Geraldina Colotti - Resumen Latinoamericano / Cubainformación.- En su larga experiencia informativa, Resumen Latinoamericano se ha caracterizado por la valentía de interpretar los fenómenos a partir de la lucha de clases y no por las versiones acomodaticias que engañan la lectura de los hechos a partir de la «post-verdad». En esta clave trataremos de dar respuesta a la solicitud de su director, Carlos Aznarez: quien nos invitó a escribir sobre las detenciones de refugiados italianos en París, como ya hicimos en el caso de Cesare Battisti, realizando entonces también una entrevista a su abogado, Davide Steccanella.


Evidentemente, no es lo mismo explicar el tema a un contexto italiano y europeo que a un contexto latinoamericano, incluso si hay diferentes recepciones sobre este problema histórico según los diferentes países latinoamericanos. Se tiende a pensar que, dado que los países capitalistas eran gobernados por democracias, emprender la lucha armada era como mínimo plañidero. Sin embargo, ciertamente hay dos ejemplos para reflexionar en América Latina: Venezuela durante las democracias nacidas del Pacto Funto Fijo, puestas a prueba por las primeras guerrillas del continente después de la revolución cubana, y Uruguay con los Tupamaros.

Sin embargo, la cuestión de la guerra de guerrillas, o más bien de la «ocasión» revolucionaria, de los tiempos y formas de aprovecharla, y también su relevancia respecto al nivel de consenso y conciencia de las masas capaces de hacer la revolución, ha dividido, a veces dramáticamente, incluso los partidos comunistas latinoamericanos del siglo pasado. Y sigue dividiéndo incluso en este siglo en el que, tras la desaparición de la Unión Soviética, el problema de la transformación radical del modelo capitalista se ha complicado aún más.

En el último siglo, como es sabido, las decisiones políticas de las fuerzas comunistas repercutieron los cambios de línea o los conflictos entre los dos grandes partidos comunistas, el soviético y el chino, y las posiciones de la Internacional. Un panorama aún más complicado por la deriva revisionista emprendida por los partidos comunistas en Europa tras la segunda guerra mundial, en primer lugar por el italiano, el Partido Comunista más fuerte de Europa, acompañado de un sindicato igualmente fuerte.

Una actitud que también ha pesado en el reconocimiento del derecho a defenderse con las armas contra la dictadura cívico-militar en Argentina y, en parte, contra la chilena anterior, sin mencionar la lucha guerrillera de los Tupamaros en Uruguay, que se inició antes la llegada de la dictadura. En Resumen Latinoamericano compartimos algunas reflexiones al respecto, redactadas con motivo del centenario del Partido Comunista Italiano (PCI).

Se señaló que, además del Partido Comunista más fuerte de Europa, Italia también había producido la extrema izquierda más fuerte de Europa, que se desarrolló tras las protesta estudiantil de 1968 y la obrera de 1969, y se incubó en los años de lucha contra la guerra en Vietnam y la guerrilla del Che. Un capítulo dentro del choque titánico entre el comunismo y el campo de fuerza adverso a nivel internacional, que en Italia reaccionaba a ese ciclo de lucha también con masacres por bombas en las calles.

En ese contexto y tras el cambio de perspectiva del Partido Comunista en el sentido del «compromiso histórico» con los entonces democristianos y el «eurocomunismo», nacieron también organizaciones armadas de extrema izquierda. No fue un fuego de paja, sino de un proyecto real de transformación radical que se concretó en la situación de crisis económica y crisis de credibilidad de las instituciones burguesas, y en presencia de una subjetividad revolucionaria fuerte y organizada. Un ciclo que duró unos veinte años y que puso en la mesa también la opción armada por el poder.

¿En qué país con capitalismo avanzado puede haber tal longevidad de la guerra de guerrillas contra una democracia burguesa y no contra una dictadura? Para tener un término de comparación, basta pensar que la resistencia armada al nazi-fascismo en Italia duró 3 años. En los Setenta no se trataba solo de acciones armadas, sino de proyectos políticos que se confrontaban e incluso chocaban, y que afectaban, de diversas formas, la realidad política de ese período.

