Jorge Arreaza - Misión Verdad.- Ernesto “Che” Guevara, en su claridad meridiana y precisión para analizar el contexto político y social, señalaba en 1964 que: “Es la naturaleza del imperialismo la que bestializa a los hombres. La que los convierte en bestias sedientas de sangre”. Esta poderosa sentencia se compagina con numerosos símiles que existen sobre la brutalidad del sistema capitalista: su inhumanidad. La síntesis de esta cualidad del capitalismo, en contraposición a la idea socialista, se encuentra claramente expresada en la frase dicotómica por excelencia: Socialismo o Barbarie.


Con esta frase de Rosa Luxemburgo entramos en el principal debate del mundo en la actualidad, mediado por la inesperada circunstancia: la lucha contra la pandemia de Covid-19. El impacto que ha tenido esta enfermedad sobre la humanidad es incuestionable. En tan solo semanas ha cambiado la dinámica económica, política y social del mundo entero. La repercusión que tendrá en el futuro de las relaciones humanas, sociales y de producción es una misteriosa incógnita.

En la actualidad, es evidente que el abordaje que se hace de la situación se relaciona directamente con la visión que se tiene del mundo, es decir, cómo lo miramos y cómo se concibe la política.

El filósofo Jacques Ranciere señalaba:

“Estamos en un mundo en el que la dominación capitalista se ha diseminado por todas partes y estructura nuestras formas de experiencia, sin tomar la apariencia de una especie de poder global. (…) Quizá ya no podemos pensar hoy la oposición como un conflicto de fuerzas sino como un conflicto entre mundos, entre diferentes construcciones de formas de experiencia sensible, que parten de lo más cotidiano”.

Existen, en efecto, mundos contrapuestos que van desde estructuras complejas, que pasan por el valor que se le da a la vida, al origen de la acumulación del capital, hasta el día a día de cada uno de los ciudadanos y las ciudadanas.

En los albores y desarrollo de la pandemia hemos sido testigos de la contraposición de estos mundos excluyentes. Por una parte, Estados que establecieron como propósito fundamental salvaguardar las vidas humanas, procurar que el impacto fuera el menor sobre sus ciudadanos. Por la otra, naciones que preponderaron el “bienestar” de sus economías, priorizando la dinámica comercial y financiera, apostando por la inmunización de la población a través del contagio masivo de sus habitantes.

Pero la coyuntura, la situación, se trasciende a sí misma. El Covid-19 revela demasiadas grietas y fracturas en la represa anti-natural que representa el capitalismo. Con ello, entra en inevitable revisión una de las tesis naturalizadas en esta era de globalización: la eliminación del Estado bajo el dominio absoluto y total del mercado neoliberal, que derrumbó las fronteras y las regulaciones propias de cada país. El fin de la historia traía el acta de defunción de la soberanía nacional. Todos debían hincar la rodilla ante el nuevo Dios, el mercado mundial, y el pastor fundamentalista con su destino manifiesto, con su iglesia inquisidora e indesafiable: la élite del complejo militar, industrial, tecnológico y financiero de los Estados Unidos.

Comenzó una nueva tiranía que juzgaba el terrible pecado de los pueblos de pensar con cabeza propia. Aquel que no siguiera los dictámenes del dogma neoliberal, era excomulgado del nuevo credo del capital. Para ello, ya no hacía falta garrote, solo el control sobre el sistema financiero mundial. La excomunión financiera se convirtió en el arma para la extorsión inmisericorde del nuevo “Rey del Mundo”. Así fueron sentenciados los pecados de la soberanía con medidas coercitivas unilaterales, mal llamadas sanciones, porque no hay leyes en el mundo que superen a la teocracia del Tío Sam. Países como Cuba, Irán y Venezuela sufren el castigo irracional de este supremacismo desproporcionado del autoproclamado dueño del mundo.

Si algo queda claro en este 2020 es que los Estados nacionales, su visión sobre el manejo de la situación, la postura política ante sus ciudadanos, es la clave para poder sobrellevar, de una forma u otra, el peligro letal al que se enfrenta la humanidad.

Muy a pesar de las sanciones, del salvajismo y la bestialidad con la que Estados Unidos aplica su dogmatismo, el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela ha logrado contener la propagación del virus en el país, en un trabajo caracterizado por la disciplina y la conciencia popular. El presidente Nicolás Maduro actuó de manera firme y oportuna, desde la visión del mundo que identifica a quienes creen en la humanidad, en el derecho a la vida y a la felicidad. La acción decidida del Gobierno Bolivariano ha sido determinante en la contención de la propagación exponencial del Covid-19.

El presidente Nicolás Maduro llamó a fortalecer la Misión Barrio Adentro en el contexto de la pandemia. Foto: Vicepresidencia de Venezuela

El rol del Estado marca la pauta. Hoy nos cobija el robusto sistema público de salud, que valoramos más que nunca, gracias a la visión de los comandantes Hugo Chávez y Fidel Castro, cuando idearon la Misión Barrio Adentro, que ha sembrado de médicos y centros de salud todo el territorio nacional. El presidente Maduro, a pesar de los ataques a la economía venezolana, ha seguido fortaleciendo este programa social para la vida, elevándolo a lo que él ha denominado Misión Barrio Adentro 100%.

