Luis Toledo Sande* - Cubaperiodistas.- El artículo “Cuba de Octubre en Octubre” le valió al autor una observación discrepante por parte de un lector amigo, serio, informado, y patriota, por más señas: “Solo echo en falta el supuesto acuerdo ‘secreto’ entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de no atacar a Cuba”. Presuntamente ese pacto ha mantenido a salvo a Cuba, porque, si han atacado a tantos países, ¿por qué no atacarían a Cuba ni hicieron una operación “quirúrgica” para asesinar a su líder? No todo puede explicarse por el heroísmo del pueblo cubano.


El articulista disfrutó por teléfono con el amigo una de las charlas que de lejos o en la cercanía suelen tener, y le agradeció el estímulo para añadir algunas precisiones al artículo citado. Pero si entre los gobiernos de los Estados Unidos y de la URSS se pactó un “supuesto acuerdo”, y “secreto”, ¿con qué certezas abordarlo detenidamente en un texto breve que priorizó por otros caminos la visión de la Crisis de Octubre?

No obstante, está presente en la referencia al hecho de que, años más tarde, el gobierno cubano supo —y no por cualquier mensajero— que el soviético no correría el riesgo de apoyar la defensa de Cuba, directamente al menos, si esta era objeto de una invasión masiva por parte de los Estados Unidos. Tal referencia no podría entenderse sin el antecedente, aunque fuera implícito, del “supuesto y secreto acuerdo”.

Pero ¿se caracterizan los gobernantes estadounidenses por respetar convenios? No los contraen, o los violan, y no “olímpicamente”, sino a lo yanqui. ¿Por qué entonces no han llevado a cabo una invasión masiva contra Cuba? Insístase en lo de masiva, porque otras formas de agresión que invaden sí han perpetrado. ¿Qué fueron si no las bandas de mercenarios, armadas y financiadas por la CIA, que tantos crímenes cometieron en numerosos sitios del país? Ni siquiera la derrota de esas bandas puso fin al terrorismo del que Cuba ha sido víctima dentro y fuera de su territorio. ¿Dejará de serlo?

Para no ir más lejos, ni insistir en ejemplos que lectoras y lectores tendrán en mente, hace apenas unos días se cumplió un año más del sabotaje que derribó un avión de Cubana con más de setenta civiles a bordo. Pero la acción de mayor envergadura, y también de resultados genocidas, con que los Estados Unidos han sustituido una posible invasión armada a gran escala, es el bloqueo con que siguen empeñados en asfixiar a Cuba. No ha dejado de verse en más de sesenta años, y se ha visto palmariamente en medio de una pandemia letal y de desastres como los causados por el huracán Ian.

En 1898 los Estados Unidos convirtieron a Puerto Rico en colonia a la vieja usanza, y para Cuba —acertada observación del historiador Jorge Ibarra— optaron por aplicar la estratagema que José Martí previó y denunció en 1889: “ensayar en pueblos libres [léase: ya repúblicas] su sistema de colonización”. Al parecer, también han preferido privilegiar en sus actos contra Cuba el bloqueo por encima de una invasión armada.

Pero aún no se ha mencionado aquí lo que, aunque frustrada, fue estrictamente una invasión: la que en abril de 1961 el pueblo cubano —sí, con el heroísmo de su mayoría, que ha sido determinante en esta historia— derrotó en poco más de sesenta horas. La victoria de Cuba en Girón impidió que se consumara contra este país una invasión mucho mayor: la que habría lanzado la potencia imperialista si sus mercenarios hubieran conseguido la cabeza de playa desde la cual pedirle el apoyo pactado.

La relevancia de la victoria cubana fue tal que el presidente de los Estados Unidos a quien le correspondió cargar con la derrota, acudió a otras tácticas en su afán de impedir que el ejemplo del país en Revolución siguiera cundiendo en las Américas. Puso en marcha la engañosa Alianza para el Progreso que se da como anunciada un mes antes, y con la que retomó la política de “buena vecindad” también anunciada, décadas atrás por otro presidente “demócrata”.

