Jesús Arboleya - Progreso Semanal.- Funcionarios del gobierno norteamericano han insistido en que Cuba no es una prioridad para Estados Unidos. No puede serlo, en las condiciones actuales, para Estados Unidos no existe otra prioridad que los propios Estados Unidos.


Según reportó David Sanger, periodista del New York Times, el asesor de Seguridad Nacional, John Sullivan, declaró que Estados Unidos solo recuperará su influencia mundial después de haber domesticado la pandemia, restaurado su crecimiento económico y restablecido las relaciones con los aliados. Habría que agregar resolver la enorme polarización política existente; disminuir niveles de violencia que el FBI ha colocado en la categoría de “terrorismo interno”; así como superar el deterioro de las instituciones gubernamentales, encargadas de enfrentar estos y otros problemas.

El criterio del propio periodista es que, como resultado de esta situación, la política exterior de Joe Biden avanza de manera más lenta que la doméstica y se caracteriza por la moderación, la cautela y la deliberación de las decisiones más urgentes. La política hacia Cuba no es una excepción, según lo dicho por los voceros gubernamentales, en estos momentos se encuentra en proceso de revisión, se actuará con el cuidado suficiente para no afectar otros intereses y debe esperar su momento.      

Un aspecto que conspira contra el avance del tema cubano, es el interés de Biden de no tomar decisiones que puedan obstaculizar el proceso de confirmación de los funcionarios públicos por parte del senado y la aprobación del Congreso de propuestas tan importantes como el reciente rescate económico para enfrentar la pandemia o una reforma migratoria. Los legisladores cubanoamericanos republicanos no han perdido oportunidad de vincular el tema de Cuba a estos procesos, pero parece que lo que más importa al gobierno es no confrontar con el senador demócrata Bob Menénez, enemigo acérrimo del gobierno cubano, que después de sobrevivir a un turbio proceso legal por corrupción, ahora ocupa la presidencia del poderoso Comité de Relaciones Exteriores.

Tanto el secretario de Estado, Antony Blinken, como otros funcionarios del gobierno, han dicho que su intención es consultar la política hacia Cuba con la comunidad cubanoamericana. No han aclarado cómo ni a cuáles sectores se refieren, pero declaraciones del propio Menéndez, algunos guiños del secretario al senador Marco Rubio, así como la falta de respuesta a iniciativas de cubanoamericanos demócratas que abogan por el mejoramiento de las relaciones, despiertan sospechas respecto a la mirada del gobierno sobre este asunto.

Un analista de tanto peso como Guillermo Grenier, que durante muchos años dirige las encuestas Cuba Poll sobre las actitudes políticas de la comunidad cubanoamericana, ha enfatizado que la preferencia de los cubanoamericanos por los republicanos, se debe, en buena medida, a las debilidades del trabajo político de los demócratas. Un mérito de Obama, con resultados relevantes en la obtención del voto cubanoamericano, fue comprender las diferencias existentes en esta comunidad y proponer alternativas a la agenda de la extrema derecha republicana respecto al tema cubano. Esta lógica no prevaleció durante la campaña electoral de los demócratas y, hasta ahora, tampoco parece predominar en la estrategia del gobierno hacia Miami.    

El nivel de agresividad expresado por la nueva administración contra Cuba está muy distante del discurso y la práctica llevada a cabo por Donald Trump, pero nada ha hecho por aliviar la carga que ha tenido que sufrir el pueblo cubano y, sobre todo, no ha existido un solo gesto conciliatorio que indique el sentido de su política. Más bien, sus declaraciones de apoyo a la oposición cubana no hacen otra cosa que respaldar las acciones de la extrema derecha aliada al trumpismo. Algunos incluso sospechan que la lentitud de Biden en revertir las medidas más agresivas del gobierno de Donald Trump contra Cuba, dígase las restricciones a los viajes y las remesas, esconden la intensión de no frenar una supuesta “debacle” del gobierno cubano, afectado por la combinación del recrudecimiento del bloqueo y los efectos económicos de la pandemia.

Es difícil creer que los especialistas norteamericanos, muy familiarizados con el tema cubano, incluso durante el gobierno de Trump, creyeran la tesis del pronto derrocamiento del gobierno cubano por esta vía. No obstante, la falta de sensibilidad del gobierno de Biden ante la situación cubana, contradice la credibilidad de una política que se plantea está basada en la protección de los derechos humanos en Cuba y establece un precedente muy negativo para las relaciones entre los dos países, si recuperarlas es lo que realmente se propone el gobierno.

Apenas ha transcurrido un par de meses desde la toma de posesión y existen problemas que realmente pueden demorar colocar las relaciones al nivel en que se encontraban cuando Obama finalizó su mandato. Restablecer el pleno funcionamiento de las embajadas y los consulados, pasa por solucionar el misterio de los “ataques sónicos” contra los diplomáticos norteamericanos establecidos en Cuba, una tarea complicada para el secretario de Estado, precisamente porque no existe ninguna prueba de su existencia: es como asegurar oficialmente que los fantasmas no existen. De ello depende retornar al cumplimiento de los compromisos contenidos en los acuerdos migratorios, cosa que posiblemente Estados Unidos no está muy interesado en agilizar, debido a los problemas de la pandemia.

Incluso sería comprensible que pudieran demorar procesos como el desmantelamiento de las más de 200 medidas coercitivas establecidas por Trump durante su gobierno o destrabar la burocracia para poner en pleno funcionamiento los 22 acuerdos de mutuo interés firmados durante el gobierno de Obama, pero no hay excusas para dilatar o, al menos, afirmar el compromiso con decisiones como restablecer los viajes y las remesas, facilitar las compras de medicinas y alimentos o sacar a Cuba de la lista de países promotores del terrorismo, lo que rectificaría uno de los actos más arbitrarios de la administración Trump.

No todas las decisiones de los gobiernos se relacionan con sus prioridades, infinidad de otros asuntos son los que en realidad caracterizan su accionar cotidiano. Lo que reclaman los sectores interesados en el mejoramiento de las relaciones con Cuba y observa con atención el pueblo cubano, es que Joe Biden defina sus intenciones y, al menos, lleve a cabo los gestos que encausen su política en un sentido distinto a lo que hizo Donald Trump. Montado en la esperanza de que sería algo diferente en la política norteamericana llegó Joe Biden al poder, demostrarlo debiera ser su principal prioridad y Cuba es un buen botón de muestra.

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