Jesús Arboleya Cervera - Progreso Semanal.- En sustitución del controvertido John Bolton, despedido por sus “visiones distintas a las del presidente”, según declaró el propio Donald Trump en uno de sus famosos twits mañaneros, fue nombrado el abogado Robert C. O’Brien como nuevo asesor de seguridad nacional.


El currículo de O’Brien es bastante escaso para un puesto de esta envergadura. En 2005 George W. Bush lo nombró representante alterno ante la ONU, por donde transitó sin penas ni glorias. En 2012 fue asesor del candidato presidencial republicano Mitt Romney y en 2018 fue designado embajador a cargo de eventuales casos de rehenes, sin que se produjeran incidentes que recabaran su actuación.

La mayor parte del tiempo ha estado dedicado a la práctica privada, aunque no ha sido ajeno a la actividad política y la publicación de su libro While America Slept: Restoring American Leadership to a World in Crisis, en 2016, lo dio a conocer entre los pensadores que abogan por la estrategia de “paz mediante la fuerza”, bien recibido por los sectores conservadores y la actual administración.

Algunos consideran que en esta trifulca palaciega el gran vencedor ha sido Mike Pompeo, cuya posición se fortalece con el despido de Bolton. Con seguridad tirios y troyanos celebraron la buena nueva de la salida del “talibán” de la Casa Blanca, pero suponer que ello convierte a Pompeo en el Kissinger de Donald Trump parece exagerado. Trump ha demostrado ser su propio asesor de seguridad nacional y también su propio secretario de Estado. Si Pompeo se equivoca en esta apreciación, pasará a nutrir la larga lista de funcionarios “excluibles”.

Por ello, aunque con la salida de Bolton se elimina un factor de ruido inclinado a alentar las posiciones más extremas, ello no debe significar un cambio sensible en la política exterior de Estados Unidos, que seguirá siendo aplicada a partir de las caóticas visiones y procedimientos del actual presidente de ese país.

Esto es válido para los grandes temas como la competencia con China y Rusia, los eventos del Medio Oriente y las relaciones con Europa, pero también se cumple para la política hacia América Latina y el Caribe, en especial para los casos de Venezuela y Cuba, así como para el problema migratorio, asuntos que pueden tener un impacto en las próximas elecciones, verdadera prioridad de Donald Trump.

Más allá de factores geopolíticos, los cuales explican la sostenida hostilidad de los últimos presidentes norteamericanos hacia el proceso revolucionario en Venezuela, la política hacia ese país parece determinada por el interés de las grandes empresas petroleras. Son estas presiones, extendidas sobre muchos países, las que han posibilitado la articulación de una campaña que trasciende la propia gestión de Estados Unidos.

Por razones distintas, Rusia y Venezuela deben haber influido en el nombramiento de Rex Tillerson, entonces presidente de la Exxon, como primer secretario de Estado de Donald Trump. Nada cambió con su destitución, de igual manera que no influirá la de Bolton, simplemente porque por nada del mundo Trump va a enajenarse el apoyo de estos consorcios de cara a las elecciones de 2020. Difícilmente con Venezuela haya sorpresas conciliatorias como las de Corea del Norte.

El caso de Cuba es distinto al de Venezuela, aunque se relacionan por la solidaridad entre ambos países. Ni en Estados Unidos ni a escala internacional existen grandes intereses económicos que apoyen la política de hostilidad hacia Cuba, al contrario, la experiencia es que, interesados en el mercado cubano, muchos se sumaron en apoyo a los pasos hacia el mejoramiento de las relaciones emprendidos por Barack Obama.

La ofensiva de Estados Unidos contra Cuba no ha tenido un eco relevante en el concierto latinoamericano y caribeño, ni siquiera por parte de la mayoría de los gobiernos de derecha, que han tratado de conservar sus relaciones con Cuba. Mucho menos en Europa, donde las relaciones con la Isla han mejorado ostensiblemente.

Con seguridad, dentro de pocos días, el gobierno norteamericano recibirá otra masiva condena en la ONU por el bloqueo a Cuba. Quizás la reciente expulsión de dos diplomáticos cubanos ante esa organización, es un mensaje de que poco les importa lo que diga el mundo. Tampoco algo nuevo en la política de Estados Unidos.

Aunque importantes diferencias ideológicas influyen en la proyección estratégica de Estados Unidos hacia Cuba, en la actualidad, la forma en que se concreta la política norteamericana está determinada por factores domésticos, relacionados con el estado de la Florida.

Hasta el propio Trump, en su momento, manifestó estar más o menos de acuerdo con la política de Obama hacia Cuba. Así fue hasta que sintió tener la necesidad de captar el voto de la derecha cubanoamericana y, como de costumbre, no tuvo reparos en cambiar 180º su orientación y su discurso. La misma ecuación se cumple, incluso reforzada, de cara a las próximas elecciones, donde la Florida es determinante para su reelección y todos los votos cuentan.

Paradójicamente,  quizás por esos “misterios” que siempre rodean la política de Estados Unidos hacia Cuba, tal y como divulgó recientemente el periodista Tracey Eaton en su portal Cuba Money Project, Robert C. O’Brien está casado con la cubana Amelia Comas Bacardí, descendiente de los dueños de la famosa empresa de rones, muy activa en la política contra Cuba desde el triunfo de la Revolución y una de las principales promotoras de la ley Helms-Burton, la cual ha sido reforzada por la administración Trump.

O’Brien y su esposa visitaron Cuba en 2002, para revivir los bucólicos recuerdos infantiles de Amelia y, según cuenta el libro Bacardí and the Long Fight for Cuba, citado por Eaton, O’Brian regresó convencido de que el bloqueo no funcionaba y así lo declaró públicamente.

No obstante, al parecer fue más fuerte su compromiso familiar y terminó sumándose a la organización Center for a Free Cuba, un grupo de lobby anticubano financiado por la Bacardí, que ha tenido el apoyo de la National Endowment for Democracy (NED). Nada bueno hay que esperar entonces del nuevo asesor de seguridad nacional respecto a Cuba.

El tema migratorio constituye la base de la agenda electoral de Donald Trump. Ello ha tenido enormes implicaciones hacia lo interno de la sociedad norteamericana, así como también en su política exterior, especialmente hacia México y América Central. Ni O’Brien ni nadie cambiará el rumbo de una política diseñada para satisfacer los sentimientos del núcleo duro del trumpismo.

En resumen, todo parece indicar que O’Brien ha sido nombrado para portarse bien y no molestar al presidente con ideas disidentes o intenciones de protagonismo, como ocurría con el desagradable John Bolton.

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