Granma.- La cumbre del Grupo de los Ocho (G-8) países más poderosos, concluida este viernes, quedará en la historia como una de las que generó más expectativas y requirió las más grandes medidas de seguridad, pero tuvo los más pobres resultados. El encuentro en esta ciudad alemana sobre el mar Báltico terminó con dos promesas vagas y no vinculantes: destinar más ayuda para el desarrollo de África y negociar un nuevo régimen para reducir los gases invernadero, causantes del recalentamiento planetario, cuando venza el Protocolo de Kyoto en el 2012.

El fracaso del G-8 en Heiligendamm seguramente dejará una marca en la credibilidad de las futuras cumbres.
Los jefes de Estado y de gobierno de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia se despidieron sin haber alcanzado un acuerdo sobre las negociaciones comerciales internacionales o sobre la eliminación de los subsidios agrícolas en el Norte industrializado, temas de crucial interés para el Sur en desarrollo.
Tampoco se logró un acuerdo, como se esperaba, sobre los fondos de protección, que distorsionan los mercados financieros internacionales, ni sobre el estatus político de la provincia serbia de Kosovo.
Los únicos acuerdos que alcanzaron los líderes del G-8 en Heiligendamm, sobre el cambio climático y la ayuda a África, son vistos por activistas como compromisos débiles, que tuvieron el único objetivo de ocultar el hecho de que la cumbre fue un completo fracaso, informó IPS.

