Miguel Manzanera Salavert - Sodeoaz (Extremadura).- El rey Pirro del Épiro fue reclamado por las colonias griegas del sur de Italia, para que las defendiera del imperialismo romano. Pirro se enfrentó a las legiones romanas y venció la guerra, consiguiendo que los romanos se retiraran; pero la sangría de hombres fue tal, que el conflicto estaba perdido por los griegos a medio plazo. Por eso los estrategas romanos llamaron victorias pírricas, aquéllas en las que el vencedor de la batalla o la guerra, acaba perdiendo su ventaja con el tiempo por el desgaste sufrido. 
Ese tipo de táctica ha sido utilizada también por el imperialismo anglosajón. La famosa batalla de Little Big Horn, en la que el general Custer entregó generosamente su vida, fue el prólogo de la conquista del Oeste. Lo que sucedió allí, una matanza de indios que finalmente consiguieron eliminar al famoso 7º regimiento de caballería después de poner miles de muertos, ha sido representado varias veces por el cine de Hollywood. Del mismo modo, parece que el combate contra el reino zulú en África del Sur, siguió las mismas pautas por parte del ejército inglés. ¿Podríamos interpretar la guerra de Vietnam como una victoria pírrica en el sentido que aquí le damos? ¿No es algo parecido lo que está sucediendo en Irak?
 
Tal vez podría responderse afirmativamente a la primera pregunta. El hundimiento de la U.R.S.S., incapaz de hacer frente a la carrera de armamentos, puede avalar la interpretación de una victoria pírrica en Vietnam. Ese país quedó exhausto tras una guerra criminal, que los EE.UU. perdieron, pero que a la larga les ha concedido la ventaja. Y esa interpretación puede confirmarse, si tenemos en cuenta la evolución hacia el capitalismo de los países del Extremo Oriente que enfrentaron el imperialismo americano en la época de la guerra fría, y especialmente la trasformación de la República Popular China en una potencia económica dentro del mercado internacional. Es decir, que el modo de producción capitalista ha resultado ser insustituible en el actual estadio de desarrollo de las fuerzas productivas. O eso pudo parecer, cuando se enunció la tesis del final de la historia (Fukuyama); pero entonces comenzó la guerra de Irak.
 
Pues detrás de la tesis de Fukuyama hay una confusión: el imperialismo europeo se identifica con el desarrollo de la industria moderna, fundada en la ciencia aplicada mediante tecnologías productivas. China ha adoptado muchas técnicas de producción incorporadas desde occidente, entrando a participar en la competencia internacional y ha emprendido trasformaciones sociales fundamentales que imitan a la sociedad capitalista occidental. Hasta el punto de que se ha podido comparar la situación de los trabajadores chinos con la que padece la clase obrera bajo una dictadura fascista: bajos salarios, jornadas prolongadas, grandes plusvalías, crecimiento desordenado, migraciones campesinas desde el interior hacia los polos de desarrollo en la costa, etc.
Sin embargo, China ha mantenido una estructura estatal independiente y soberana, que explica su actual desarrollo y rivaliza con las potencias europeas y americana. El resultado de la experiencia china está todavía por verse y quizás pueda salir de ahí un modelo alternativo al capitalismo liberal dominante. Especialmente, porque como se empieza a reconocer cada vez más, ese capitalismo neoliberal es medioambientalmente insostenible.
 
¿Podrían jugar Irak y Oriente Medio respecto a China, el mismo papel que jugó Vietnam para la U.R.S.S.? ¿Están empeñado el imperialismo en una guerra perdida porque saben que el sacrificio les favorecerá a medio o largo plazo? (Se llama en ajedrez un sacrificio a ofrecer una pieza al adversario, cuando se piensan obtener ventajas estratégicas en la partida). Examinemos con cuidado la actual coyuntura histórica para intentar ofrecer una respuesta.

China no es la U.R.S.S., Irak no es Vietnam.
El crecimiento económico de China depende cada vez más de las importaciones de petróleo y otras materias primas; y la lucha por el control de materias primas no es puramente económica. Ahí están los ejércitos del Imperio, privados o estatales, repartidos por el mundo para demostrarlo. En África, subordinada por el imperialismo europeo durante siglos, la influencia china está sustituyendo a la soviética que promovió la descolonización; en América hay una evolución hacia el socialismo que crea interrogantes y dudas, pero que recibe un importante impulso del apoyo chino. Y en Asia la guerra comercial entre la República Popular y el Imperio, viene acompañada por la confrontación militar con y dentro de los países musulmanes.

