Magaly Cabrales - La Jiribilla.- Adriana Pérez O´Connor es ingeniera química desde 1995. Trabaja actualmente en el Instituto de Investigaciones de la Industria Alimentaria y posee la condición de máster en esa especialidad. Pero no es precisamente su desempeño profesional, como tampoco su destacada labor como diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el período comprendido entre 2013 y 2018, el propósito esencial de esta entrevista.


Esta mujer, con quien conversamos a pocos días de celebrarse el 8 de marzo, pasó de la desesperanza a la felicidad absoluta que vive hoy, en compañía de sus tres hijos —Gema, Ámbar y Gerardito— y de su esposo Gerardo Hernández Nordelo. A esta felicidad, sin embargo, le precede un angustioso camino, que solo logró recorrer aferrada al coraje heredado de Mariana, Celia, Haydée y Vilma, entre otras muchas valerosas cubanas.

¿Cuál fue tu reacción cuando supiste la verdadera misión de Gerardo en Estados Unidos?

Cuando Gerardo salió de Cuba para Estados Unidos ya estábamos casados y justo cuando fue arrestado, en 1994, cumplíamos diez años. Yo estaba terminando el último año de mi carrera a través de un curso para trabajadores, pues laboraba entonces en la empresa Tenería Habana.

El conocimiento de la verdadera misión de Gerardo fue para mí realmente impactante, una gran sorpresa. Lo hacía en un país de América Latina realizando una maestría vinculada a su carrera diplomática y nunca supe de su misión hasta que toda la red fue descubierta y detenidos sus integrantes. Cuando lo detuvieron, hacía unos cuatro años que estaba en Estados Unidos. Al conocer de su arresto, me enteraba de algo que jamás ni siquiera sospeché, ni tampoco imaginé que pudiera estar vinculado a este tipo de actividad, a un supuesto espionaje como inicialmente se comentó en las noticias que divulgaban las emisoras de radio en La Florida, la única información pública que se dio en aquel momento. Confieso que literalmente la tierra se me unió con el cielo. Fue en realidad una mezcla de emociones, porque primero tenía que asimilar la noticia. Y segundo, cómo me enfrentaría a un futuro totalmente incierto y nada halagüeño.

Por otro lado, estaba la situación de la familia. La mamá de Gerardo estaba viva y desconocía por completo las actividades de su hijo más pequeño y único varón. En ese propio año había perdido una hija y para ella esa novedad sería un golpe demasiado fuerte, todavía mucho más duro. Es decir, que la noticia, además de tener un impacto personal, también lo era desde el punto de vista familiar. Eso implicaba que tenía que prepararme psicológicamente para el rol que debía desempeñar a partir de aquel momento. Una información que, para mayor gravedad, había que mantener en secreto y asumirla en silencio, lo que demandaba de mí todos mis esfuerzos, toda mi creatividad, todos los recursos sentimentales a los que pudiera apelar.

A partir de ese momento estaba obligada a imponerme a un mundo que supe desde el principio era bien difícil de sobrellevar. Muchas veces me han preguntado cómo logré hacerlo y nunca he podido dar una respuesta porque no sé todavía cómo lo conseguí. Pero pienso que a medida que va pasando el tiempo una va aunando fuerzas, voluntad, va buscando recursos y energía para enfrentar los nuevos retos que te impone la vida. Y para enfrentar esos retos con equilibrio emocional, comencé a crearme una especie de coraza que me permitiera vivir a tono con lo que estaba sucediendo y al mismo tiempo asumir lo que viniera. Siempre estuve convencida de que sería un camino muy complicado de andar, sobre todo si tenemos en cuenta cómo han sido históricamente las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

En ningún momento, sin embargo, dejé de trabajar y, por el contrario, buscaba cosas que me ocuparan la mente, que no me permitieran pensar. Terminé la maestría y comencé a estudiar idioma, estudios en los que aunque nunca prosperé me mantenían ocupada mentalmente. En esa etapa lo más difícil para mí como persona, como ser humano, fue el rol que tenía que asumir con respecto a la familia de Gerardo. Él siempre tuvo una relación muy cercana con su mamá. De ella había heredado la nobleza, el sentido del humor. Para mí representaba una gran responsabilidad tratar de cubrir su ausencia. Y tuve que mentir, mentir muchísimo, algo que es un elemento que nunca antes formó parte de mi personalidad, que nunca antes concebí en mi conducta. Le mentía a todo el mundo, tenía que evadir los comentarios, permanecer todo el tiempo en silencio y eso era terrible. De hecho, nunca pude lograrlo y, aunque a medias, fui revelando algunas partes de la verdad que mantenía oculta a personas allegadas, como a mi mamá, quien desde los inicios de nuestra relación sintió gran afecto por Gerardo.

