Este 26 de abril el escultor cubano José Delarra cumpliría 85 años. Veinte harán en agosto de igual día de su partida física. Cincuenta y cinco de su existencia dedicó a su intensa actividad artística. Pocas fueron las horas en que se apartó de su afán creativo, mientras proyectos y obras se superponían en un mismo lapso de tiempo.


La magnitud de su quehacer se extiende a emplazamientos públicos de sus esculturas de mediano y gran formato en Cuba, México, República Dominicana, Nicaragua, Uruguay, España, Japón, Angola.

No alcanzaría ese poco más de medio siglo de creación para explicar por sí mismo cómo el artista pudo extraerle tanto provecho al tiempo de su vida (poco extensa), en especial frente al centenar de páginas que amueblan su hoja de vida profesional.

Esta impresión no es sorteada siquiera por mi cercanía a su existencia, por haberlo escuchado contar muchas veces los detalles de sus obras en proceso y futuras, en la intimidad familiar, al regreso de sus viajes, en sus cartas.

Una de ellas, escrita el 27 de septiembre de 1990, desde Luanda, revela cómo mientras trabajaba en la concepción plástica del monumento nutria su comprensión sobre la historia angolana y los habitantes de la nación, así como del lugar donde este sería emplazado.

“Hace diez días que salí de La Habana, estoy a diez mil millas, en un país que muestra los efectos de 400 años de colonia y 30 de las contradicciones tribales que los portugueses se encargaron de acentuar.

“Luanda es una ciudad moderna, a pesar de haber sido fundada en 1575, 50 años después que La Habana. Los lusitanos, hasta el siglo XIX, solo sacaron de aquí esclavos para venderlos en América. Después del famoso acuerdo de Berlín, fue peor la situación para estos pueblos, porque a partir de entonces se inició la verdadera colonización, la explotación de la tierra y sus riquezas; los colonialistas trataron hasta de borrar las tradiciones culturales, que fueron prohibidas en todas partes menos en la suroeste, siendo estos pueblos utilizados como guerreros aliados de los portugueses…

“Producto de la guerra, a la periferia de esta ciudad han acudido miles y miles de personas de origen campesino para refugiarse y han construido pequeñas casas de manera arbitraria, sin calles ni otro tipo de infraestructura citadina. Están hechas de bloques de hormigón sin revestimiento; estos son los kimbos de la ciudad.

“El angolano es un pueblo producto de 15 etnias fundamentales, con una cultura tradicional popular muy variada […] Son gente respetuosa, de hablar bajito, inteligentes y con gran deseo de superar etapas; han sido valientes en la guerra contra los sudafricanos y tienen un gran sentido del valor de su independencia. El subdesarrollo, las necesidades y la lucha intensa los ha frenado durante 15 años.

“Les cuento todo esto porque al llegar aquí y conocerlos se hace más precisa la idea previa que tenemos como traducción de otros…”

En Luanda —donde Delarra permaneció hasta principios de 1991, cuando concluyó su Conjunto Monumentario al Combatiente Internacionalista Cubano y a la Amistad cubano-angolana— también realizó una escultura sobre el tema de Baraguá (hormigón. 2 x 0.45 m) e hizo dos exposiciones: una en la embajada de la Isla, titulada Imágenes de Angola, con 40 obras de pintura y dibujos y otra en el Museo de Antropología de Angola, con 32 obras, entre pinturas y dibujos. Allí dejó una de ellas a tinta (0.50 x 0.80 metros) nombrada Raíz cultural Tchowe.

Foto: Castañeda/ Bohemia.

En el catálogo de la exposición Imágenes de Angola, en abril de 1991, el pintor angolano Jorge Gumbe escribió: “José Delarra, artista cubano multifacético, parte de lo real y nos eleva a un mundo fantástico a través de búsquedas formales y lineales de una sensibilidad que trasmite el misticismo y la cultura antigua de un pueblo. Sus obras están hechas de vitalidad, comparado su expresionismo con el de un artista africano”.

Hace ocho meses —añade Gumbe— que el artista cubano convive con el pueblo angolano. “A pesar de ese corto espacio de tiempo ha podido captar el interior de la cultura angolana”. El artista transita de un procedimiento a otro con la misma relajación —prosigue el autor del texto—  y nos deja la impresión de  que en esas experiencias elaboradas a partir de una visión constructiva o producto de un trabajo artístico esencialmente investigativo, cada personaje dispara al objetivo de un mirar bien entrenado para captar valores plásticos de la realidad, significados humanos del paisaje social y sensaciones oculares proyectadas desde la historia y la literatura”.

El monumento, compuesto por un elemento central de 7 x 7 metros y otros elementos pétreos radiales, se eleva a la altura de un edificio de dos pisos con un anillo suspendido en su máxima elevación. Semeja un trono de la cultura Tchokwe. Sus cuatro columnas representan cobras y sostienen el aro de dos metros de ancho que refleja en su relieve símbolos como las raíces culturales angolanas, su historia, la mística, la flora y fauna, la figura de Agostinho Neto y el internacionalismo.

En los meses que Delarra estuvo en Luanda no le sobraron minutos, horas ni días. Entre los vaivenes burocráticos, siempre presentes en la edificación de un monumento como el que hizo en Luanda, estudió, dibujó, hizo planes…

Les puedo contar —decía en otra de sus cartas familiares del 13 de octubre de 1990— que ya encontré la ubicación del monumento y su forma básica, a partir de la cultura Tchokwe, la de los mejores escultores de este país desde hace centenares de años […] Estoy aprendiendo y profundizando todo lo que puedo en cuanto a historia, etnias, culturas, clanes. Es la riqueza que quiero obtener de este país, además de dejar mi sudor…

(Tomado de Cubaenresumen. Imagen: José Delarra delante del monumento de su autoría en Luanda, Angola. Foto: Castañeda).

 

 

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