino que afectan la vida real de millones de personas. Así, los propósitos de Rubio no se quedan en la ficción, sino que estimulan los conflictos que tiene el gobierno de Donald Trump con Latinoamérica. Estos no son simple casualidad, sino que obedecen a la manía del senador de padres cubanos en actuar como un personaje de “House of Cards”.
Parte de la mezcla entre ficción y realidad en la conducta de Marco Rubio es que él considera que la presidencia de Estados Unidos es un escaño que puede mangonear. De hecho, alardea entre sus allegados que conoce la fórmula para obtener casi cualquier cosa de Trump.
Pero los melodramas de Rubio no son cosa de entretenimiento. Uno de quienes más padece sus efectos es el secretario de Estado, Rex Tillerson, a quien el senador parece haberle arrebatado la capacidad de manejar las relaciones de Estados Unidos con Latinoamérica ¿Ejemplo? Rubio, como uno de los más influyentes personajes en el Senado, tiene chantajeada a la Casa Blanca con proteger a Trump de las investigaciones de su vínculos con Rusia, a cambio de re-congelar las relaciones con Cuba, las cuales se distendieron bajo la presidencia de Barack Obama entre los años 2015 y 2016.
Corte A: son obvios los conflictos entre Rubio y Tillerson. Por ejemplo, hace unos días las cadenas NBC y CNN soltaron el rumor que el secretario de Estado renunciaría a su cargo por supuestamente estar harto de la conducta de Trump. Pero el funcionario salió a desmentir y en los corrillos políticos de Washington se tiene como cierto que tales rumores salieron de la oficina de Rubio, quien se lleva muy bien con ambas televisoras.
Por eso dicen mis amigos periodistas que cubren la Casa Blanca: si quieres saber la política de Trump hacia América Latina debes leer a Marco Rubio. Y algo tiene de cierto. El rompimiento de las relaciones de EE.UU. con Cuba, la escaramuza de los supuestos ataques auditivos y la expulsión de diplomáticos, el quiebre de la OEA, los ataques a Venezuela y los entreguismos de México, Argentina, Colombia o Costa Rica tienen qué ver con la manera en cómo Rubio presiona a Tillerson con el tema “Rusia” con tal de cumplir su propia agenda continental. El senador por la Florida cree que eso le llevará a la presidencia de Estados Unidos.
¿Cómo pretender conseguirlo? Hay dos pasos previos a ser candidato del Partido Republicano. Su estrategia copiada casi al calce de la usada por Frank Underwood. Paso uno, presionar la caída de Trump. Paso dos, postular a su amigo Mike Pence a la presidencia. Paso tres, postularse él como vicepresidente. Paso cuatro, hacer que caiga Tillerson y poner en su lugar a su también amigo, Mike Pompeo. Paso cuatro, preparar su candidatura presidencial.
Pero no la tiene fácil. Ya circula una carta elaborada por diplomáticos estadounidenses en la que plantean su desacuerdo en abandonar su misión en Cuba pues participaron en la normalización de las relaciones con la isla, y ven la maniobra de Rubio como un despropósito. Además, consideran a Tillerson cómo un buen secretario de Estado, con opinión propia, respetado y dueño de un vínculo propio con Trump quien le escucha y confía. Por eso les resulta extraño que Rubio tenga atribuciones que sólo competen al titular de la secretaría de Estado.
¿Logrará Rubio sus cometidos? ¿Cómo consigue manipular a Trump así? Lamentablemente no podemos adelantar los capítulos como en Netflix, para saberlo. Y es que el mundo tiene en Marco Rubio a un político disociado de la realidad, y anclado a un personaje de ficción que está arruinándole la vida a millones de familias cubanas residentes en Miami. Paradójicamente, sus propios representados. En todo caso, ellos tendrían el control –no tan remoto–, para apagar la serie y poner otra cosa. Esto ya se puso aburrido.
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