G-8: el costo de las promesas incumplidas
Roberto Bissio
Red del Tercer Mundo
El G-8 es el club más exclusivo del planeta, el más promocionado y a la vez el más secreto y menos conocido. Sus miembros se reúnen una vez al año para discutir de política a puertas cerradas. No toman resoluciones y si acaso llegan a una conclusión común no existen mecanismos para implementarla, ni reglas de juego que los obliguen a cumplirla. Nada importante entonces, si no fuera por el pequeño detalle de que los ocho contertulios no son ni más ni menos que los presidentes y primeros ministros de algunos de los países más poderosos del planeta: Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia.
Sus colegas de Brasil, India y China suelen ser invitados a tomar el té y participar de algunas conversaciones, y desde hace algunos años los “ocho” también tienen la cortesía de invitar a la mesa por algunos minutos -y a sacarse otra foto- a cuatro o cinco presidentes africanos.
Como las reuniones son secretas nunca se sabe qué temas trataron. La única certeza es, paradójicamente, sobre qué temas no discutieron, que son precisamente aquellos sobre los cuales versará el comunicado final a la prensa. Ese texto es trabajosamente negociado durante meses por los delegados personales de los dirigentes, que asumen el fardo de escribir antes de la reunión los acuerdos para que sus jefes puedan charlar con libertad sobre lo que de verdad les preocupa. Estos negociadores se llaman a sí mismos “sherpas”, comparando su tarea con la de los sherpas del Himalaya, que ayudan a los escaladores a llegar a las cumbres.
Los sherpas cargan el peso de las negociaciones trabajosas para que los líderes puedan tener una reunión informal, descontraída y sin presiones de agenda, cimentando relaciones interpersonales y posibilitando diálogos fermentales. “Se discute de cualquier cosa menos de economía”, me explicó hace un par de años un ex sherpa: “Mientras los ‘ocho’ acaparan titulares, fotos y la ira de los manifestantes, el verdadero poder está en el Grupo de los Siete” (o sea los ministros de finanzas del G-8 menos Rusia), que resuelven en reuniones más reservadas aún los temas de la economía globalizada.
La tesis de que lo importante es el encuentro de los líderes y no sus conclusiones prevaleció en las reuniones del G-8 hasta hace pocos años, al punto que algunas reuniones, como la realizada en Canadá en 2002, ni siquiera tuvo comunicado común, sino apenas una declaración resumen del primer ministro anfitrión. En el otro extremo, el primer ministro Tony Blair, coherente con su práctica de anunciar metas verificables para la acción de su gobierno, no sólo enfatizó el comunicado en su afán por mostrar resultados concretos a la opinión pública, sino que lo hizo firmar en ceremonia pública por los ocho mandatarios, como si fuera un tratado y no una mera declaración.
Enmarcada por conciertos simultáneos de rock en varias capitales, manifestaciones multitudinarias contra la pobreza y los atentados del 7 de julio en el metro londinense, la reunión de 2005 del G-8, presidida por Tony Blair en la localidad escocesa de Gleneagles, fue la de mayor impacto mediático jamás realizada, más aun que la presidida por Silvio Berlusconi en Génova en 2001, de triste fama por la muerte de un manifestante antiglobalización. Tony Blair logró en Gleneagles, al menos parcialmente, disociar su imagen política del desastre de la guerra en Irak. Las organizaciones ciudadanas aplaudieron su determinación al enfrentar en el mismo día a los atentados terroristas en Londres, la insensibilidad del presidente George W. Bush a los temas del cambio climático y de casi todos los demás a la tragedia de la pobreza en África.
Ahora, a pocos días del final de su mandato, Tony Blair va a ir a Heiligendamm a despedirse de sus colegas después de un tiempo record de diez años de pertenencia al “club de los ocho”. Pero esta vez la opinión pública y los manifestantes no van a pedirle promesas sino rendición de cuentas. “Dos años después, la verdad inaceptable es que las promesas se han roto, con terribles consecuencias”, afirma un detallado informe que acaba de publicar la organización humanitaria Oxfam.
“Desde la cumbre del G-8 de 2005, se ha cancelado la mayoría de las deudas debidas por veintidós países al FMI y al Banco Mundial. Hay veinte millones de niños más escolarizados. Se han distribuido dieciocho millones de mosquiteros y más de un millón de personas tienen ya acceso al tratamiento para el VIH y el sida. (...) Pero a pesar de estos avances, los países ricos siguen sin cumplir todo lo prometido, y con frecuencia lo que se consigue es a trompicones, insuficiente y a un ritmo demasiado lento”, dice el estudio (ver: www.oxfam.org).
La ayuda no es la solución a todos los problemas, pero cuando se trata de combatir la pobreza es la acción más inmediata, rápida y efectiva si está bien concebida y honestamente administrada. En 2005, recuerda Oxfam, el G-8 prometió incrementos anuales en su ayuda de 50.000 millones de dólares. Esto no es suficiente y significa apenas la mitad de la meta, establecida en 1970, de conceder como ayuda el 0,7 por ciento del PIB de los países ricos. Sin embargo, apenas dos años después de Gleneagles, la ayuda de los países del G-8 a los países pobres está disminuyendo, no aumentando.
Con relación a la deuda externa, Oxfam enumera los beneficios obtenidos por veinticuatro de los cuarenta países más pobres del mundo a los que se les ha cancelado la deuda bilateral y multilateral. Pero diecisiete de los países potencialmente beneficiados todavía están en la lista de espera y al menos veinte más deberían ser incluidos en ella para acercarse al cumplimiento de las metas de reducción de la pobreza acordadas para el año 2015.
En el aspecto comercial es donde peor ha sido el desempeño de los “ocho”. La Ronda de Doha de negociaciones multilaterales está prácticamente estancada y existe la amenaza de que Estados Unidos y la Unión Europea lleguen a un acuerdo e impongan a la mayoría un resultado desfavorable para los intereses de los países pobres. “Si esto sucede, los países en desarrollo verán mínimos resultados en los temas que les importan, como la reducción del dumping, y en cambio tendrán que pagar con ‘concesiones’, abriendo sus mercados a productos industrializados, servicios y alimentos procesados”.
Peor aún, el estancamiento en la Organización Mundial de Comercio (OMC) está siendo usado por Estados Unidos y la Unión Europea para presionar por acuerdos bilaterales “que no tienen resultados favorables al desarrollo al exigir mayor liberalización del comercio y las inversiones que la OMC y reglas más estrictas de propiedad intelectual”.
Con meticulosidad, Oxfam calcula el costo del no cumplimiento de las promesas. No en dinero sino en vidas. De aquí a 2010, medio millón de personas portadoras de VIH-Sida morirán por falta de tratamiento que les podría haber sido provisto, dos millones de madres morirán por falta de atención básica en sus partos, dos millones y medio de niños morirán por causas que la ayuda prometida y no concedida podría evitar.
Total: cinco millones de muertes anunciadas.

*Roberto Bissio es Director Ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo.

La Cumbre de los ricos en Alemania: los 8, los 9 o los 10…nada para América Latina