En la táctica de Franklyn Delano Roosevelt —con cuyo segundo nombre se divierte la chacota caribeña— vio su camino John Kennedy, y también vio el suyo un discípulo de ambos, el Barak Obama que en 2014 anunció suavizar el bloqueo para buscar de otro modo lo que la resistencia cubana le había impedido conseguir. Pero si lo que se sabe de su búsqueda de acercamiento a Cuba —todo con el fin de neutralizarla— le costó a Kennedy ser asesinado por las fuerzas más recalcitrantes de su nación, la jugada de Obama no tardó en asesinarla un representante “republicano” orgánico de esas fuerzas, quien instauró medidas de constricción que mantiene su sucesor, “demócrata”, como Roosevelt, Kennedy y Obama, pero todo lo mediocre y patán que ellos no fueron.

En cuanto a la opción, no consumada, de una “operación quirúrgica” para eliminar al líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, tampoco estuvo faltó: dio lugar a una larga lista de intentos de asesinarlo con procedimientos menos costosos. Si fracasaron, no fue obra de la casualidad, sino de la preparación de Cuba para defenderse contra el imperio.

Vuelve siempre al análisis la confianza de ese imperio en el bloqueo. Abundan evidencias, y testimonios, de que contaban con que, asesinado o muerto de modo natural el Comandante, la Revolución se caería sola, porque los desencantos ocasionados en el pueblo por los efectos del bloqueo bastarían para echarla por tierra. Que eso no ocurriese, explica la rabia con que han reforzado milimétricamente el bloqueo y muestran con saña que no están dispuestos a levantarlo.

Hay un dato del cual no puede prescindirse: los Estados Unidos tienen fuerza militar para proponerse borrar a Cuba del mapa, pero eso no basta para ignorar lo que una invasión masiva contra este país les costaría en términos materiales, y en algo que para ellos no parece contar mucho, pero no desconocerán: en el plano simbólico. Si consiguen que finalmente Cuba parezca colapsar cuando en realidad sería estrangulada por el bloqueo —que a eso va—, resolverían muchas cosas a la vez. Y todo con menos costo y con mayores beneficios políticos, según sus nociones imperialistas.

Y aun así parece poco sensato creer que ahí termine todo. Además de calcular lo difícil que les sería ocupar una Cuba que no hubiera sido arrasada hasta el punto de serles poco útil tomarla y demasiado costoso ponerla en marcha luego, no habrán excluido de sus cálculos otro dato: la cercanía geográfica del país agredido podría hacer que efectos de su autodefensa se sintieran en territorio del agresor, para el cual, de entrada, no sería de poca monta la voladura de la base que ilegal e inmoralmente mantiene en Guantánamo.

Hacerlo depender todo del heroísmo del pueblo cubano —de su mayoría, aun con las mellas que pueda haber ocasionado en ella el bloqueo— podría tener un indeseable tufo de chovinismo. Pero en todo análisis serio del tema se debe contar con la capacidad de resistencia de este pueblo: tenacidad, tozudez… como cada quien quiera llamarlo.

Desde el 10 de Octubre se está celebrando la Jornada por el Día de la Cultura Cubana, el 20 de este mes, lo que recuerda la primera vez que se interpretó, ya con letra y en campaña, el Himno Nacional. Se trata de una cultura que, forjada en la lucha, define lo mayoritario y más representativo del pueblo cubano, heredero del Ejército Libertador.

Aun cuando con sus estratagemas de 1898 el imperio logró que ellas fueran formalmente desmovilizadas, la fuerza de las huestes mambisas seguiría latente —y latiente—, fruto de la unidad alcanzada en el movimiento revolucionario cubano. Tal realidad sería inseparable de las maniobras por las que el imperio injerencista no optó por tratar de mantener bajo su mando a Cuba sumida en el coloniaje de antiguo cuño.

Gracias al amigo lector ha retomado el articulista el tema. Y aunque tampoco ahora se le ocurre creer que lo ha hecho exhaustivamente, no terminará sin recordar que para los Estados Unidos y la URSS la Crisis de Octubre —o del Caribe, o de los Misiles— habrá terminado con la retirada de los cohetes estadounidenses en Turquía. Pero, para Cuba, la definición medular de la convulsa realidad la resumió un escueto y rotundo documento que debe recordarse cada día: los Cinco Puntos enarbolados por Fidel Castro, que justamente se conocerían como de la Dignidad. De ahí el “Patria o Muerte, Venceremos”, que el imperio no ha podido doblegar, ni diluir.

 

* Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

 

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