“El militar de honor no asesina al prisionero indefenso después del combate, sino que lo respeta; no remata al herido, sino que lo ayuda, impide el crimen…” Fidel Castro, en La historia me absolverá.
Wilkie Delgado Correa
El tiempo, los hombres, los sucesos y los lugares son los elementos indefectibles de la historia que conserva sus verdades como reflejo de la lucha eterna entre el bien y el mal. La sucesión de la misma en la humanidad es interminable, y los días, años y siglos la hacen perdurable en la memoria como vida o muerte. Pero siempre queda un hálito que viene del pasado, transita en el presente y se dirige hacia un futuro predecible o impredecible.
Los dos personajes de esta historia no pudieron conocerse en vida, pero las coyunturas singulares en sus existencias y los episodios heroicos y aciagos en sus vidas sellaron para siempre una hermandad en los derroteros patrios en épocas y escenarios distintos.
Y un hecho incontrovertible es que en esos avatares de los hombres, ocurre lo que Ernesto Che Guevara expresara en su carta de despedida a Fidel, leída por este el 3 de octubre de 1965.
“Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera). Muchos compañeros quedaron a lo largo del camino hacia la victoria”.
Forma parte de la historia un acontecimiento trascendente ocurrido el 26 de julio de 1953 en dos polos geográficos de Cuba: El primero, de mayor dimensión, fue el ataque al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba por un grupo de revolucionarios dirigidos por Fidel Castro. El segundo, encabezado por un grupo menor, consistente en el ataque al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo.
En su alegato de defensa conocido como “La historia me absolverá”, Fidel relató:
“El plan fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los cuales tenía experiencia militar; y voy a revelar sus nombres, menos dos de ellos que no están ni muertos ni presos: Abel Santamaría, José Luís Tasende, Renato Guitart Rosell, Pedro Miret, Jesús Montané y el que les habla. La mitad han muerto, y en justo tributo a su memoria puedo decir que no eran expertos militares, pero tenían patriotismo suficiente para darles, en igualdad de condiciones, una soberana paliza a todos los generales del 10 de marzo juntos, que no son ni militares ni patriotas”.
Uno de los personajes que revivo hoy en el 67 aniversario de aquel 26 de julio, fue José Luís Tasende, quien vivía en Marianao y trabajaba en un frigorífico de la fábrica de mantequilla Nela, y era miembro del Comité Militar de la dirección del Movimiento. En la madrugada de la Santa Ana, integró el grupo principal guiado por Fidel que atacó la Posta 3 del cuartel. Llegó en el carro de vanguardia y formó parte del puñado de asaltantes que logró entrar dentro de la fortaleza. Allí combatió heroicamente hasta que se frustró el plan sorpresa y fuera herido.
La cámara de un fotógrafo salvó para la posteridad ese instante que sirvió de prueba acusatoria contra el régimen batistiano, pues se constata que Tasende, aunque herido y posteriormente vendado en un Centro Hospitalario de Emergencias, fue remitido finalmente para el Hospital Militar, anexo al Cuartel Moncada. Allí quedo atrapada su imagen arrinconada en el suelo, recostado a la pared, que con mirada serena todavía parece mirarnos desde el pasado y desde su posible inmortalidad futura.
En fin, en la mañana de aquel 26 de julio de 1953, estaba vivo y tenía el derecho a vivir y salvarse de un crimen que jamás tendría justificación desde el punto de vista humano, ético y legal.
Sin embargo, la sevicia del Ejército fue tanta que acuciado por el tirano quiso llevar la venganza hasta límites de barbarie. Por eso Fidel en su alegato de defensa sentenció: “En las guerras los ejércitos que asesinan a los prisioneros se han ganado siempre el desprecio y la execración del mundo. Tamaña cobardía no tiene justificación ni aun tratándose de enemigos de la patria, invadiendo el territorio nacional. Como escribió un libertador de la América del Sur, “ni la más estricta obediencia militar puede cambiar la espada del soldado en cuchilla de verdugo”. “El militar de honor no asesina al prisionero indefenso después del combate, sino que lo respeta; no remata al herido, sino que lo ayuda, impide el crimen…”
José Luís Tasende, una vez reconocido como uno de los asaltantes, fue sacado del Hospital Militar Joaquín Castillo Duanys, -convertido en la Escuela de Estomatología con el nombre de Mártires del Moncada después del triunfo de la Revolución-. Su asesinato salvaje en lugar y circunstancias imprecisas, quedó recogido para la historia en la autopsia practicada, que expresa:
“Se examina un cadáver que viste pantalón kaki. Presenta una venda en la pierna derecha, sobre trece heridas de bala, diseminadas por la cara antero-posterior de la pierna derecha; dos heridas de bala en la región occipital media, casi en la nuca, una en la cara postero-lateral izquierda del cuello, dos en el lado izquierdo de la cara, una al parecer de proyectil de gran calibre en la región esternal. Se ocupan el pantalón referido y las vendas. Siendo la causa directa de la muerte hemorragia intracraneana y torácica y la indirecta heridas por proyectiles de arma de fuego”.
Ese fue el destino de Tasende, uno de los protagonistas e integrante de la llamada Generación del Centenario. Sólo 6 de los atacantes murieron en combate, mientras 55 atacantes de los Cuarteles Mondada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo, el destino quiso que fueran hechos prisioneros y asesinados en los días 26, 27 y 28 de Julio, en medio de una orgía de sangre y festín de jefes y soldados envilecidos.
