Embajada de Estados Unidos en Cuba. Foto: @CubaMINREX / Twitter.


José Ramón Cabañas Rodríguez - Cubadebate

Olga Lidia dudó mucho al inicio, cuando le propusieron llegar a Estados Unidos de forma irregular a través de Centroamérica. A su edad creía no estar apta físicamente para emprender un recorrido que la haría atravesar países, selvas, ríos y poner su vida en manos de varios coyotes. Para lo que no estaba preparada era para ver cómo la separaron de su hija, aquel día en que los traficantes le dijeron que sus familiares en Miami no habían pagado todo el precio acordado antes del inicio del recorrido.

Michel vendió todas sus pertenencias en Camagüey para viajar tres veces a Guyana junto a su esposa, con la esperanza de obtener visas para ingresar legalmente a los Estados Unidos. En la última de las oportunidades vivió quizás la mayor sorpresa, cuando su solicitud fue aprobada, pero la de su esposa no, bajo un argumento que él no podía comprender. Se abrazaron a la salida del consulado estadounidense, con la duda de si debían permanecer juntos, o separarse, para apostar cada uno a su suerte.

Olegario se había acostumbrado en los últimos años a viajar regularmente a Tucson, Arizona, para ver a sus nietos, hasta que en el 2019 suspendieron drásticamente los vuelos desde Cuba. Siempre pensó que lo peor de todo era subir a un avión dos veces y soportar las turbulencias. Por eso, cuando le explicaron que esta vez solo sería un vuelo hasta Managua y que después seguiría por carretera, no desechó la idea. Todo cambió cuando el ómnibus en que viajaba se despeñó por un barranco y vio su vida dar vueltas hasta apagarse.

Estos tres personajes y sus respectivas circunstancias son ficticias, pero al mismo tiempo representan las experiencias de miles de cubanos, que de la noche a la mañana tuvieron que cambiar sus planes de vida, dejar de ver a sus familiares, o se vieron obligados a tomar decisiones descabelladas, por la simple razón de que a partir del 2017 el gobierno de los Estados Unidos decidió no respetar los acuerdos migratorios suscritos con Cuba en 1994, 1995 y en enero de aquel año.

Después del último de estos acuerdos ambos países habían logrado reducir a cifras intrascendentes la llegada de cubanos de forma irregular a las fronteras estadounidenses. Esta podría significar la meta más preciada para Estados Unidos en sus relaciones migratorias con cualquier país vecino, pero con ninguno de ellos (excepto Cuba) ha logrado tal resultado hasta el presente.

En los años inmediatamente anteriores al 2017 las autoridades estadounidenses habían venido cumpliendo no solo con el compromiso de otorgar 20 000 visas de inmigrantes o más, para aspirantes cubanos, sino que habían introducido nuevas prácticas, como las visas para entradas múltiples por cinco años, todo lo cual hacía más previsible el movimiento humano desde ambas orillas.

Pero la situación cambió en un abrir y de ojos, a partir de la fabricación del argumento de los supuestos “ataques sónicos” contra parte del personal diplomático estadounidense en La Habana, justificación bastante primitiva para cerrar los servicios consulares de dicha misión. Hoy ya se sabe que todo fue una burda fabricación y que sus promotores han recibido grandes sumas a cambio.

Después de un año de ser electo y de estar en absoluto silencio sobre la normalización o no de tales servicios, el gobierno de Joe Biden anunció el pasado 3 de marzo que “iniciaría la reanudación limitada de algunos servicios de visado de inmigrante, como parte de la expansión más amplia de las funciones” de su embajada en Cuba.

Este tipo de noticias genera por sí misma movilización, estados de opinión y expectativas de muchas familias. En Estados Unidos es práctica que se hagan estos anuncios como balones de ensayo, para conocer qué apoyo o rechazo generan, en la población, o en los medios políticos.

Por eso, cuando el 6 de abril pasado el Departamento de Estado dijo que la reanudación del procesamiento de visas de inmigrantes comenzaría en mayo y sería solo para padres de ciudadanos estadounidenses, indicando además que el peso del servicio aún permanecería en Georgetown, Guyana, aumentó la suspicacia sobre el propósito real del anuncio original.

Aún sin haber cambiado nada en la práctica, tuvo lugar el 21 de abril la 34va ronda de conversaciones migratorias entre ambos países, en la cual las dos delegaciones ratificaron la validez de los acuerdos en esa materia y los representantes cubanos se refirieron al sinsentido de obligar a los potenciales migrantes a viajar a Guyana y a hacer los trámites desde allí.

Solo a partir del 3 de mayo, fue que los medios de prensa que el gobierno estadounidense utiliza para sus campañas oficiales comenzaron a hablar del “reinicio de los trámites migratorios” en La Habana, sin mayores datos, más bien sembrando nuevas dudas.

Vale decir que todo este peregrinar informativo sucedía en medio de otras acciones estadounidenses a través de terceros, supuestamente para reducir las posibilidades de que viajeros cubanos que salieron legalmente de su país iniciaran un tráfico irregular hacia los Estados Unidos.

En definitiva, la Casa Blanca aseguró el 16 de mayo su voluntad de respetar el total de 20 000 visas anuales para emigrantes cubanos, pero siempre procesando la inmensa mayoría de sus solicitudes desde Guyana, no La Habana. El 9 de junio la embajada de Estados Unidos en la capital cubana informó que además de visas para padres de ciudadanos estadounidenses consideraría a cónyuges e hijos menores de 21 años.

Pero lo cierto es que ninguna de estas categorías tributan al total de 20 000 visas anuales, pactadas bajo los acuerdos migratorios, y que los trámites consulares en La Habana se mantienen muy restringidos y que aún se imponen nuevos límites.

Mientras que en el pasado los chequeos médicos de los posibles migrantes se podían realizar en hospitales provinciales cubanos, en este momento la embajada acepta únicamente los realizados en un solo hospital de la capital. ¿Por qué?

Paso a paso, ha comenzado a mediados de junio la reanimación de los vuelos entre la Florida y varios aeropuertos cubanos fuera de La Habana, acción que también genera más demanda de actividad consular por las respectivas sedes diplomáticas.

No existe una justificación plausible para justificar el entuerto generado alrededor de este tema. Ya se ha demostrado que los argumentos utilizados para generar esta crisis fueron falsos, ha sido evidente la intencionalidad de cerrar el canal migratorio legal para aumentar la “presión a la olla social” en Cuba. Nada nuevo bajo el Sol.

Aunque no sea un tema comúnmente abordado por los medios, estos tenues cambios también responden a una enorme presión ejercida por cubanos residentes en Miami y otras ciudades, no representados por la claque política tradicional, la que en respuesta llegó a generar propuestas tan absurdas y trasnochadas como trasladar los trámites consulares desde Guyana a la ilegal Base Naval de Guantánamo.

Solo falta saber ahora si la Casa Blanca mantiene soberanía sobre la política exterior hacia Cuba, o si se inclina en genuflexión ante los operativos republicanos de la Florida, o al hampa de Union City. Deberían haber comprendido ya que ambas complacencias los llevaron a hacer el ridículo en la reciente cumbre despoblada de Los Ángeles.

En otra ocasión preguntaremos sobre el probable compromiso económico entre funcionarios electos estadounidenses y traficantes de personas. Estos últimos han visto engrosar sus capitales profusamente estos años gracias a la acción de los primeros.

Quizás los pusilánimes actúen a tiempo y salven a otros Olga Lidia, Michel y Olegarios.

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