Al recorrer estos días de noviembre, tan llenos de carencias, pero también de buenas noticias, amenazas imperiales, ilusiones vueltas aire y memes geniales, he vuelto sobre un título referencial de nuestra ensayística.


Se trata de ese libro que Cintio Vitier llamó «tratado de historia de Cuba» y «brevísimo ensayo de fundación intelectiva» dotado, según el autor de Lo cubano en la poesía, de «lucidez, puntería y valentía» titulado Por el camino de la mar o Nosotros los cubanos, en el que Guillermo Rodríguez Rivera afirma que el cubano «no va a permitir que lo cojan de comemierda quien no esté dispuesto a hacer los mismos sacrificios» y que por eso «en Cuba ha sido prácticamente imposible asumir una jefatura o mantenerla sin “marchar delante”, sin asumir el mayor riesgo en la lucha». Para probarlo recorre los desafíos asumidos por figuras de nuestra historia como Céspedes, Agramonte, Martí, Mella, Guiteras, Chibás, Frank y Fidel.

El apoyo cerrado a causas como las del padre del niño Elián o la de los Cinco luchadores antiterroristas que desafiaron las altas e injustas penas de cárcel impuestas por tribunales estadounidenses viene de esa tradición, como también la identificación con los luchadores de la generación histórica que hizo con las armas la Revolución y aún permanecen activos, encabezados por el General de Ejército Raúl Castro. La presencia del Primer Secretario del Partido Comunista y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, en el epicentro originario de los acontecimientos del día 11 de julio de este año responde a esa exigencia histórica, como también su intensa actividad visitando los barrios más humildes de la capital.

Sin embargo, no se trata solo de líderes. España impuso en Cuba una reconcentración criminal, antecedente de los campos de muerte nazis, el pueblo cubano hizo una guerra desde la manigua en condiciones desventajosas y desgastó al ejército colonial más numeroso en América, tanto que EE. UU. se aprovechó de ese desgaste e intervino, oportunistamente, para apoderarse de la isla. Washington impuso en Cuba dos dictadores sangrientos –Machado y Batista–, nuevamente en condiciones desventajosas el pueblo cubano, al precio de miles de vidas, los derrocó luchando en ciudades y montañas.

Ignorando todo eso, y según se puede leer en la prensa que le exige pluralidad, pero solo da voz a un enfoque sobre la isla, ese pueblo cubano, que no temió en alzarse en armas pese a reconcentraciones y regímenes militares que torturaron y asesinaron a mansalva, «está atemorizado» y no puede derrocar a lo que Estados Unidos llama dictadura pero no reprime, no asesina ni tortura como sí hacen gobiernos que Washington apoya, como apoyó antes dictaduras en Cuba. Lo afirma la misma maquinaria que minimiza la guerra económica llevada al paroxismo por los dos últimos gobiernos norteamericanos para poner, en primer plano, sus efectos y atribuirlos exclusivamente a un socialismo al que, a pesar de todo lo que dicen, no pueden dejar caer por sí mismo, con todos los errores que le atribuyen o magnifican, sino que hay que ahogarlo in extremis, negándole sin descanso todo respiro.

No pueden sorprendernos, es su rol clasista, con accionistas y anunciantes que subordinan universalmente sus posturas. Lo que sí sorprende es que se pueda leer a personas que presumen de doctas diciendo, en un inocultable intento de disminuir una derrota escandalosa, que lo sucedido con la no marcha convocada para el 15 de noviembre llevó al gobierno a emplearse a fondo contra un «pequeño grupo de Facebook», cuando es evidente que ha sido un combate más de la larga guerra del gobierno de Estados Unidos contra el pueblo de Cuba. Ahí están las declaraciones de sus más altos personeros, las acciones de sus agencias públicas y ocultas con los «líderes» que fabricaron, los onerosos financiamientos y el apoyo de las más poderosas plataformas tecnológicas para desmentirlos.

Callaron cuando apedrearon la sala de un hospital donde se encontraban embarazadas y recién nacidos acompañados de sus madres, cuando asaltaron con cocteles molotov una embajada cubana en la que dormían niños, cuando pidieron intervenirnos militarmente y hacer aquí lo mismo que en Irak, Siria y Libia, pero ahora se indignan porque hubo mujeres cubanas que decidieron no callar ante quienes apoyados por los que hicieron, festejaron, o incitaron lo anterior quieren crear condiciones para que se vuelvan a repetir hechos así.

Seguramente hay vías más inteligentes y cultas para impedir el accionar de quienes buscan facilitar esas cosas ante las que nuestros jueces, nada lejanos de ser parte, han preferido callar. No han callado, ante esos y otros errores de nuestro lado, jóvenes revolucionarios, convencidos de que las mejores armas de una Revolución humanista como la nuestra, son la inteligencia, la cultura y la alegría, porque saben que un hecho que se aparte de esa conducta, por excepcional que sea, nos disminuye, pero más se disminuyen en su hipocresía quienes callan el repudio, la violencia y el terror practicados, impune y sistemáticamente, contra un pueblo entero.

Hay mucho que hacer en Cuba, mucho que transformar, para vencer los desafíos de tantas limitaciones externas y también propias. Pero tenemos motivo para festejar una victoria más ante el imperio más poderoso de la historia, a pesar de que llevan 60 años de derrota en derrota se autoconsuelan diciendo ahora que el efímero mártir de atrezzo que puso Atlántico por medio, y dejó a sus cofrades en el triste papel al que aludía Guillermo Rodríguez Rivera, ha prometido regresar. Sí, eso mismo dijeron Batista, Prío, Mas Canosa y un largo etcétera de «valientes» que aseguraron volver y a los que todavía estamos esperando. Los que sí volvieron a Cuba, venciendo mil obstáculos y en contra de la voluntad de quienes apoyaron con todo este Bahía de Cochinos virtual fueron los que supieron «marchar delante»: Martí, Gómez y Maceo en «una cáscara de nuez», Fidel, Raúl, y sus compañeros a bordo del Granma, fieles a su juramento de ser libres o mártires, y Gerardo Hernández Nordelo, René González, Antonio Guerrero, Fernando González Llort y Ramon Labañino, a quienes el Comandante dedicó un Volverán que todavía resuena.

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