Iroel Sánchez - La pupila insomne.- Hay alarma en políticos y medios de comunicación europeos por el triunfo de la ultraderecha en las elecciones italianas. Antes sucedió en Polonia y Hungría, cuyos mandatarios han expresado su alegría por el triunfo de la señora Meloni. Aunque Italia es diferente: se trata de la tercera economía de Europa, y que una admiradora de Mussolini se pueda convertir en Primera Ministra pone en crisis todo el discurso de la “gran casa europea” desde una delas cunas de la cultura occidental y cuestiona duramente su vocación de dar lecciones democráticas al mundo.


Es cierto que el sistema electoral italiano premia las coaliciones, y la ultraderecha fue unida a esta convocatoria electoral, mientras los partidos que podían vencerlos y que alertaron contra su ascenso acudieron divididos a las urnas.

Pero, lo sucedido tiene raíces más profundas que se hunden en la historia reciente ¿cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo ha sido posible también que Marine Le Pen en Francia y Santiago Abascal en España sean hoy políticos legitimados en las urnas? Hay dos elementos fundamentales que han impulsado el ascenso electoral de la ultraderecha en países de Europa: el efecto en el empeoramiento de las condiciones de vida los trabajadores y el desempleo, fruto de la aplicación de políticas neoliberales que han supuesto el desmontaje del estado de bienestar y abierto espacio a un discurso xenófobo y demagógico en modo Trump, y el crecimiento imparable de los flujos de inmigrantes procedentes países del Sur, y particularmente los que sufren guerras como es el caso de Libia y Siria, que son presentados como amenazas al empleo decreciente y los servicios públicos cada vez más limitados de que aún pueden gozar los ciudadanos europeos. A ello se ha sumado el t(Al Mayadeenerrorismo en lugares como Francia y Bélgica, provocado por individuos vinculados a grupos con base en Oriente Medio como Al Qaeda o el Estado Islámico.

Libia, hasta 2011 el estado con más alto índice de desarrollo humano de África, era una contención a la emigración que cruzando el Mediterráneo llega hoy con cada vez más frecuencia a las costas italianas, mientras que Siria era un estado secular donde el extremismo religioso de signo violento no tenía base. Sin embargo, para Estados Unidos no fue suficiente resultado de sus desastres en Irak y Afganistán, y con el acompañamiento de sus socios de la OTAN Obama se lanzó en primero en una aventura que convirtió a Libia en un territorio caotizado, ingobernable y dominado por la violencia, para después con el financiamiento a grupos que, según a confesado Hillary Clinton, dar lugar al Estado Islámico.

¿Cuál fue el papel de Europa en todo eso? El del aliado servil que mucho más cerca de los seguros efectos adversos acompaña a Estados Unidos que vende las armas y se lleva el botín como ha sucedido con el petróleo sirio.

Pero ni las élites europeas hablan de ello, ni los medios de comunicación lo analizan. Y ahora, acompañan a Washington en una nueva aventura: la de Ucrania, cuyos efectos ya se hacen sentir en la economía y la vida cotidiana de los europeos, desde el ascenso de los precios de la electricidad a las restricciones en la calefacción.

¿Qué pasará cuando llegue el invierno y todo se haga aun más difícil sin gas ruso y los precios de la electricidad escalen aún más, mientras desde Estados Unidos y su lugarteniente noruego le vendan los hidrocarburos mucho más caros? ¿Un crecimiento de la conciencia de clase, de unos trabajadores desorganizados y cada vez menos sindicalizados? ¿O un crecimiento de los seguidores de los políticos demagogos que presenten esos efectos como fruto de los errores de las políticas de Bruselas, que lo son, y de los emigrantes que no cesan que llegar?

Hace pocos años se estrenó en Alemania una película titulada Hitler ha vuelto: El “gran dictador”, volvía a ser el gran salvador, hipnotizaba multitudes en realitys shows de televisión y sus fans ponían a hervir las redes digitales. La ficción comienza a acercarse a la realidad y podría ser aún peor.

La culta y civilizada Europa, como le solía llamar con ironía el Comandante Fidel Castro, no aprende de su propia historia, ni tampoco de los desastres recientes en que su seguidismo pro norteamericano la ha involucrado. Recoge las tempestades sembradas por una élite que piensa con sus bolsillos y a corto plazo. Hitler tal vez demore unos años más, pero Mussolini ya está regresando.
(Al Mayadeen)

 
 
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