El periodismo cultural, la crítica encauzada hacia la música, los espectáculos y los audiovisuales (no el cine)— es la silla desde donde respira Pedro de la Hoz González para el ejercicio de su oficio. Le alienta una tradición nacional distanciada de la farándula, lo banal, lo propagandístico o lo efímero y es adepto a la estética responsable y a una ética sólida.


Foto de portada: Montaje con una imagen de Miguel Rubiera/ACN

Detesta y recuerda al maestro y cineasta Julio García Espinosa que se confunda la fama con el talento, las lentejuelas con las esencias. Hay que echar la moda a un lado e ir a los modos de hacer y de ser. El modo es más importante que la moda. Así ha sido su intento de aproximarse a los procesos y fenómenos artísticos, sin ánimo de pontífice, sino para compartir experiencias, vivencias, criterios.

—Dios me libre de pensar que tengo toda la verdad en la mano.

¿Crítico de arte desde sus raíces como periodista? Sí, responde con seguridad. Desde que publicó sus primeros trabajos en El Caimán Barbudo y en Bohemia siempre tuvo una orientación hacia el ejercicio del criterio. Es parte sustancial de mi manera de encarar el periodismo”. Porque, hay que ver el periodismo cultural incluso a la hora de abordar géneros como la entrevista o el reportaje transido por juicios de valor”.

En la profesión periodística, dice, no se puede estar ajeno a los valores, las categorías estéticas y socioculturales que convergen en los procesos artísticos, en las personalidades artísticas.

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Pedro de la Hoz González nació en Cienfuegos, en una familia de tradición pedagógica. Su madre: profesora de la Normal de Maestros en esta ciudad. Al padre no lo conoció: murió cuando él tenía tres años. Era trabajador del banco y estaba muy vinculado a la política de la ortodoxia.

Como hijo de una estirpe de maestros, el niño Pedro tuvo muchos acercamientos a la lectura y, gracias a una tía fanática a la ópera, escuchó las primeras grabaciones de música clásica, de grandes tenores y barítonos de la época. Un tío materno, Roberto González Quesada (también Premio Nacional de Periodismo José Martí), le inculcó la vocación por el periodismo.

—Vengo de una familia muy humilde, pero letrada pobres pero honrados y decentes, de lo que yo llamo la mulatocracia cienfueguera. Pertenecíamos a la Sociedad Minerva, de mestizos. Allí tocaba la Orquesta Aragón (la orquesta de Loyola); había una pretensión de clase media.

Estudió hasta el segundo grado en una escuela católica, de los Hermanos Maristas. Después de los hechos de Playa Girón su madre lo sacó de ese colegio: los patronos apoyaron la invasión mercenaria. Incluso, a su hermano luego un médico reconocido en Santa Clara— quisieron involucrarlo en la Operación Peter Pan.

Después de la Campaña de Alfabetización mi madre contribuyó a formar a los alfabetizadores que más tarde se incorporaron a la carrera profesoral. Fue durante un año en Varadero, etapa de la que conservo muy buenos recuerdos, aunque mezclados con la imagen aciaga de los barcos de la cuarentena impuesta por los Estados Unidos a Cuba durante la Crisis de Octubre. Y eso jamás se olvida.

En la niñez y adolescencia Pedro estudió música. Hizo el nivel elemental de piano, de solfeo y teoría y de apreciación musical. A finales de la década del 60, ya su preferida no era la música. Le atrajeron las ciencias y estaba en un círculo de interés de Meteorología. Vivía en Cienfuegos todavía y asistió en La Habana a una exposición nacional de círculos de interés. Un buen lugar en el evento le propició la entrada a la Escuela Vocacional Lenin, en esa época instalada en la localidad habanera de Vento. Pero se enfermó y sobrevino un cambió de plantel. Fue al preuniversitario militar Carlos Marx, en la zona de Siboney, también en La Habana.

Escribir poesía, con cierta pretensión y algún acierto fue una de sus dedicaciones en aquella escuela. “Un grupo de poetas algunos que después han sido poetas de verdadcreamos un taller literario. El líder era Bladimir Zamora, Bladimir con be de burro, como él mismo decía: contaba que lo habían parido en el río Cauto. Ahí estaban Alex Fleites, Rafael Acosta de Arriba, Arturo Arango. Tuvimos un taller literario con mucha movilidad, con mucho poder de convocatoria: fuimos visitados por Nicolás Guillén, José Antonio Portuondo, Dora Alonso. Obtuve mención del Premio David de poesía y mención del Concurso 13 de marzo con dos libros de poesía que vieron la luz”.

