Andrés Marí - Cubainformación / Fundació Vivint.- A pesar de estar desacreditada en las luchas de los pueblos, la industria militar, sobre todo la nuclear, ha convertido a la carrera armamentística en la base fundamental para la independencia de un país y al mismo tiempo para la desaparición de todos. Ante ello, priman la frivolidad y el azar junto al olvido y la tragedia. Es la primera época de la humanidad que se mata a sí misma sin distinciones de clases sociales. Se desgastan la palabra, el lenguaje, las ideas, el encuentro y se van fortaleciendo la brutalidad del poder y el laberinto de la ley en el vértigo del espectáculo. Se impone salir adelante sea como sea, aunque a ello solo puedan acceder los que lo puedan pagar con amplitud. Y para controlar decisiones y acciones de los que luchan por un cambio están los Bancos como otro agente represor. Por ello, ya no nos sorprenden las astucias del orden agotado: el crecimiento de religiones emergentes; la férrea defensa de la libertad, los derechos individuales y la gran empresa privada a la que muchos creen que podrán acceder algún día frente a la producción irresponsable, el consumo banal y la lotería llegando del más allá; la adicción a ciertas nuevas tecnologías con su don para robarnos el tiempo y la familiaridad; la obsolescencia quebrando al pensamiento interrogante; la astrología que unifica la Información y manipula las Comunicaciones a través de un Sistema Político, Económico y Social que, en vez de favorecer que no colapse la humanidad, premia no colapsar a los mercados.


El descalabro del Sistema Capitalista es inmenso, pero mucho más grande es el deseo y la confianza de que es posible echarlo abajo mediante la lucha contra el marketing de su disparatada existencia. Se trata de un conglomerado de intereses que mayormente incumbe a las clases dominantes que han formado en la historia a las clases dominadas y a partir de las sucesiones en el trono como una revitalización medieval en la aseguranza del poder, predica una ceguera mundial y que todos celebremos la fiesta del ‘sálvese quien pueda’. Contra este eslogan es nuestra lucha: nos asiste el buen deber de salvar a todos los pueblos que comparten la salvación de la especie humana. Y entre tantos otros pueblos que luchan por su supervivencia se sitúa el pueblo catalán. Pero Catalunya ya no es el territorio único de sus habitantes autóctonos, sino la mezcla de múltiples pueblos que el independentismo se ve obligado a asumirlos en sus urgencias. Así, contando con un fortísimo apoyo del poder político y mediático regional, y tratarse de un pueblo con una abundante clase media afincada en las derivas del Primer Mundo con todas las condicionantes que ello entraña, se presenta el proceso independentista catalán ante la necedad de España por aplastarlo en un juicio bufonesco.

No se trata de aplicar una u otra ley, sino la pertinencia de aplicar la que debilite la fuerza de un conocido contrincante. Al independentismo no se le juzga por su exigencia de un voto democrático para decidir su futuro, sino por levantarse como pueblo: un grave delito al funcionamiento del Sistema. El conflicto no es el voto, que por demás podría ser negativo, sino que los pueblos decidan lo que el Sistema no ha calculado para ellos. Tal como pasó con el referéndum en Grecia a raíz de su crisis económica en que, por celebrarlo sin el aplauso de la Unión Europea, el pueblo griego fue castigado doblemente. Por ello Catalunya, igual que lo fue Grecia, puede ser humillada y llevada a su anterior estadio silencioso por realizarlo sin la aprobación de España. El referéndum en Catalunya no fue legal mientras sí lo fue en Grecia, lo que demuestra que lo que se juzga no obedece a la violación de la ley, sino al enfrentamiento al Sistema que, experto en el travestismo, se vistió de europeísta con los griegos y se viste de españolista con los catalanes. Un travestismo que también vistió de fatuas andanzas a algunos griegos y viste a algunos catalanes que, en sus ingenuidades muy caras a sus luchas, barajan el tablero de sus encrucijadas como entes fallidos que por no romper sus vestiduras no pueden anunciar un tiempo nuevo para sus pueblos. Pero esto puede cambiar en cualquier momento.