En la confrontación entre Oriente y Occidente, la guerra militar acompaña a la pugna económica y tiene un largo aliento: desde la conquista de la India y las guerras del opio en China a la guerra de Irak, pasando por las guerras mundiales, el asalto imperialista al continente asiático todavía está por decidirse; y depende también de lo que pase en otros lugares. Es cierto, que la confrontación con China no pasa actualmente por la guerra fría. Hay buenas relaciones comerciales entre el Imperio y la República Popular, cada vez menos popular y más capitalista. Pero eso no elimina el hecho de que el desarrollo chino representa una alternativa al Imperio, pues la evolución de la República Popular no depende de las elites del mundo occidental. Todavía la República Popular no ha sido absorbida por el Imperio. Al menos no completamente.

El control de Oriente Medio es en definitiva esencial para el control del continente asiático y de la economía mundial. Además de las materias primas, se encuentran allí las rutas comerciales de todo el Viejo Mundo. Una de las grandes culturas milenarias y cuna de las religiones monoteístas. Una parte de la memoria más antigua de la humanidad, corre peligro de quedar destruida a manos de la barbarie imperial. Pues desde el punto de vista del Imperio, ni la cultura ni la memoria tienen importancia ante la fuerza del mercado y de la acumulación de capital. Pero ¿qué sucederá cuando la decadencia capitalista, que es ya evidente, acabe por esquilmar las riquezas escasas del planeta Tierra?

La guerra de civilizaciones
Hutchinson le puso nombre a la estrategia imperial. Se trataba de una guerra de dimensiones cósmicas entre las civilizaciones planetarias, el Norte de la cultura occidental, civilizado y liberal, frente a los estados despóticos semi-bárbaros del Sur y del Oriente. Bien pudo parecer en su momento que esa invención era una mera estrategia de recambio, para continuar la guerra y mantener la producción de armamentos, una vez eliminado el comunismo como alternativa de organización social por el hundimiento de la U.R.S.S.; pero quizás visto más al fondo, también podría también considerarse como la auténtica vocación europea, una continuación de lo que siempre ha sido la expansión del Imperio (¿o civilización?) occidental desde finales del siglo XV. Es decir, la conquista y sometimiento del planeta Tierra, que es al mismo tiempo la expansión del modo de producción capitalista y el orden político liberal.

Pues el comunismo no es sólo una forma transitoria de la política mundial, inspirada en el marxismo y que hoy en día está desprestigiado en Occidente como organización coherente la vida social. El comunismo es sobre todo un punto de vista esencial de la realidad humana que está presente en la cultura y la vida social de la humanidad desde siempre y para siempre: es la concepción clásica del ser humano como ser social, y que tiene enfrente al individualismo egoísta propio de la sociedad de mercado, que es también la sociedad de masas y la racionalidad (¿racional?) liberal. Y lo que está en juego en el presente conflicto internacional que estamos describiendo es la percepción del ser humano y de su futuro: o la naturaleza del ser humano es egoísta (homo homini lupus), o es altruista (el buen salvaje), y sólo descubriremos la verdad al final de la historia. Un final que todavía no ha llegado, a pesar de los ideólogos del Imperio (Fukuyama).

Tal vez por eso China ha elegido el comunismo (el materialismo histórico y el materialismo dialéctico), como columna vertebral de su Estado. Pues este materialismo dialéctico no es sino la versión moderna y científica de los valores sociales de siempre. Y también parece que en la India está bastante expandida la doctrina marxista-leninista, como en otros lugares de Asia. No es, pues, tan sorprendente que la teoría marxista haya sido adoptada por las culturas precapitalistas, antes que por los países más desarrollados y capitalizados. Y esta paradoja está relacionada con el fin de las ilusiones progresistas; pues no es difícil darse cuenta de que en la polémica ilustrada entre el liberal Voltaire y el republicano Rousseau, este último tenía razón: la riqueza pervierte al ser humano. Hay que situar a Marx en esa línea del pensamiento republicano para recuperarlo del abismo en que cayó con el estalinismo soviético y el confusionismo socialdemócrata contaminado por las ilusiones liberales del Progreso.

En el juego dialéctico de la historia filosófica de la humanidad, la tesis es el comunismo y la antítesis es el individualismo egoísta propiciado por el desarrollo de la economía mercantil. Un desarrollo, no lo olvidemos, que es parásito de un depósito de energía no renovable, los combustibles fósiles. Lo que, sin embargo, no está determinado es que sea posible la síntesis, con la vuelta al comunismo como naturaleza racional de la especie humana. No sabemos a dónde nos conducirá esa dialéctica, pero sí podemos estar ciertos de algunas verdades elementales: el capitalismo industrial no es sostenible bajo sus actuales formas de producción y consumo y amenaza la destrucción de la especie.