Pero, al cabo, Pedro no escribió más poesía, ni se dedicó a la ciencia, aunque siempre ha seguido con atención las noticias científicas. Porque dice hay que saber juntar ciencia y conciencia y poder articular los saberes científicos con los valores éticos y humanísticos.

Me decidí por el periodismo e hice la carrera en la Universidad de La Habana. Pensé en mi tío y en una colaboración que había hecho para El Caimán Barbudo. Fue una entrevista a Vicentina Torres, la fundadora de la Academia de Ballet de Camagüey. Las fotografías eran de Enrique de la Uz, cuando aquello un joven impetuoso y después un fotógrafo reconocido.

En Bohemia, donde cumplí prácticas pre profesionales, hallé a periodistas mayúsculos y me apropié de muy buenas mañas de Mario Kuchilán, Tony de la Osa, Fulvio Fuentes y Mario García del Cueto, cuatro personalidades del periodismo cubano que no pueden olvidarse.

—También conversaba mucho con un excelente dibujante, Luis Alonso Fajardo, alias Plomito, hermano de Pacho. Era un hombre muy modesto con una cultura extraordinaria. Cantaba antes que Pacho. Podía haber sido un gran cantante, decía Pacho.

—Había otro personaje fascinante en la Bohemia de aquella época: Julián Iglesias, un republicano español que traducía como de cuatro o cinco idiomas, una especie de Desiderio Navarro. Era un hombre muy callado, todo bondad y conocimiento.

—En el periodismo cultural, trabajé y compartí saberes con Leonel López Nussa un maestro y con Jaime Sarusky, sin olvidar a Juan Antonio Pola, que atendía la música clásica y tenía un sorprendente espíritu de superación; fue un amigo. Era un grupo muy arropador. Me formé con estos profesionales, pero también en la vida cultural: yendo a los conciertos de la trova, al teatro, a la Cinemateca; lo devoraba todo. Pero de manera crítica. Me acostumbré a ser muy selectivo y a decantar influencias.

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Era un recién graduado en 1976 cuando regresó a Cienfuegos y fue uno de los fundadores del periódico 5 de Septiembre donde hacía periodismo cultural de manera voluntaria porque atendía de todo.

—Pedro Hernández Soto, el director del 5 de Septiembre en sus inicios, uno de los tipos más valientes que he conocido al encarar la política informativa, me puso al frente del equipo económico, a atender cosas tan esotéricas para mí como metrología, estadística, planificación, finanzas, y la propia economía. Pude escribir con decencia sobre esos temas, pero no me hice un especialista.

En el Vanguardia, de la provincia se Santa Clara, estuvo en dos etapas. El director Enrique Román brillante, inteligente me llevó para el periódico y allí fundé en 1986 el suplemento cultural Huellas, donde colaboró gente que anda por ahí regada en Cuba y fuera de Cuba. Todavía en Villa Clara la gente recuerda Huellas, que dejó de aparecer con la crisis de la década de los noventa”.

A Granma llegó desde Santa Clara en 1988. Martha Rojas, a quien consideró una segunda madre, lo fue a buscar. Ella fue con un mensaje de Enrique Román, a la sazón director de Granma, para que formara parte del colectivo. Román y yo nos habíamos hecho amigos desde antes de que fuera mi director en el diario cienfueguero 5 de Septiembre.

Pedro de la Hoz y Marta Rojas, a quién consideró como una segunda madre. Foto: Endrys Correa Vaillant/ Granma

—En Granma me encontré con colegas muy respetables que me acogieron, no solo en el equipo de Cultura, bajo la responsabilidad de Rolando Pérez Betancourt, sino en otras redacciones. Nunca pensé en dirigir la redacción cultural, como lo hice por once años, sin dejar de escribir casi a diario.

Música, espectáculos, televisión y temas de política cultural en el centro de mi dilatado ejercicio crítico. Solo en dos ocasiones la dirección del órgano de prensa me desplazó hacia otras áreas: al efectuarse en La Habana los Juegos Panamericanos, plazo en el que primero asumí la cobertura del concurso de equitación y terminé entrevistando a campeones de natación y atletismo. Después, en medio de la crisis de los años 90, el periódico quedó reducido a la mínima expresión. La sección cultural apenas dispuso de media página, por lo que a alguien se le ocurrió que yo debía reforzar el área de información nacional en nada menos que la atención a la ganadería.