El juicio contra los independentistas catalanes busca desgastar la magnífica fuerza popular de sus movilizaciones, por lo que la absolución o la condena de los acusados entrará en la balanza con que la geoestrategia dirime la mejor suerte para el Sistema. Una sentencia que podría ser absolutoria si, mediante un arreglo tutelado del orden jurídico que ennoblezca los pilares del Sistema, margina a los pueblos que forman Catalunya. Al Sistema le es de poco interés la independencia o no del territorio, e igual si hubo la violencia que esgrime la acusación y niegan los acusados. Ambas partes participan de los valores en que triunfa el orden jurídico que sostiene al Sistema Capitalista. Entonces será el pueblo catalán el dueño de la sentencia. A fin de cuentas todas las naciones somos repúblicas bananeras del Sistema y cada pueblo decide su suerte en los mercados unidos o en su imaginación. Consensuar de forma coordinada un pensamiento global y que los pueblos se ayuden mutuamente es el más grande desafío que tenemos delante por una razón muy sencilla: todos vivimos en el mismo planeta que sufrimos y al que todos juntos debemos sacralizar. Si nos sometemos a la ley de un Sistema que conduce a distintos grupos poblacionales a la invisibilidad de su fuerza, quedaremos atomizados en luchas anónimas muy gratas al Sistema: nos fertiliza la indiferencia al destino de toda la comunidad humana y la impotencia para encontrar soluciones globales.

La farsa judicial contra el independentismo maneja su show mientras los acusadores van con su ley y los acusados penetran en sus grietas. Creen los acusados y sus defensas que las han hallado para exigir la absolución, y creen los acusadores y sus testigos que si han aparecido es porque al mismo tiempo que hacen invencibles los postulados de los acusados, también hacen invencible la calidad del Sistema. La absolución o la condena dependerá del arreglo que dignifique la ley capital: en el Sistema no hay grietas, sino Libertad, Democracia y un Estado de Derecho acorde con el respeto a su interpretación para bien del ejemplar paradigma. Entonces, ante la evidencia que muestra la decadencia del Modelo y sin faltar a su esencia, sus hombres de negro podrían cuestionar el privilegio de la ley ante la normal convivencia ciudadana y querer sorprendernos con una acrobacia técnica: ‘Catalunya es una franquicia con gran valor de la que el Sistema no debe prescindir’. Así el Sistema va venciendo a sus esperpentos con la misma magnitud que desgarra a los pueblos.

¿Qué prueba estos malabarismos del Sistema? Que siempre avanza con los mercados privilegiados y no con los pueblos, sean estos sus detractores o sus simpatizantes. Que la violencia está sujeta a la obtención de todas las riquezas contenidas en cada territorio. Que puede favorecer a quienes lo alimentan y a quienes lo enferman en dependencia de que se mantengan fieles en el rebaño. Que cuando absuelve o condena lo hace en relación directa con la mercantilización de los hechos juzgados en el aquelarre del símbolo. Que entiende el fruto diferenciador de la naturaleza humana cambiando su rica diversidad por las desigualdades sociales que ensombrecen el coraje de los pueblos. Que siempre es posible enmascarar con un gen divino el ajuste de su historia para que todos lo asumamos irremediablemente. Que su fin último es quitar fuelle a la levantada de los pueblos y desterrar la esperanza en la solidaridad entre ellos. Que la Libertad, la Democracia, el Estado de Derecho y Todos los Cuerpos de los Estados poseen la mayor relatividad descubierta por la ciencia política.

Si aceptamos la verdad del Sistema por los arreglos clientelares, aceptaremos la posverdad de que el pequeño espacio imperial y toda su red globalizada mediáticamente en el expolio y la espuria legalidad, puede imponernos su modelo de vida aun cuando sabemos que no es sostenible ni mucho menos compartible con todos los habitantes del planeta. Aceptarlo sería colaborar con el agonizante. Todos los pueblos poseen el irrenunciable derecho a activar sus dignos proyectos de vida sin ser demonizados, sancionados o exterminados. He aquí el gran reto del independentismo catalán más popular y de todos los pueblos en pie: cerrar ‘la botiga’, la labor diaria, y abrir la embestida que trae la resistencia emancipadora. Así aprenderemos que la certeza del nuevo paradigma que puede anunciarnos una nueva y mejor época para la humanidad no puede depender jamás de la buena salud del Sistema. Mantener la movilización contra el silencio es ir dando, poco a poco pero sin pausa, un Jaque Mate definitivo al Sistema Capitalista.

* Andrés Marí es escritor, profesor y actor cubano residente en Catalunya.

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