¿Quién tenía razón y quién no? ¿Podríamos haber actuado de otra manera? ¿Cuándo debes avanzar o detenerte?

¿Hay todavía espacio para un camino alternativo al capitalismo en las nuevas condiciones y con qué proyectos perseguirlo? Reflexionar sobre ese período y sobre la extraordinaria fucina del siglo XX todavía sirve al presente. El balance histórico es una palanca para el futuro. Las clases dominantes lo saben y por ello los vencedores imponen su versión y persiguen a los supervivientes. Siempre ha sucedido a lo largo de la historia. Salvo que, en otros períodos históricos, los vencedores se inquietaron menos porque todos los protagonistas del campo adverso fueron asesinados.

En este caso, sin embargo, incluso si la vida sigue su curso y varios de los ex guerrilleros están falleciendo, todavía hay sobrevivientes. Y siguen siendo censurados, perseguidos, encarcelados. Hay muchos «tapones», anclados de diversas formas a esa temporada, que deberían eliminarse para permitir que los jóvenes se apropien de esa historia sin censura.

Tras la desaparición de la Unión Soviética, la damnatio memoriae de los intentos revolucionarios también  se acompaña a la del comunismo y de cualquier forma que pueda considerarse comparable como, por ejemplo, el socialismo bolivariano en Venezuela. El Parlamento Europeo ha venido a votar una resolución que equipara el fascismo con el comunismo. La ausencia de terraplén, concreto y simbólico, la pérdida absoluta de hegemonía de las fuerzas verdaderamente alternativas, pero también el legalismo de aquellos componentes que se definen como comunistas herederos del desaparecido Partido Comunista, impide el balance de ese ciclo histórico, que también puede ser polémico, pero debe enmarcarse en términos histórico-políticos, no conspiratorios o judiciales.

Cabe preguntarse entonces: ¿por qué en los países capitalistas, y también en países donde la lucha de clases adquiere connotaciones de poder, como en Colombia, no hay oportunidad de construir abiertamente una oposición incisiva y radical? En Colombia, los que intentan son asesinados y procesados. En Italia, hay todo un aparato de control preventivo listo para recuperar toda la parafernalia de la temporada de «emergencia».

La misma práctica que vemos continúa, por ejemplo, en Perú, basada en el llamado «derecho penal del enemigo», que incluso recientemente, y en plena pandemia, con la Operación Olimpo ha llevado a la cárcel a movimientos legales e incluso a abogados. Y el pedido de “toma de distancia” se usa como pesadilla y arma de chantaje contra cualquier candidato, como el sindicalista Pedro Castillo, que tiene una agenda incómoda para el sistema capitalista.

En Italia, los movimientos revolucionarios, no solo las organizaciones armadas, fueron encarcelados durante la década de 1970, aplicando el equivalente del actual «lawfare». Una práctica represiva que, sobre la base de «teoremas» judiciales, actuó de forma masiva e indiscriminada contra los supuestos simpatizantes del «terrorismo», aunque no coincidieran con las organizaciones armadas.

Esto sucedió con el «teorema de Calogero» que, el 7 de abril de 1979, llevó a la cárcel a dirigentes y simpatizantes de la Autonomía Obrera, con base en «suficientes indicios de culpabilidad» y acusaciones como «insurrección armada contra los poderes del Estado». Las crónicas transmiten que Calogero, un juez cercano al PCI, para justificar su «teorema» utilizó a su manera un concepto de Mao Zedong según el cual los comunistas combatientes deben moverse como peces en los arrozales: «Si no puede atrapar a los peces, hay que drenar el mar”, dijo el juez.

Que el PCI, aunque no en el gobierno, haya optado por defender la democracia burguesa y no a los que intentaron hacer la revolución, no fue un pequeño revuelo: todavía pesa en el legado de quienes, aunque ya no son ni siquiera socialdemócratas, siguen aplicando este esquema. Y eso parece atractivo incluso para algunas pequeñas fracciones de comunistas que se sienten atraídos por esa «filosofía».