El resto de la historia desencadenada por el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio es conocida. Los prisioneros vivos fueron condenados y sufrieron prisión. Una vez indultados se les hizo la vida política imposible. Fidel pasó al exilio en Méjico para reiniciar una nueva contienda. Organizó la expedición liberadora que desembarcó en el yate Granma el 2 de diciembre de 1956. Sorprendidos por el Ejército los 82 expedicionarios se desperdigaron por los territorios circundantes. Los 18 que cayeron prisioneros por los militares batistianos incluyendo Juan Manuel Márquez, el segundo jefe del comando, fueron asesinados. Se cumplía así la misma estrategia asesina del ejército opresor practicada el 26 de julio de 1953.
Los combatientes de la nueva hornada para desarrollar la lucha en la Sierra Maestra, entre los cuales se encontraba Ernesto Guevara de la Serna (Che) en su carácter de médico de la tropa, fue consecuente con la norma ética practicada durante el asalto al Moncada: respeto a la vida y al honor de los enemigos prisioneros. Jamás utilizaron contra el enemigo la ley del Talión de ojo por ojo y diente por diente.
Ética y políticamente resultan reveladoras las palabras pronunciadas al respecto por Fidel a través de la Radio Rebelde el 19 de agosto de 1958, cuando expresaba lo siguiente:
“Desde que desembarcamos en el Granma adoptamos una línea invariable de conducta en el trato con el adversario, y esa línea se ha cumplido rigurosamente, como es posible que se haya cumplido muy pocas veces en la historia.”
“Con orgullo legítimo de los que han sabido seguir una norma ética, podemos decir que sin una sola excepción los combatientes del Ejército han cumplido su Ley con los prisioneros. Jamás un prisionero fue privado de la vida, jamás un herido dejó de ser atendido, pero podemos decir más; jamás un prisionero fue golpeado, y algo todavía que añadir a esto: jamás un prisionero fue insultado u ofendido.”
“Matar no hace más fuerte a nadie; matar los han hecho a ellos débiles; no matar nos ha hecho a nosotros fuertes.
¿Por qué nosotros no asesinamos a los soldados prisioneros?
Primero: porque solo los cobardes y los esbirros asesinan un adversario cuando se ha rendido.
Segundo: porque el Ejército Rebelde no puede incurrir en las mismas prácticas que la tiranía que combate.
Cuarto: porque si en cualquier guerra la crueldad es estúpida en ninguna lo es tanto como en la guerra civil, donde los que luchan tendrán que vivir algún día juntos y los victimarios se encontrarán con los hijos, las esposas y las madres de las víctimas”.
El otro personaje, Ernesto Guevara de la Serna, primero médico y combatiente de la tropa rebelde en la Sierra Maestra, pronto devino jefe militar y estratega audaz y destacado. Su trayectoria extraordinaria dentro de la Revolución Cubana lo convirtió en cubano por nacimiento. Y el sobrenombre de Che, asumido como admiración y cariño familiar, junto con su obra y personalidad, lo elevó a la condición de uno de los dirigentes más destacados del círculo íntimo de Fidel y, a la vez, un hombre con madera de estadista capaz de desempeñar tareas prominentes en Cuba y a nivel internacional.
Este es el Che antes de asumir su compromiso y misión internacionalista liberadora.
Su vocación internacionalista, sus sueños de liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo, le llevó a otras tierras, como fueron el Congo en África y Bolivia en América Latina. En este último país libro su lucha guerrillera, manteniendo la misma conducta y ética que mantuviera en la Sierra Maestra con respecto a los enemigos hechos prisioneros en algunos de los combates.
Quiso el destino que el día 8 de octubre de 1967 librara su último combate frente a una tropa en número superior, cuando casualmente su arma quedara inutilizada.
Al igual que pasara con Tasende, había sido herido en una pierna. Y apresado, fue conducido a una escuelita en Higueras.
Allí los fotógrafos dieron constancia para la historia y para el mundo, que el Che estaba vivo y vital y que no podría morir en forma natural a consecuencia de la herida. Así le mantuvieron hasta el día siguiente, 9 de octubre, en que el destino quiso que las autoridades nacionales decidieran, seguramente por mandato de autoridades del imperio, ejecutar al hombre impertérrito y heroico mediante una maniobra asesina que será siempre un escarnio para todos aquellos que aquel día dejaron de ser hombres para convertirse en fieras que nunca podrán gozar de un mínimo de perdón humano ni divino.
Esta es la foto del Che prisionero y vital el 8 de octubre con la misma mirada serena y parecida a la de Tasende prisionero captada 24 años antes.
CHE GUEVARA HERIDO
Las circunstancias y detalles del asesinato del Che son conocidas, y Fidel las resumió en su Introducción necesaria al Diario del Che en Bolivia. En fin, cumpliendo el encargo de los oficiales bolivianos, el suboficial Mario Terán, en estado de embriaguez, procedió a cumplir la orden, “disparándole de la cintura hacia abajo una ráfaga de metralleta. La agonía del Che se prolongó hasta que un sargento –también ebrio- con un disparo de pistola en el costado izquierdo lo remató. Tal proceder contrasta brutalmente con el respeto del Che, sin una sola excepción, hacia la vida de los numerosos oficiales y soldados del ejército boliviano que hizo prisioneros.
Las horas finales de su existencia en poder de sus despreciables enemigos tienen que haber sido muy amargas para él, pero ningún hombre mejor preparado que el Che para enfrentarse a semejante prueba.”
Seguro que Che tuvo tiempo para pensar sobre las ideas que escribiera a Fidel en su carta de despedida años antes. “Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por las enseñazas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos.”
Sirvan estas línea que narran páginas similares de un pasado heroico hoy que está presente en la memoria aquel asalto y aquellas batallas de cubanos generosos y heroicos capaces de librar una lucha desigual contra la tiranía como una expresión sublime de la rebeldía probada de nuestro pueblo a lo largo de su historia contra enemigos colosales..
26-7-2020
*Doctor en Ciencias Médicas. Profesor de Mérito y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.