Por una semana me fui a Santa Clara, realicé cuatro reportajes, de los cuales solo dos se publicaron por falta de espacio. Mi incursión en esos predios duró poco; el presidente de Artex por esa época, Ciro Benemelis, solicitó a Granma permiso para que viajara a México a fin de evaluar el estado real de los espectáculos cubanos que se presentaban en aquel país.

No dejé el diario Granma, mi segunda casa, ni cuando Armando Hart me llevó a trabajar con él, como asesor, en 1994, una experiencia inolvidable, de gran aprendizaje. Mi tercera casa es la Uneac, desde que me eligieron vicepresidente de la organización en el VIII Congreso.

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Primer director de la revista Arte Cubano, del Consejo Nacional de Artes Plásticas ¿Cómo conectó la música con esta otra rama de la creación artística? No lo hizo. Porque la fundación de la revista tuvo que ver con una petición, con un encargo.

—Yo creo en los encargos. Aproveché el conocimiento como editor que he ido adquiriendo en mi vida profesional. En Arte Cubano, apenas publiqué nada. Convoqué a críticos, a artistas y organicé los tres primeros números en tiempos muy difíciles. La revista nació en pleno Período especial; tal vez, en el momento más profundo de la crisis de la década de los noventa. Hubo la voluntad político-cultural de hacer una revista que reflejara el quehacer de las artes plásticas cubanas en todas sus dimensiones y en sus interconexiones con el mercado y los circuitos internacionales, con las problemáticas internas. En esa dinámica, creo que sembramos una semilla relacionada con el papel de organizar técnicamente una publicación y de buscar apoyos, de convocar voces y aglutinar criterios diversos.

Pienso que toda aventura de edición tiene que partir de un espíritu ecuménico. Teniendo bien claras las líneas editoriales, un editor que se respete, y yo me respeto como editor, busca la manera de hallar equilibrios y la mayor pluralidad de opiniones, sobre todo en una revista especializada.

Con la refundación de la tercera época de la Revista de Música Cubana, con la cual me siento mucho más afín, los principios organizacionales fueron los mismos: buscar pluralidad de voces, tratar de abarcar el mayor espectro de posibilidades expresivas de la música y de los usos de la música. Eso fue lo que traté de hacer también con la revista Arte Cubano.

Los libros que ha publicado no tratan temáticas relacionadas con manifestaciones artísticas, son más bien cercanos a la cultura política. Ellos también surgieron por encargos editoriales, encargos políticos (África en la Revolución cubana (ensayo, 2004), Como el primer día (entrevistas, 2009).

—Me han nutrido vivencialmente, me han dado experiencias de vida, como los tres publicados sobre Evo Morales, por invitación del periodista Luis Báez en 2008. Haber conocido a Evo, fue una experiencia extraordinaria, me marcó humanamente a partir de pequeños detalles. Él nos citaba a las cinco o las seis de la mañana. De acuerdo con una costumbre ancestral, se acuesta a las diez u once de la noche y está en pie a las cuatro de la mañana. También pude conocer el proceso democrático y revolucionario de Bolivia, sus esfuerzos, lo duro que es superar un atraso tan tremendo como el que tenía ese país, conocer a gente muy comprometida y cómo los enemigos del proceso tratan de socavarlo.

Entre 2008 y 2012 estuve yendo continuamente de Bolivia, primero con Luis y después solo, porque él ya estaba enfermo. En esos años tan intensos, entendí en carne propia lo que es ser internacionalista.

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Sabe que un periodista no puede quedarse en la academia, que, en la necesidad de estudiar, de encontrar rutinas de aprendizaje individual y colectivo está uno de los pedestales de la práctica del oficio.
Hay que escuchar y confrontar conocimientos con otras personas.

Escuchar es una virtud que hay que cultivar día a día en un mundo donde la gente habla más de lo que escucha y donde muchos se creen el ombligo del universo.