La práctica de los «teoremas» también se ha convertido en costumbre para establecer grandes procesos, y permanece en el arsenal de la «emergencia» que se ha convertido, después de esa temporada, en una verdadera cultura de gobierno, sea del color que sea, que todavía pesa, como un parafernalia disuasoria, simbólica y legal, sobre las nuevas generaciones.

¿De qué sirve enjuiciar a un puñado de exmilitantes de los años Setenta que durante decadas han vivido abiertamente en Francia y que no dieron problemas? Estaban allí sobre la base de la llamada Doctrina Mitterrand, que permitía un refugio a los exiliados a través de un acuerdo informal con la Italia de entonces. Extraditarlos no sirve a nada, respondería cualquier persona razonable, si no para hacer que los contribuyentes gasten más dinero en vano para reiniciar otro aparato represivo y sus mecanismos a nivel internacional. Pero hay razones. Se refieren a problemas de política interna, tanto en Italia como en Francia, dos países que necesitan demostrar, a través del «decisionismo», que tienen un consenso en cuestiones habitualmente reservadas a la extrema derecha.

Una Unión Europea fallida, jerárquica y subordinada a Estados Unidos, caótica y neocolonial, demuestra que sabe colaborar contra el «terrorismo». En este contexto, Italia que «derrotó al terrorismo» vuelve por una vez a ser hegemónica en Europa a pesar de su triple subordinación: a los industriales, a la OTAN y a las grandes instituciones supranacionales. Y tiene la parte del león en el despliegue de la nueva sociedad disciplinaria, con esta hermosa operación de distracción masiva.

Una operación que, mientras tanto, hace memoria jurídica, crea un precedente y un umbral que luego se puede traspasar: como hicieron Estados Unidos e Israel con los secuestros arbitrarios y «asesinatos selectivos» cometidos contra «combatientes enemigos» tras los ataques de 11 de septiembre de 2001; como se hizo con la detención y remisión a la Corte Penal Internacional del ex presidente de Costa de Marfil, Laurent Ggabo, quien cayó en desgracia; cómo ha hecho y está haciendo el imperialismo norteamericano con las autoproclamaciones de personeros que nadie ha elegido para suplantar a los presidentes reales, como con Guaidó en Venezuela; como sucede con la imposición de medidas coercitivas unilaterales, el robo de activos en bancos europeos de dinero venezolano y el uso con fines políticos de instituciones internacionales creadas específicamente para difundir la ilegalidad internacional generalizada.

 Y si aun así se cae el andamiaje, como sucedió en los recientes operativos de lawfare en Latinoamérica y también con el arresto de Ggabo, que la CPI tuvo que absolver, o como les podría pasar a los refugiados por la duración de los procedimientos de extradición, mientras tanto el aparato represivo que el consenso han sido «probados» y reconfirmados.

La represión y expulsión de migrantes endocumentados también tiene, en el fondo, un gran negocio de ese mismo aparato: porque con todo el dinero que se gasta en traer de vuelta o en rechazar gente que huye de la desesperación en la que los estados imperialistas los han desechados, se gasta infinitamente más de lo que se necesitaría para darles un trabajo y una casa.

Otro motivo que explica las detenciones en París se puede identificar observando la trayectorias de los refugiados. Detrás de la definición habitual de «terroristas» o «brigadistas» hay una muestra de lo que fueron los años setenta y lo que pretenden perseguir. En el grupo hay algunos ex militantes de las Brigadas Rojas, pero también otro que pertenecen a otras pequeñas formaciones armadas. Para hacerce una idea, entre el 1977 y 1979 se contaron 269.

En el grupo de refugiados, el caso más emblemático lo representa Giorgio Pietrostefani, casi octogenario y gravemente enfermo del corazón. Fue condenado por el asesinato del comisario de policia Luigi Calabresi, ocurrido en Milán el 17 de mayo de 1972. Un hecho por el que Pietrostefani siempre ha dicho que es inocente.