Desde esta perspectiva de la guerra de civilizaciones, el Norte contra el Sur, Occidente contra Oriente, del individualismo liberal de mercado contra socialismo de Estado y religión, del Imperio Civilizado contra la República Popular y el Estado Teocrático, la guerra de Irak es un paso más de la confrontación. El imperialismo, atacando Irak, ha escogido el punto más vital para sus intereses estratégicos, por la necesidad de controlar el petróleo. Se trata de continuar la demolición de la fortaleza asiática después de probar fortuna en el sudeste asiático y haber salido por la puerta falsa. Se trata de un punto débil, o aparentemente débil, porque el mundo musulmán ha jugado el papel de aliado imperial durante años en contra de la antigua U.R.S.S. Pero a la luz de los últimos acontecimientos históricos, tal vez debamos reconocer que esa alianza era coyuntural.

¿Por qué el comunismo y el laicismo, tan fuertes en Oriente Medio durante la década de los años 50 del siglo XX ha retrocedido en beneficio de los puntos de vista integristas? Se me ocurren dos motivos importantes: primero, el final de las ilusiones progresistas, y segundo, la victoria estadounidense en la guerra fría. Respecto de lo primero necesitamos repensar el marxismo en la línea de pensadores como Manuel Sacristán en nuestro país y Walter Benjamín en Alemania. En cuanto a lo segundo, tal vez tengamos que reconocer que la confrontación chino-soviética ha sido una de las causas más determinantes de la debacle del llamado ‘socialismo real’ en la Europa del Este y de las corrientes que lo apoyaban en el resto del mundo.

Esa derrota que representan el final de las ilusiones ilustradas en el Progreso de la Humanidad nos deja inermes frente a la prepotencia del Imperio. Puede parecer que con ese final también se nos termina la conciencia crítica como piedra fundamental del edificio racional. Sin embargo, hemos de reconocer que precisamente lo que se eliminó en la U.R.S.S. fue la conciencia crítica, y releyendo la historia podríamos pensar que el rechazo del Bloque del Este Europeo fue debido a que desde Oriente se consideró que el llamado ‘socialismo real’ constituía el mayor peligro para la propia realidad del comunismo. Puesto que lo que allí se acabó por edificar fue un Estado explotador y una teoría social ideológica al servicio de esa explotación. En cambio, desde la perspectiva cultural del comunismo –que en nuestra civilización occidental debemos situar en el linaje de la política anti-imperialista con Bartolomé de las Casas, Jean-Jacques Rousseau e Immanuel Kant-, la conciencia crítica es una conciencia fundada en ideales sociales, y no el resultado de intereses individuales y egoístas.

La guerra contra el terrorismo.
Nada tan hipócrita como esa consigna contra el terrorismo que pretende concretar la guerra de civilizaciones. El terrorismo ha sido la táctica de guerra del Imperio a lo largo de las décadas de la guerra fría y desde antes. Recordemos el hundimiento del buque estadounidense Maine en la bahía de La Habana por los propios estadounidenses para provocar la guerra del 98. O más recientemente, en los años 80 el ataque a la República laica de Afganistán por las milicias integristas entrenadas por los servicios secretos de la C.I.A. Los terroristas islámicos, que han sido entrenados por nuestros brillantes generales, se han vuelto ahora contra el Imperio, contra nosotros. Sin hablar del apoyo imperial a muchos Estados donde la dominación sobre la sociedad civil se funda en el terrorismo, como por ejemplo Colombia.

Sin embargo, esa guerra contra el terrorismo, que es la más reciente táctica militar del Imperio, parece tener el significado preciso de una orientación política: se pretende establecer una determinada organización del poder militar en el mundo globalizado y se cree que hay medios suficientes para conseguirlo. Tomemos como modelo el Estado de Israel. Después de haber utilizado profusamente el terrorismo para fundarse como tal Estado, el Sionismo ha pasado a combatir el terrorismo de sus enemigos expulsados de los territorios ocupados, los palestinos. Ese combate se hace mediante técnicas militares y armamentos sumamente sofisticados, que incluyen satélites de observación y control de la población, armamento tan mortífero como las bombas en racimo, armas de destrucción masiva como las nucleares, misiles inteligentes, robots asesinos, etc. Si mis observaciones son correctas y el Estado de Israel funciona como paradigma de la dominación militar para el Imperio, el significado de la expresión ‘guerra contra el terrorismo’ sería, pues, la sustitución de las tácticas de guerra basadas en el terrorismo (la acción bélica de civiles, que pueden ser funcionarios o no del Estado), por tácticas de guerra fundadas en la sofisticación del armamento y las técnicas de control de la población.

