De la inconformidad al descuido

Dilbert Reyes Rodríguez - Granma.- Carecer, sentir que algo le falta, no será nunca para el joven —o por lo menos no debiera— un freno a la voluntad y la acción creadora.


Al contrario, la inconformidad es para la juventud casi un principio existencial, una razón de ser que es en sí misma motivación fundamental de su obra, estímulo desde el cual expresa su talento genuino, espíritu renovador y carácter revolucionario, inherentes por naturaleza a las nuevas generaciones.

Medio siglo cumple una organización que nació como oportunidad de participación, cuya esencia política no menoscaba la plena realización del joven y sus inquietudes. Sin embargo, no siempre se interpreta ni aprovecha bien ese espacio, dando origen a deformaciones, evidentes en un funcionamiento encartonado, esquemático, formal, reproductor autómata de indicaciones superiores.

¿Por qué es regla que sea una reunión mensual el marco propicio para el encuentro juvenil, donde casi siempre el tema más crítico e invariable es el retraso en la cotización?

¿Quién dijo que el acompañamiento verdadero y la conducción política eficaz se reduce a: "con nosotros hoy, como en la ordinaria del mes anterior, el compañero fulano de tal del Partido"?

¿Por qué aún hay quienes insisten en convertir la condición en un argumento coercitivo?: "Recuerda que eres militante, no puedes contradecir ni negarte".

Urge y es vital entender a los jóvenes desde sus preferencias, hablar su lenguaje, imponerles menos y sugerirles más, persuadiéndolos de lo que políticamente es más correcto; pero permitiéndoles proponer cómo hacer las cosas, dejándoles actuar con autonomía, aceptándoles sus iniciativas, incluso, para resolver problemas complejos del centro de estudio o de trabajo.

En tales condiciones surgirá mejor el líder verdadero y no los de probeta, como tantos han demostrado ya. El dirigente juvenil convencerá y conducirá mejor cuando sus oyentes lo tengan como ejemplo por ser, no el orador exquisito, sino el infatigable obrero de la fábrica, el maestro o el médico intachable.

Pero forjar ejemplos pasa por el prisma de la educación, desde la familia hasta la escuela y el entorno social, porque allí encuentra el joven sus primeros paradigmas y el alimento formador de los valores. Ahí es donde importa más el papel de los mayores.

No hay que decirle al muchacho que si atiende a la clase, o imita tales actitudes, estará cultivando el valor del patriotismo, la responsabilidad, o la laboriosidad. La clave es conducirlo a participar, que palpe la utilidad y conozca la virtud practicándola.

Tampoco apreciará bien, ni amará el pasado de la Patria, porque la clase de Historia le enseñe a recitar un rosario de hechos cronológicos o frases de Martí, y en cambio, no le demuestre que la guerra la hicieron hombres de sangre y vida, con virtudes y defectos, negros, blancos, mujeres, jóvenes, niños, y no mitos inalcanzables, que solo servirían para convertir el ejemplo en utopía.

Estas son solo algunas de las carencias que todavía se les debe a los jóvenes, de esas que exigen otro enfoque en detrimento del descuido, y que no pueden encargarse a la improvisación, ni esperar resolverlas nada más con el talento, el espíritu y el carácter naturales de una generación, porque sería como jugar a la suerte con el futuro de la nación y la obra de la Revolución.

Hacer que la organización se parezca más a nosotros

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