Calabresi estaba a cargo de la Questura de Milán cuando el ferroviario anarquista Giuseppe Pinelli, que estaba allí detenido, fue arrojado por la ventana, el 16 de diciembre de 1969. El 12 de diciembre de ese año, una bomba frente a la Banca Nazionale de Agricultura, en Milán, había cometido una masacre. La masacre de Piazza Fontana. Una de las muchas realizadas en Italia para contrarrestar ese ciclo de lucha revolucionaria con la «estrategia de la tensión», que también incluía «descarrilamientos»: hacer creer a la gente que «los anarquistas» y no las fuerzas reaccionarias, en su mezcla de fascistas y servicios secretos, estaban sembrando el terror. Una de las tantas masacres impunes, atribuibles al terrorismo fascista, y ciertamente no a las organizaciones guerrilleras, que actuaron selectivamente y contra los representantes del sistema dominante.

Eran tiempos en los que, con razón, desconfiando de las instituciones burguesas, en las manifestaciones se gritaba que se trataba de una «masacre de Estado», y se componían canciones sobre el asesinato impune del ferroviario anarquista. El imaginario popular era, en ese momento, decididamente «antisistema», nunca se hubiera podido pensar en poner un policía o un represor en un pedestal, convirtiéndolo en un ejemplo a seguir. En cambio, esto ha sucedido en Italia, y aún más.

No solo quisieron entregar a los tribunales todo ese ciclo de lucha y las generaciones de revolucionarios que participaron en él, sino que se llevó a cabo una gigantesca operación de zérotage simbólico, de criminalizar la idea misma de la «justicia proletaria», como la llamábamos entonces. Una idea fruto de la hegemonía que también ejercían las clases populares organizadas sobre los constructores de opinión pública. Bastaría con escuchar la producción musical alternativa de la época.

Está, por ejemplo, La locomotiva (La locomotora), de Francesco Guccini, que celebra el ataque suicida de un anarquista a «un tren lleno de gente rica». Ahí está la canción Ma chi ha detto che non c’è (Pero quien dijo que no está), de Gianfranco Manfredi, que habla de revolución y lucha armada, y que dice: «Está en el sueño cumplido / Está en la ametralladora pulida / En la alegría, en la ira / En la destrucción de la jaula / En la muerte de la escuela / En la negativa al trabajo / En la fábrica abandonada / En la casa sin puerta / etc.

Y está la canción de Area, Settembre Nero (Septiembre Negro), dedicada a los feddayns palestinos después del ataque a la villa olímpica en Munich en 1972. Italia, en ese momento, estaba posicionada de manera diferente en el tablero de ajedrez internacional y, respecto a Oriente Medio, la esclavitud a las políticas israelíes que vemos hoy habría sido impensable.

Septiembre negro dice así: “El mundo nos ha marcado/ Como bandidos y asesinos/ De mujeres y niños/ Pero nadie quiere ver/ Los cuerpos destrozados de nuestros hijos/ Debajo de los tanques/ Los campos devastados/ Por el fuego americano/ En nuestros cuerpos/ De las hienas de Sharon/ Pero entre las dunas se eleva/ La ametralladora de Septiembre negro/ En Palestina ahora se revive/ El espíritu guerrero/ Nos pesaba demasiado/ La vara del pastor/ Nuestros hijos prefieren el fusil/ El odio que han absorbido/ Con la leche materna/ Ahora explota en aviones EL AL/ Nos pesaba demasiado/ Llevar en nuestra espalda/ El dominio de una raza de mercaderos/ Si compraron con oro/ Mi casa y mi tierra/ ¡Mi libertad se paga con sangre!/ Y entre las dunas se eleva/ La ametralladora de Septiembre negro/ En Palestina ahora/ Revive el espíritu guerrero/ Gritan «shalom»//

La batalla por la historia y por una memoria no domesticada y no clausurada por la censura y la autocensura es parte de la batalla de las ideas. Hoy, lamentablemente, la burguesía lidera esta batalla de las ideas. Una razón que hace urgente unir las historias revolucionarias y insurgentes, de una parte de los continentes a la otra.

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