Por la Redacción de Agencia Periodística del Mercosur 
En principio y como siempre, el cónclave de los poderosos, que esta vez tiene lugar en Heiligendamm, dejará con las manos vacías tanto a los latinoamericanos como a los africanos. 
El despliegue agresivo del presidente George Bush – quien por supuesto no pierde oportunidad de atacar a Cuba y Venezuela - la crisis del Banco Mundial (BM), que derivará en más poder para las corporaciones financieras, los desacuerdos en el seno del bloque de poder - Estados Unidos y Alemania discuten por el cambio climático – y el conjunto de la agenda en general, todo indica que una vez más América Latina saldrá perdidosa de la Cumbre del Grupo de los Ocho.
Los “monarcas” del planeta deliberan en Heiligendamm, Alemania, a parir de este martes y hasta el día 7, sin que se haya vislumbrado ningún efecto positivo para los países periféricos, del Tercer Mundo o simplemente dependientes.
La reunión de los Jefes de Estado o de Gobierno de los ocho países más industrializados (G-8) muestra un escenario político y socio-económico nada halagador para el futuro de la humanidad, afirmó un servicio especial de la agencia Prensa Latina.
Un BM desacreditado por los actos de corrupción de su presidente Paul Wolfowitz, quien fue obligado a dejar el cargo el 30 de este mes, se suma a las contradicciones entre Washington y Berlín por los no acuerdos entre ambos sobre el tratamiento al cambio climático.
Estados Unidos rechaza la idea alemana de que los países industrializados den el ejemplo asumiendo el compromiso de reducir hasta el año 2050, los nocivos gases a un 50 por ciento de los niveles de 1990, en un plan que significaría una profundización del Protocolo de Kyoto.
También forman esta situación algunos asuntos relacionados con la debilidad del dólar y el fortalecimiento del Euro y las negociaciones comerciales de la Ronda de Doha, paralizadas desde junio del 2006, añadió Prensa Latina.
En el evento que tiene como lema esencial "Crecimiento y Responsabilidad", los líderes del G-8 debaten y decidirán, una vez más, las cuestiones de economía y política global que los afecta, sin tener en cuenta los intereses de los subdesarrollados, a no ser una referencia sobre la situación económica de Africa., por otra parte de carácter sólo formal, pues el comportamiento de las grandes potencias hacia ese continente es de cada vez mayor expoliación.
Este año la agenda incluyó además inversión y crecimiento económico, propiedad intelectual y crisis energética, sin referencia a los acuciantes problemas económicos que envuelven a los países subdesarrollados, destacó Prensa Latina.
El presidente de la Asociación de Economistas de la Universidad Sudafricana de Johannesburgo, Amalear Stokell, declaró recientemente que a los líderes del G8 solo les preocupa el crecimiento económico de los países enriquecidos.
Según la agencia internacional ya citada, Stokell puntualizó que figura en la agenda la situación en Africa, un continente que se quedó esperando 50 mil millones de dólares anuales comprometidos por los ricos desde hace dos años en su cumbre de Gleneagles (Reino Unido).
"La política de ayuda de los Estados ricos en Africa ha fallado", reconoció el Banco Mundial en un comunicado entregado a la prensa en Washington.
Organizaciones no gubernamentales como Attac y Oxfam criticaron a la agenda africana del G-8 por "retórica" y "engañosa".
"Todo es una farsa, una maniobra de imagen. La política del G8 no salvó ni salvará a Africa", criticó Pedram Shahyar, de Attac, una de las ONG que llamaron a movilizaciones contra la Cumbre.
Añadió que lo único que interesa de Africa a los países industrializados son sus recursos energéticos: "La globalización no acabó con los pobres, creó ricos".
El Grupo de los Ocho está integrado por Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, España, Canadá, Japón y Rusia.

Duras críticas de las ONG
El G8 enmascara el olvido de África con promesas fútiles

Gara
Un día después de que decidieran mantener en el cajón la cuestión del cambio climático, los autoproclamados «líderes del mundo» trataron de enmascarar su nulo interés en devolver a África parte de lo que le siguen robando con promesas poco serias y carentes de nuevos desembolsos reales y de plazos. Las contundentes críticas de las ONG no se hicieron esperar.
La Presidencia alemana ansiaba un mensaje fuerte en torno a Africa para poner colofón a la cumbre de Heiligendamm. Y lo consiguió. El G8 prometió ayer que desbloqueará 60.000 millones de dólares para la lucha en África contra el sida, el paludismo y la tuberculosis «en el curso de los próximos años».
El problema es que los líderes del G8 no hicieron otra cosa que sumar los compromisos monetarios ya adquiridos en anteriores citas y ni siquiera pusieron fecha a los plazos de vencimiento de dichas ayudas.
Se repitió, en este sentido, la estrategia de los jefes de Estado y de Gobierno de los siete países más industrializados más Rusia en torno al clima. Ante la imposibilidad, o la ausencia de interés real en un acuerdo, basta con reiterar los buenos deseos y todos contentos a casa.
Eso sí, los ocho gobiernos se comprometieron a doblar el montante de su ayuda a Africa para 2010. La misma promesa que hicieron, y que luego incumplieron, con motivo de la cumbre del G8 celebrada en 2005 en Gleneagles (Escocia).
 