Por supuesto, todos nuestros sueños, ilusiones, planes, se rompieron, se hicieron añicos. Solo me quedaron dos opciones: dejaba que el hecho de saber de las actividades de Gerardo me aplastara, o echaba a andar a partir de las nuevas condiciones. O me tiraba a morir, renunciando a todo lo que había vivido, todo lo que tenía, todo lo que me había hecho feliz y admiraba, o comenzaba a recorrer ese nuevo camino, arrastrando el saco donde había echado todo lo que se había roto, menos el amor, que era lo único que se mantenía intacto. Me decidí por la segunda opción y comencé a adaptar mis planes en correspondencia con los grandes desafíos que traían consigo las nuevas circunstancias.

Y a partir de esa decisión me tracé metas. Lo más importante era llegar al final, a pesar de que nunca supe cuándo sería. Pero me propuse llegar a ese final con el equilibrio emocional necesario para mantenerme fuerte y al propio tiempo, velar por todos los frentes que tenía abiertos, que eran atender las responsabilidades del trabajo y dar apoyo emocional a las dos familias, especialmente a la de Gerardo. Tratar además de seguir socialmente activa y mantener buena salud física y mental.

Durante la incesante lucha por la liberación de los Cinco, ¿te sentiste sola en algún momento?

Siempre tuve el extraordinario respaldo de todo este pueblo. También conté con el valioso apoyo de mi familia, de las familias de los Cinco, que nos convertimos en una sola. Igual respaldo tuve de mis amigos —que son muchos y muy valiosos— y de mis compañeros de trabajo, quienes, cuando se hizo pública la situación de Gerardo, me ayudaron todavía mucho más. Fueron mis compañeros los que asumieron mis ausencias cuando participaba en las campañas de solidaridad a favor de los Cinco, en los encuentros que se celebraban dentro y fuera de Cuba. Ellos se esforzaban para que el trabajo siguiera adelante, cuidando mi imagen como jefa del departamento de producción. Llegamos a formar un gran equipo.

De gran importancia resultó también el apoyo que recibí del Doctor en Ciencias Jesús Llanes Querejeta, quien era mi jefe en ese tiempo. Profesionalmente aprendí mucho de él, como también de su inteligencia, disciplina y optimismo.

No puedo ocultar que tuve varios momentos de flaqueza, de debilidad. En esa primera etapa de silencio, que a mi juicio fue la más difícil, viví momentos muy duros, tristes y dolorosos. No quiere decir esto que cuando nuestro Gobierno dio a conocer la información de manera pública y oficial, mis estados de ánimo fueran mejores, pero la situación se hizo un poco más soportable. Hubo días, por ejemplo, en que no sabía cómo me iba a levantar y si me levantaba no sabía cómo andar. En público siempre manifestaba una gran fortaleza, pero cuando llegaba a la casa y cerraba la puerta, esas fuerzas me abandonaban y otra vez veía ante mí el cielo unido a la tierra. Toda la coraza que había forjado, que mantenía afuera, desaparecía. En esos momentos se apoderaban de mí la soledad, la nostalgia, la incertidumbre, la añoranza. Sin embargo, rápidamente pensaba: si allá afuera, en las calles cubanas y en no pocas en el mundo, hay miles de personas que no son familia de los Cinco, que probablemente ni siquiera los conocen y están exigiendo su libertad, como yo, que soy la esposa de uno de ellos, voy a flaquear.

Ese pensamiento me obligaba a levantarme, a echar a andar de nuevo. Y así día tras días buscaba recursos a los cuales me aferraba cuando estaba sola. Públicamente no podía, no era justo que yo mostrara el menor indicio de debilidad, cuando había, reitero, un pueblo entero que movido por su patriotismo, humanismo, solidaridad, reclamaba el derecho de sus hijos a estar en su patria. En realidad viví momentos muy, muy difíciles, muy tristes, incluso en algunos eventos internacionales, que se hacían reiterativos y casi nunca veía una luz como indicio de avance. Muchas personas participantes en esos eventos no comprendían que nosotros no contábamos una historia, sino que vivíamos esa historia, que éramos parte de ella.

¿Cómo asumiste las dos cadenas perpetuas impuestas injusta y arbitrariamente a Gerardo?