—Pero, en los procesos de aprendizaje, también hay que saber ser selectivo. Ahora, con Internet, llegan informaciones de todos los colores y pelajes ¿Qué asimilar y qué desechar? Pasa igual con la música. Hay músicas que no me interesa escuchar, algunas nunca me interesaron y otras, ni siquiera para hablar mal de ellas. No oigo reguetón. Me pueden hablar de los reguetoneros y no sé quiénes son, no están en mi interés. Tampoco oigo toda la música clásica. No todos los cantantes de ópera son buenos, no todos los jazzistas son imaginativos. Prefiero crear escalas de valores en la confrontación con estos fenómenos que con músicas que no me incumben. No pierdo mi tiempo en ciertas zonas de la música comercial que se basa en patrones repetitivos, tan ligeros que se desinflan.

¿Ética en el ejercicio de la crítica? Fundamental. El crítico no puede guiarse por gustos o afinidades personales. Hay que tener mucho cuidado con la promoción interesada; se está viendo en Cuba, y es un fenómeno muy común en las economías de mercado. Hay editoriales y disqueras que pagan a críticos para que escriban bien sobre sus producciones; hay empresas cinematográficas grandes corporaciones mediáticas que también lo hacen. Creo que eso es negativo y nefasto para un periodismo cultural auténtico y responsable. Llamo la atención sobre esos peligros.

Desde la ética, hay que respetar tanto al creador como al receptor. Recuerdo alguna vez que hubo una polémica en Cuba porque decían que algunos críticos regañaban cuando a alguien le gustaba cierto tipo de telenovela. Y también hay creadores que se han puesto hasta violentos con los críticos porque creen que se trata de un ataque personal. Pero la misión del crítico es ser un mediador desde la ética, para encontrar logros y valores, defectos y carencias dentro de un proceso o producto artístico. No se trata de juzgar sino de compensar, equilibrar, expresar las interioridades de los fenómenos. El crítico es más respetado cuando hace ese tipo de análisis que cuando discrimina y dicta normas. Y, por supuesto, estoy en contra de todo tipo de ataque.

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Pedro de la Hoz piensa que la prensa generalista cubana necesita un periodismo cultural mucho más sustantivo y profundo. Que contribuya a crear jerarquías o, por lo menos, a presentarlas y sugerirlas en todos los medios que reflejan la vida cultural cubana”.

Por momentos pareciera añade que para algunos artistas viajar, presentarse en lugares fuera del país es lo más importante. Pero, hay que saber en qué lugares se presentan; no es lo mismo estar en el Covent Garden de Londres que ir a una covacha en Estados Unidos.

—No es lo mismo la fama que el verdadero talento; la fama no puede ser medidor de éxito; el éxito tiene que partir de jerarquías culturales, de valores. Las jerarquías tampoco se establecen por decreto, pero en la medida en que la crítica y el periodismo cultural en general informen de una manera más seria, más ponderada sobre lo que está sucediendo en la vida cultural, y comprenda mejor los contextos en que esta vida cultural se produce, el periodismo cultural entonces estará haciendo un buen servicio.

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El periodismo es para Pedro de la Hoz una manera de respirar, una manera de ser, una manera de pensar, una manera de sentir, una manera de estar en su tiempo, en el mundo y en esta isla; es una manera de sufrir, porque a veces también se sufre con lo que se goza.

Soy un hombre de la galaxia Gutenberg, he trabajado toda mi vida en medios de letra impresa, no por eso niego los adelantos de las tecnologías de información, y creo que es necesario ponerse a tono con las posibilidades enormes que se abren al universo digital, pero la letra impresa no desaparecerá, los periódicos seguirán existiendo, seguirán dictando pautas en la opinión, en la información y en la orientación.

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Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, presidente de la Comisión José Antonio Aponte de lucha Contra el Racismo y la Discriminación, desde el 24 de junio, 2016, mediadora entre la sociedad y las autoridades, respecto a temas tan polémicos como la discriminación racial, el racismo, los prejuicios raciales y la lucha por potenciar el legado de la cultura africana como parte de la identidad cubana.

La Uneac, diría Pedro en una entrevista al periódico Trabajadores, ha ido perfilando una labor orientada a contribuir mediante el pensamiento, la creación artística y literaria y, sobre todo, desde la vocación social y participativa de sus miembros, a que más temprano que tarde el racismo sea un mal recuerdo.

Pedro de la Hoz González recibió el Premio Nacional del Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro en 1999, el Premio de la Prensa Escrita Jorge Enrique Mendoza en 2009 y el Premio Nacional José Martí por la Obra de la Vida en 2017.

 

 

 

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