Duras críticas de las ONG
Las críticas por parte de las organizaciones no gubernamentales (ONG) y de otras organizaciones solidarias no se hicieron, lógicamente, esperar.
Oxfam puso el acento en el montante y recordó que, aunque las cuantías del programa de lucha contra el sida y la malaria son elevadas, haciendo cálculos se quedan en poco.
«No debemos distraernos por las grandes cifras. Lo que significan 60.000 millones de dólares es, como mucho, 3.000 millones extras para 2010» respecto a compromisos previos, denunció Max Lawson, responsable de esta organización.
«Es un avance ínfimo, cuando lo que se necesitan son pasos de gigante», recordó.
La campaña Stop Aids criticó que los líderes del G8 no especifican siquiera en qué plazo se comprometerían a desembolsar ese dinero, y recordó que tan sólo la lucha contra el sida precisará 23.000 millones de dólares anuales hasta 2010.
Uno de sus portavoces, Collins Magalasi, insistió en que esas promesas son una «niebla» que no logra esconder la falta de compromisos de los líderes del G8. «Intentan salvar la cara, pero nada más», añadió.
El premio Nobel de la Paz 2006, el bangladesí Mohamed Yunus, denunció ayer desde Colonia que, en todo caso, esas promesas de ayuda monetaria no harían sino atacar los síntomas. «El verdadero objetivo debería ser ayudar a desarrollar un buen sistema sanitario en los países empobrecidos y luchar contra la pobreza sobre el terreno para, así, prevenir la extensión de enfermedades», recordó el banquero de los pobres.
Muestra del verdadero alcance del anuncio del G8, el cantante irlandés Bono, tan amigo de departir con los mandamases del mundo, asumió las críticas de la ONG y reconoció que sus amigos, «esta vez, se han complicado la vida».
Sin obviar la reunión con los líderes de varios países emergentes para tratar asuntos relacionados con el cambio climático, así terminó ayer por la tarde la cumbre, sin pena ni gloria. Todo lo contrario que la contracumbre, que se ha revelado todo un éxito. Eficacia germana.

Toda una jugada maestra del inquilino del Kremlin
Un días después de que sorprendiera con su propuesta de reemplazar el escudo antimisiles en Europa Oriental ofreciendo el radar ruso en el norte de Azerbaiyán, el inquilino del Kremlin, Vladimir Putin completó su propuesta al sugerir a EEUU que puede situar sus interceptores de misiles en el Irak ocupado o en la aliada Turquía.
Putin desactiva así la línea de críticas de los analistas que aseguran que el radar azerí no podría guiar a los interceptores previstos en Polonia, lo que sí haría la instalación de radar que EEUU prevé en la República Checa.
Las reacciones occidentales a la propuesta rusa dejan entrever un gran malestar oculto tras las buenas palabras. La OTAN siguió al dedillo al presidente de EEUU, George W. Bush -indispuesto durante horas ayer- al calificar la propuesta de «interesante».
Más sincero -quizás porque se va- fue el premier británico, Tony Blair, quien aseguró a Putin que «Rusia comienza a dar miedo entre la población de Occidente».
De lo que no hay duda es de que Putin ha dado en el clavo y ha movido a todos de la silla con una propuesta que seguro que tampoco entusiasma a Azerbaiyán, consciente de la importante minoría azerí que vive hoy en suelo iraní.
Por su parte, el Gobierno de Teherán aseguró que es una cuestión que concierne al Gobierno azerí.
Mientras tanto, los analistas occidentales se devanaban los sesos sobre si la propuesta de Putin iría en serio o no. Lo seguro es que si EEUU la rechaza quedaría absolutamente en evidencia que su proyecto de escudo antimisiles tiene un objetivo, geopolítico, más allá de Irán.

Tres días cercados por tierra, mar y aire y por miles de personas
Escaldado por las recientes experiencias en otras cumbres internacionales, el Gobierno alemán decidió ubicar el evento en un lugar aislado y rodeado por 12 kilómetros de valla.
El fracaso a la hora de impedir la visualización de las protestas ha sido, con todo y si cabe, más rotundo que el de la propia cumbre.
Si la víspera logró entrar en el perímetro de seguridad a bordo de lanchas motoras, Greenpeace hizo ayer lo propio desde el aire y fletó un globo que fue interceptado por tres helicópteros que le obligaron a descender.
Junto a estas acciones espectaculares, lo cierto es que la Policía no ha podido impedir que miles de activistas altermundialistas hayan rodeado durante los tres días la cumbre y hayan bloqueado todos los accesos por tierra.
Algo tuvo que ver, sin duda, lo accidentado del terreno circundante, que hacía difícil a los agentes perseguir a los manifestantes. Éstos consiguieron burlar en todo momento la persecución policial, dividiéndose en columnas para luego reagruparse o usando maniobras de distracción para acceder a la zona vallada.
«Hemos sido los garantes de la democracia», señáló uno de los portavoces del Block G8, al dejar sin efecto la prohibición de acercarse a la valla.
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