Supe enseguida la sentencia de Gerardo, porque personas bondadosas presentes en el juicio me la informaron. Creo que por un problema de temperamento, de carácter, o que ya me costaba trabajo que algo me sorprendiera, que pudiera derrumbarme, lo cierto es que el veredicto de la jueza no me alarmó. El juicio se realizó en 2001 y la condena se dio a conocer a fines de ese propio año. Ya yo sabía, por el veredicto de culpabilidad de todos los cargos que se había dado inicialmente, que la sentencia no sería nada benévola y me preparé para una cadena perpetua, aunque nunca para una pena de muerte. Y como siempre tuve en cuenta esa condena, comencé a analizar qué podía pasar después. Sin tenerlo escrito, hice mentalmente una especie de cronograma, o de meta, donde había programado: yo tengo fuerzas para llegar a la sentencia, y después de ella tengo que volverme a crear nuevos asideros. También entre el juicio y la sentencia definitiva conté con un tiempo de seis meses, que me permitieron trazar una estrategia y los pasos que debía seguir.

En ese tiempo, además, transcurrieron algunas cosas: entre los meses de junio y diciembre preparamos un video que enviamos respetuosamente a la jueza. En esa grabación referíamos, desde el punto de vista humanitario, quiénes eran ellos destacando sus valores. En ese período, igualmente, se produjo el ataque terrorista a las Torres Gemelas. Y también se había hecho pública una carta dirigida a los estadounidenses en la que se reconocía que los Cinco nunca habían dañado al pueblo de Estados Unidos. Podían darse dos posibilidades: una, que actos como el sucedido en las Torres Gemelas ellos los trataron de evitar, y dos, que gente como ellos podrían preparar acciones de este tipo. Al final pensamos que la jueza se inclinó hacia la segunda posibilidad por el veredicto tan estricto, duro y arbitrario que emitió. El comportamiento de la jueza me permitió prepararme para el escenario más duro, más complejo. Para mí significaban lo mismo una que dos cadenas perpetuas, porque siempre acordamos que hasta que no saliera el último, continuaríamos nuestras batallas, nuestras campañas.

La condena no fue una sorpresa para mí, no fue impactante como la primera noticia que había recibido relacionada con las actividades de Gerardo. De hecho, no lloré ese día. Ya me había preparado sentimentalmente para soportarla. Tenía pleno conocimiento de que tanto Gerardo como sus compañeros eran inocentes de los cargos que se les imputaron; pero las sentencias no eran para ellos, estaban dirigidas simplemente a castigar al pueblo de Cuba. Quedó demostrado que en cada condena, particularmente la de Gerardo, había un componente más político que legal.  

Sostenida por el propósito de que tenía que llegar al final, adapté mi proceder a la nueva realidad que me tocaba enfrentar. La situación era mucho más compleja y para estar a la altura de ella nuestra lucha tenía que ser política y pública. Ese sería el camino. Recuerdo que un día le dije a mi suegra: no importa que yo tenga 80 años, voy a esperarlo, voy a recibirlo mentalmente saludable. Y eso hice a partir de la sentencia. De ninguna manera y pasara lo que pasara podía flaquear, y comencé a ser más estricta conmigo misma, tenía que exigirme en correspondencia con los nuevos acontecimientos que surgieron después del juicio y creo que fue eso lo que más daño me hizo. Mi estrategia de vida era el día a día preparando un futuro, aun cuando no tenía ni la más remota idea de cuándo iba a llegar. Pero de todos modos hacía cada día cuanto podía. Gerardo siempre me enseñó eso: vive cada día como si fuera el último. Y eso hice, a pesar de que sentía que toda la carga sentimental que llevaba me iba endureciendo. Endurecí tanto que llegué a la última etapa de la campaña terriblemente agotada desde el punto de vista sentimental. A pesar de ese agotamiento, saqué fuerzas para recibir a Gerardo, Ramón y Tony, cuando finalmente llegaron a su patria, el 17 de diciembre de 2014.

A pesar de que el caso de Gerardo era el más difícil y enmarañado de resolver judicialmente, decidiste ser madre. ¿Por qué?

La verdad es que ya yo no tenía concebido tener un hijo. Dentro de la estrategia de vida que me había trazado a partir de 2001, con el arresto de Gerardo y de sus compañeros, y posteriormente sus dos cadenas perpetuas, sin posibilidades de visitas, de encuentros, de la intención reforzada del gobierno de Estados Unidos de mantenerlo separado, deseché totalmente la idea de ser madre, porque a todo ello hay que añadir que de mi parte existía un reloj biológico que había que tener en cuenta.

