Rolo Martínez - Cubainformación.- Tengo mi cabeza hecha agua hoy, más que eso, creo que ni agua tiene, y todo es por culpa de Andrea, mi hija más pequeña, que sin saberlo se ha quedado fuera de un proyecto que pretende dotar a los niños pobres del mundo de una computadora portátil. El tema me preocupa más desde el punto de vista teórico que práctico, pues ella tiene su computadora en la escuela, que no le ha costado los 170 dólares con que pretenden comercializar esta laptop. Pero objetivamente no encuentro palabras para explicarle a Andrea que no podrá recibir su juguete verde, ¡y con lo que le gusta a ella ese color!
Cuando Andrea, que lo lee todo, se entere de que Cuba no estará incluida en tal iniciativa me irá arriba con muchas preguntas.
No es que Cuba no quiera, es que no puede participar, ni siquiera asomarse al tema, pues los partidarios de ese proyecto viven en Estados Unidos y una de las firmas que lo patrocina es Microsoft. Y realmente no creo que Bill Gates esté dispuesto a burlarse de Bush y las leyes norteamericanas.
Fue Nicholas Negroponte, de la fundación "One Laptop per Child" ("Una Laptop por Niño") el que primero comenzó a hablar de computadoras portátiles para los pequeños pobres del mundo. Al principio, los cálculos hablaban de una máquina pequeña, de unos 100 dólares, para que los gobiernos de cada país pudieran asumir los costos.
El equipo vendría con un programa de software libre (Linux), fácil de operar y con algunas aplicaciones, entre ellas conectarse de máquina a máquina para compartir recursos e interactuar con el profesor y una manigueta para cargar sus baterías, entre otras.
Pero como la iniciativa nació en las entrañas del capitalismo, de la noche a la mañana el académico del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) se olvidó de lo anterior y remarcó que la maquinita costará 170 dólares, o quizás más, pues Microsoft aportará el sistema operativo de este juguete.
Negroponte dijo, y ahora entiendo menos, que el nuevo precio y la incorporación de Microsoft al proyecto se debe a que no se pueden dejar fuera a los niños de “bajos recursos” de Estados Unidos, una paradoja criticada en el mundo por periodistas especializados e impulsores del software libre.
Mientras todo esto sucede, estoy tratando de ordenar un discurso mediático para Andrea, que en estos momentos debe de estar dando clics desordenados en la computadora de la escuela, pues hoy me recalcó, luego de un beso en la mejilla, que tenía clase de computación.
Ella, que suele hacer preguntas insólitas, me descargará con todo. Por eso tomo lápiz y papel para hacerme mi propio cuestionario, a sabiendas de que Andrea puede hacerlo pedazos en unos minutos:
¿Por qué hay niños pobres en el mundo?
¿Por qué no tienen computadoras en las escuelas?
¿Por qué no tienen Joven Club de Computación?
¿Por qué no voy a tener computadora verde?
Y me siento a esperar a que llegue, casi siempre pasada de hora y con la misma justificación:
- Papi, ¡si tu ves lo que acabo de hacer en la computadora!