Jorge Ángel Hernández - La Jiribilla - Imagen de Pixabay.- No es la primera vez que la prensa corporativa utiliza la popularidad de Joaquín Sabina para sus intereses ideológicos. Lo recuerdo hace años, ante un debate de candidatos a la presidencia española, como un fanático de estadio que desde su butaca doméstica apoyaba al suyo y fustigaba a su contrario.


Era un remedo de reality show con el que se sonsacaban el efímero gesto del votante permeable y el cantautor se dejaba convertir en comparsa de ese espectáculo que tan magistralmente él satirizara. De la expresión satírica a la parodia: También contamos con / la inestimable participación / del mítico Joaquín / que en nuestras manos clama el fin / de la Revolución.

“La agenda de curso no ha cambiado, sino los elementos del tablero”.

Ninguno de esos medios de prensa se hizo eco, anteriormente, de las ideas de ruptura de Sabina y cedió solo a su aplastante popularidad, cuidándose muy bien de tomarla por el brillo y no por la expresión. Hoy, en vísperas de un documental que recorre su vida, vuelve al show programado para fustigar a la Revolución cubana. Curiosamente, la mayoría de esas agencias corporativas de la información parecen “perdonarle” lo que antes fuera imperdonable para ellas: ser amigo de Fidel Castro y la Revolución cubana. La agenda de curso no ha cambiado, sino los elementos del tablero. Y ese Sabina maestro del ingenio se pasa por el mismísimo título del documental aquello de que amores que matan nunca mueren.

Para la propaganda de guerra cultural, presta a freír en su sartén toda oportunidad, vale un potosí que el ariete rebelde que tanto molestara se someta a un público mea culpa, pues recupera un patrón fundamental de guerra fría. ¿Lleva hash la pipa de la paz que se fuma Joaquín a estas alturas? ¿Es demasiado gris el traje que se ajusta y a toda costa busca rasgar la vestidura? ¿No se ha enterado de que esos “jóvenes manifestantes” que dice apoyar son clientes, en tenaz competencia y conducta dócil, de la maquinaria hegemónica que tanto fustigó? ¿Es ya un autoestopista debajo de la lluvia? ¿Atraviesa en Kawazaki por un cuadro del Greco? ¿Hace caso, por fin, a los que dicen “Eh, Sabina, ten cuidado con la revolución, que contamina”?

Al cambiar, no de palo pa’ rumba, sino de reguetón pa’ tángana, el ya septuagenario cantautor se deja usar como cola de ratón (ideológico) y olvida que es aún cabeza de león del sentimiento de quienes escuchamos sus canciones sin que gane el cansancio. Y es lamentable que no entienda que la propaganda que lo manipula no asume, ni respeta siquiera sus ideas, su tropología raigal, siempre ingeniosa; solo aprovecha para usarlo como ariete de facto y dejarlo enseguida en el trastero.

“¿Lleva hash la pipa de la paz que se fuma Joaquín a estas alturas? (…) ¿No se ha enterado de que esos “jóvenes manifestantes” que dice apoyar son clientes, en tenaz competencia y conducta dócil, de la maquinaria hegemónica que tanto fustigó?”.

Como ha ocurrido con otros, no importa ya qué diga, o qué vuelva a decir. Sus admiradores lo son, o lo somos, por la intensidad emocional de las composiciones que trascienden ese tipo de boutade torpe, clientelista de la popularidad efímera. Así es el mundo de la propaganda que usa al individuo en calidad de modelo para marcas y no de ciudadano, o de persona. Y acaso el “resbalón” (que no es el primero y acaso no sea el último, pues aún más larga vida le deseo) tenga que ver, precisamente, con la estrategia promocional de ese documental que necesitan poner en la palestra pública. No sé si entre las suyas se encuentra la canción más hermosa del mundo, con que sean sencillamente hermosas basta. Tampoco sé, ni me interesa, si lo sonsacan o no con esas declaraciones que a sí mismo desdicen. El acto es más vertiginoso que el decirlo; eh, Sabina: “¡Ya eyaculé!”.

De modo que, como dijera Roque Dalton, el ser social juega ping-pong con la conciencia de uno, sobre todo en invierno.

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