Ese sueño de ser padres era Gerardo quien más lo sostenía. Entonces por respeto, porque pensé que él realmente lo merecía, cambié de opinión. Aunque en realidad fue más bien un acuerdo mutuo. Él pensaba que para mí como mujer sería muy triste no llegar a ser madre y se sentía responsable de ello. Mientras que por mi parte pensaba en la felicidad que le proporcionaría, en medio de su encierro, el hecho de tener un hijo.

Asimismo, muchos integrantes de la campaña nos instaban a tener un hijo, éramos una pareja joven y por tanto teníamos ese derecho. Varias personas se sensibilizaron con esa idea, en Cuba y en el extranjero. Entre las que más nos apoyaban estaban Vilma y Raúl, creadores de una hermosa familia. También Olguita, la esposa de René, una persona muy sensible y madre. Mientras tanto mi reloj biológico continuaba caminando.

Fue por aquellos días en que Gerardo escribió su carta “A los hijos que están por nacer”. Eso me sensibilizó tanto que decidí someterme a una inseminación in vitro, que en Cuba incluso no se hacía de forma generalizada. Se guardaron mis óvulos para que algún día pudieran ser inseminados. En una conversación con el senador norteamericano Patrick Leahy, de visita en La Habana con su esposa, le mencioné que a Gerardo y a mí nos habían privado de tantos derechos, que ni siquiera un hijo, que es la mayor aspiración de un matrimonio, podíamos tener. Él, sin embargo, era padre de cuatro hijos, además de tener nietos y hasta bisnietos. Al parecer mis palabras le tocaron hondo y se convirtió en una de las personas extranjeras que más respaldo nos dio. Cuando tiempo después me avisaron de que ya todo estaba listo para iniciar el proceso de reproducción asistida, pensé que era una jugarreta, una burla más del gobierno norteamericano. Pero no, ahí está nuestra primera hija, nuestra Gema.

A partir de lo que has vivido, de tus propias experiencias, ¿qué opinas de la mujer cubana?

En ese sentido, lo primero que necesito decir es que me siento tremendamente orgullosa de ser mujer y cubana. Muy, muy orgullosa. En nuestras campañas a favor de los Cinco, realizadas en Cuba y en el extranjero, contamos siempre con el apoyo inmenso precisamente de la organización que agrupa a las mujeres. La Federación de Mujeres Cubanas, mediante su eterna presidenta Vilma Espín, nos abrió las puertas para que pudiéramos proclamar nuestra verdad en cualquier escenario, incluso en los más complejos. En esos eventos y reuniones, a través de las voces nuestras, hablaban las mujeres cubanas.

Considero que la mujer es el eje central de la familia y eso lo hemos logrado por nuestra estirpe. Somos de una voluntad férrea, inquebrantable, valientes y decididas a enfrentar y vencer cualquier obstáculo, de llegar a la meta propuesta. Justo por la constancia y perseverancia que caracteriza a la mujer cubana, logré llegar hasta aquí con todos mis sueños convertidos en una realidad hermosa.

Cuando hablo de la mujer cubana, enseguida me viene a la mente el ejemplo de la recordista mundial Ana Fidelia Quirot, quien fue capaz de sobreponerse a su accidente y volver a competir. De la misma manera pienso en esas científicas, en general en todas esas mujeres del sector de la salud, que permanecen en las zonas de peligro en el enfrentamiento a la COVID. Constantemente arriesgan sus vidas para salvar las de otros. Un rol muy importante desempeñan también las amas de casa, que, como todas las mujeres, con su quehacer diario, con una simple sonrisa, con esa vanidad sana y espontánea, embellecen todo lo que nos rodea.

Primera mujer latinoamericana galardonada con el trofeo Paloma de Plata, otorgado por la Federación Rusa, Adriana Pérez es también acreedora, como las demás esposas de los Cinco Héroes de la República de Cuba, de las medallas 23 de Agosto, Ana Betancourt y Mariana Grajales. Hoy, asegura emocionada, es inmensamente feliz porque “tengo a mi lado a Gerardo y a mis hijos. Pero jamás habría podido llegar a este momento, con el que ni siquiera podía soñar años atrás, si no hubiera tenido el apoyo, el sostén grandioso y desinteresado de cientos de miles de personas, que desde los más apartados rinconcitos de Cuba y del mundo, lucharon, tanto como nosotras, por la liberación y el regreso de los Cinco. A ellos, a los que lamentablemente ya no están, a mi familia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo, mi sincero y eterno agradecimiento”.

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