Es un pilar hoy en la batalla definitiva cuando los médicos venezolanos y cubanos, en conjunto con el Poder Popular organizado y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, hacen un esfuerzo inconmensurable para hacer las pruebas de despistaje casa por casa -orientados por las 20 millones de encuestas recolectadas por el Sistema Patria, que fue diseñado también por el presidente Maduro- y entregan alimentos al pueblo que está cumpliendo su distanciamiento social voluntario y consciente.

Solo un país con una vocación humanista logra desarrollar un sistema de atención gratuito a la población de esta envergadura, en medio del más criminal ataque contra su integridad económica y política. Los gobiernos hoy han tenido que recurrir a sus propias soluciones. El sistema capitalista no ofrece respuestas globales a la crisis, y deja a los países a su suerte y riesgo.

También en estas pocas semanas del año se han publicado diversos trabajos e investigaciones sobre las consecuencias de la situación y el mundo que resultará de ella. En el análisis que hace el equipo de investigadores venezolanos de Misión Verdad encontramos un profundo recuento de la acción de los Estados Unidos durante este proceso. Cómo, a pesar de las complicaciones intrínsecas de su propio descalabro interno, prefieren aprovechar para profundizar los ataques sobre los pueblos soberanos del mundo y los mecanismos multilaterales que fueron concebidos y han actuado para ayudar a toda la comunidad internacional y contener la amenaza.

La parálisis global no ha impedido que los Estados Unidos encuentre una instancia de reafirmación, no importa que acelere aún más esa muerte que lleva por dentro y que se expande sin interrupción. La demostración de sadismo con Irán, la exhibición de musculatura descompensada con Venezuela o la conducta disfuncionalmente adolescente con China y la Organización Mundial de la Salud (OMS), también dibujan el contorno de los límites que pueden alcanzar las naciones en lo moral y lo sistémico.

Por otra parte, revisamos el profundo análisis del intelectual boliviano Álvaro García Linera, que en una conferencia dada el pasado 30 de marzo en Buenos Aires, hizo un recorrido por las principales contradicciones de la globalización y el neoliberalismo y su imposibilidad de hacerle frente adecuadamente a esta pandemia, anunciando una vuelta, como habíamos señalado anteriormente, a la acción adecuada del Estado como única estructura posible para la contención del peligro:

“Por ahora solo el Estado, bajo su forma integral gramsciana de aparato administrativo y sociedad civil politizada y organizada, puede orientar voluntades sociales hacia acciones comunes y sacrificios compartidos que van a requerir las políticas públicas de cuidado ante la pandemia y la recesión económica”.

En contraposición a esa vorágine soberbia y agresiva de los Estados Unidos, hemos visto la sindéresis y la voluntad desprendida de países como China y Rusia. Estos gigantes, llamados a liderar un mundo en el que haya respeto por la soberanía de los países y el derecho internacional, han demostrado con hechos que hay otra forma de relacionarse. La pandemia ha consolidado la visión multipolar y multicéntrica del mundo en gestación.

China, luego de haber superado de forma heroica el brote que hubo en su territorio, se ha encargado de prestar ayuda y asesoría a todo aquel que lo necesite, sin distingo de su condición ideológica o riqueza. Nuestro pueblo tiene mucho que agradecer a este compromiso incondicional extendido por el presidente Xi Jinping, al establecer un puente aéreo con asistencia humanitaria especializada y asesoría médica para poder avanzar en la contención de la pandemia dentro de nuestras fronteras.

En Venezuela han arribado varios cargamentos de insumos médicos de China para combatir el nuevo coronavirus. Foto: Cancillería de Venezuela

De igual forma, la Federación de Rusia, bajo el liderazgo de Vladimir Putin y el desprendimiento de su pueblo, ha establecido una dinámica ejemplar no solo con el pueblo venezolano, sino que desinteresadamente ha enviado fuerzas médicas a lugares afectados, como Italia, para poder hacer frente común a esta lucha.

Y, por supuesto, la Cuba de Martí y Fidel, enviando brigadas médicas a varios países del mundo, incluyendo Italia, Venezuela, países africanos y caribeños y poniendo a disposición de la humanidad sus adelantos científicos farmacológicos.

Son gestos que marcan una forma distinta de ver las posibilidades de un mundo nuevo, en el que cesen las agresiones, no se asfixie la economía de los pueblos por razones políticas, donde la preservación de la vida y la felicidad sean la única prioridad de pueblos y gobiernos. Un mundo en el que no se trate de imponer la ley del imperio de turno, sino el imperio de la ley internacional, asumida en colectivo por el bien común.

Necesitamos abolir la bestialidad propia del imperialismo, la vocación asesina y soberbia de un liderazgo nocivo e intolerante. Ante eso levantamos la guitarra de nuestro padre cantor, Alí Primera, cuando vibraba con el sentimiento que hoy brama nuestro pueblo: “Ayúdenla, ayúdenla, que sea humana la humanidad”.

Ante la bestialidad imperialista, armémonos con la humanidad para proteger el mundo nuevo que le corresponde nacer.

Publicado a través de Comunidades Al Mando/Proyecto Nuestra América, una organización de carácter continental.

Opinión
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