Yeilén Delgado Calvo (Foto: Yander Zamora) - Granma.- Hace diez años, falleció Eduardo Galeano, un hombre que nos invitó a mirar diferente todo cuanto se da por inamovible.


Para valorar la magia de Galeano, que es decir la de su escritura –¿acaso no somos nuestra palabra? – no hay nada como leerlo. En su libro Memoria del Fuego, del cual un crítico comentó que allí, como Herodoto, se lograba convertir la historia colectiva en oráculo, un texto titulado Alfonsina se sitúa en Buenos Aires, 1935:

«A la mujer que piensa se le secan los ovarios. Nace la mujer para producir leche y lágrimas, no ideas; y no para vivir la vida sino para espiarla desde las ventanas a medio cerrar. Mil veces se lo han explicado y Alfonsina Storni nunca lo creyó. Sus versos más difundidos protestan contra el macho enjaulador.

«(…) Este año, en el verano, supo que tenía cáncer. Desde entonces escribe poemas que hablan del abrazo de la mar y de la casa que la espera allá en el fondo, en la avenida de las madréporas».

Ese era el territorio de Eduardo Germán María Hughes Galeano (Montevideo, 1940-2015), contar la realidad como quien vira al revés una pieza de ropa, para que se le vean las costuras. Y así lograba textos no solo de una belleza pasmosa, sino también denunciadores de un mundo al revés.

El uruguayo y periodista construía con todas las herramientas posibles; mezclaba la crónica, el reporteo, la historia, la literatura, siempre con un celoso apego a las fuentes y la intención inequívoca de interpretar los hechos desde el lado de los seres por siglos oprimidos.

De Las venas abiertas de América Latina, una de sus obras más conocidas, apuntó que la había concebido como un manual de divulgación que hablase de economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas.

Esa originalidad, que convirtió en sello, la vertió en una obra profusa, con títulos leídos y buscados con furor por los lectores, como Días y noches de amor y de guerraEspejos Los hijos de los días.

En esta Isla fue y es un autor amado. En 1964, le preguntaba al Che en una entrevista: «El destino de Cuba está íntimamente entrabado con el destino de la revolución latinoamericana. Cuba no puede ser coagulada dentro de fronteras; funciona como motor de la revolución continental. ¿O no?».

Galeano, el muchacho que intentó suicidarse y al sobrevivir del coma empezó una nueva vida acorde al nuevo nacimiento; el hombre que lloraba por no poderles ahorrar a sus hijos el sufrimiento de la vida; el que estaba consciente de que la existencia es dolor y maravilla; el que debió huir de dictaduras y creía que estamos habitados por la memoria de lo vivido, no se acomodó en la pose de sabio o gurú y desconfiaba del dogma:

«Creo que la duda es muy buena, porque la duda genera certezas más dignas de confianza que las certezas heredadas desde la verdad dogmática. Yo tengo algunas certezas pero que cada mañana desayunan dudas, ¡por suerte!, porque esas dudas que desafían las certezas las alimentan».

No quería ser una cabeza que rodara por los caminos, un intelectual de los que divorcian la cabeza del cuerpo. Era «una persona: una cabeza, un cuerpo, un sexo, una barriga…» y creía en la fusión contradictoria, difícil pero necesaria, entre lo que se siente y lo que se piensa.

América Latina
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