Esa guerra contra el terrorismo tiene por objetivo liquidar la Guerra Fría como una fase ya superada de la expansión imperial; el principal frente abierto está en Oriente Medio y tiene como contrincante principal el mundo musulmán con el Estado de Israel como punta de lanza. Otros frentes secundarios en América Latina todavía no han pasado a la guerra abierta; aquí se trata de sustituir el propio terrorismo imperial heredado de épocas anteriores, como en Colombia, por un nuevo dispositivo que incluye la ocupación del territorio. Mientras en Europa ya sólo queda ya el reducto etarra en Euskadi, ¿por cuánto tiempo?
Las nuevas formas de dominación imperial se construyen sobre los avances tecnológicos y la ocupación del territorio con bases logísticas del ejército imperial, la O.T.A.N. comandada por el ejército americano, repartidas por todo el globo. En cambio el terrorismo es una táctica obsoleta para el Imperio que debe ser sustituida. La respuesta terrorista a la dominación imperial por parte de las organizaciones integristas musulmanas, parece por tanto algo del pasado siglo frente al desarrollo tecnológico y armamentístico actual. Y generalmente, la superioridad militar se traduce en victoria militar. Lo que sin embargo, no puede traducirse en una ley histórica incontestable, pues esa superioridad militar debe traducirse también en una organización social superior para poder realizarse. Como señalaba Mao Zedong en su ensayo Sobre la guerra popular permanente, al pueblo chino bastaba resistir unos años la invasión japonesa para tener la guerra ganada.

El caso de Irak se parece al de Vietnam, y su final y sus consecuencias podrían ser parecidas; sin embargo, echando un vistazo más amplio al contexto en el que la agresión imperialista a Irak se produce, la guerra de civilizaciones podría parecerse más a los análisis de Mao sobre la guerra chino-japonesa. Pues lo que está en juego no es un proceso revolucionario, con todos sus riesgos derivados de la improvisación y la invención de nuevas realidades sociales, sino una vieja cultura arraigada por más de un milenio de existencia. Es decir, modificando el análisis de Gramsci sobre Oriente y Occidente, para enfocarlo sobre los aspectos culturales de la vida social, el Oriente tiene una mayor capacidad de resistencia a la invasión imperialista, cuanto más antiguas y consolidadas son sus instituciones. Más difícil resulta sustituir éstas por el individualismo egoísta de los consumidores europeos y por tanto más oposición aparece a la invasión. Dicho de otro modo, se enfrentan la tecnología sofisticada del ejército americano con los fundamentos morales de una vieja civilización con milenios de existencia.

El hecho, por ejemplo, de que haya terroristas suicidas, capaces de dar la vida por la causa en la que creen, es inconcebible para Occidente y parece desde nuestras coordenadas ideológicas profundamente irracional. Puede ser perfectamente coherente, en cambio, desde la perspectiva musulmana y se pueden aportar fundamentos racionales desde la concepción de la naturaleza humana como ser social; además constituye un arma formidable, como se ha demostrado en los atentados de Nueva York, Madrid y Londres. El estado de guerra permanente en el que se desenvuelve la civilización occidental comienza a ser preocupante e incómodo para la propia civilización occidental.

Conclusiones
¿Podemos avanzar algún pronóstico? Parafraseando al Mao Zedong de la ‘guerra popular prolongada’, el comunismo tiene la guerra estratégicamente ganada (a menos que la humanidad decida suicidarse). Primero porque el Imperio, la civilización occidental, destruye recursos económicos escasos mediante un consumo despilfarrador y antieconómico, y es por tanto insostenible (el problema ecológico). Segundo, porque esa misma civilización, liberal e individualista, es inconsistente e irracional desembocando en el autoritarismo y la guerra (el animal racional es el animal sociable, Aristóteles dixit). Tercero, porque destruye la cultura y la vida, que son el fundamento de la existencia humana, sustituyéndolas por la tecnología y las masas (el problema de la acumulación y concentración del capital constante, analizado por Marx).

Sin embargo, debemos replantearnos el programa político del comunismo, así como el núcleo básico de la teoría. Queda claro que con el término comunismo estoy nombrando fundamentalmente los instintos sociables de la especie humana –aunque se suele entender comunismo como los ideales de la ‘conciencia de clase’-. Ese replanteamiento debe fundarse en la reconsideración de los ideales del Progreso desde el reconocimiento de la crisis ecológica. Estoy de acuerdo con lo que decía recientemente el teólogo latinoamericano, Leonardo Boff, el socialismo llegará por la necesidad y no por la abundancia; aunque necesidad y abundancia son términos relativos que requieren de definición pública, ante el enorme despilfarro de recursos de la economía capitalista neoliberal. La guerra imperialista es un factor clave en esa decadencia del Imperio, pero hay que construir las alternativas y no resulta fácil. En todo caso habrá que empezar por lo que actualmente se presenta como alternativas.

Necesitamos un debate acerca de cuáles son las necesidades reales de la población humana; y esencialmente: ¿la guerra o la paz? Y esa redefinición del marxismo exige más que nunca una radicalización de la democracia. Como decía Lenin, la dictadura del proletariado es un proceso de destrucción del Estado (burgués). Lo que no fue capaz de determinar es cuánto iba a durar ese proceso.
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