Norberto Escalona Rodríguez - Bohemia.- En sus uniformes de guerrilla aún prevalecía el olor a pólvora, en sus oídos el eco de la metralla y en sus corazones un palpitar por el sol de enero. A sus mentes, como un torbellino, llegaban los recuerdos de cómo escalaron la serranía en busca de un sueño, se establecieron en los campamentos rebeldes y pidieron el derecho a combatir con un fusil a la par de los hombres en la línea de fuego, cuando algunos se oponían. Lo lograron con el apoyo de Fidel Castro Ruz y demostraron su valía en los combates.


Con ese caudal de alegría rebosada, las Marianas de la Sierra abordaron la Caravana de la Libertad, el 2 de enero de 1959.

Transcurridos 60 años (2019) de aquel acontecimiento y con el temor de no lograr llevar a un escrito la pasión con que me trasmitieron aquellas vivencias durante el trayecto, escuché sus relatos.

Lilia Rielo, al lado de Fidel, quien le habla al pueblo de Bayamo, enero de 1959. / Cortesía de Lilia Rielo.

A pesar de su avanzada edad, Angelina Antolín Escalona guardaba una memoria asombrosa y refirió: “Después de combatir en Guisa y participar en el sitio a Maffo, nos preparábamos para la batalla por Santiago de Cuba y llegó el esperado triunfo. Desde Palma Soriano escuchamos el vibrante discurso de Fidel en el parque Céspedes de aquella ciudad; qué sano orgullo cuando se refirió a nosotras: ‘Porque está demostrado que no solo pelean los hombres, sino pelean las mujeres también en Cuba, y la mejor prueba es el pelotón Mariana Grajales, que tanto se distinguió en numerosos combates. Y las mujeres son tan excelentes soldados como nuestros mejores soldados hombres’. Estábamos muy atentas al arribo del Comandante para unirnos a su tropa. Llegado el momento, los gritos de júbilo: ‘¡Ahí viene Fidel!’, ‘¡Viva Fidel!’. Qué alegría popular. Las calles estaban engalanadas con banderas por doquier, el bullicio era inmenso y todos querían abrazar a los barbudos, sus libertadores”.

Como si se transportara a los momentos vividos, Lilia Rielo Rodríguez narró con regocijo: “El triunfo nos sorprendió en la zona de Gibara mientras combatíamos formando parte de la tropa del entonces capitán Eddy Suñol, integrando el Cuarto Frente.Isabel mi hermana, Teté Puebla y yo nos incorporamos a la Caravana en Bayamo. Estábamos cerca de Fidel mientras le hablaba a una nutrida concentración y nos dijo: ‘Échense para acá y así aparecen en las fotos’. Es cuando salgo en una de las imágenes que se tomaron.

“Fue tan inolvidable la Caravana que para mí no parecieron ocho días sino meses; cada jornada se vivía de una manera muy intensa por los cálidos recibimientos interminables en cada pueblo por pequeño que fuera. Nos llevaban todo tipo de alimentos, pero no debíamos aceptarlos. No sé de dónde sacaban tantas flores para llenar todos los lugares”.

“Lo más emocionante que he recibido en mi vida fue la llegada a Bayamo, –continúa Angelina–. Parece que nadie se quedó en sus casas, era como un sueño. Nos tomaban por los brazos, nos besaban. Me encontré con varios compañeros que conocía y que pelearon en otros frentes guerrilleros. También saludé a vecinos del barrio donde yo vivía en las Minas de Bueycito. Me dio hasta por llorar”.

Teté Puebla, segunda jefa del pelotón Mariana Grajales, durante el avance de la Caravana, enero de 1959. / Cortesía de Teté Puebla.

Para Angelina había reservada una grata sorpresa en la ciudad de Camagüey: “Mi esposo Miguel Ángel Espinosa combatió en el Tercer Frente y no lo veía desde que partió con Juan Almeida Bosque para aquel territorio, –pensé que no viajaba en la Caravana–. Un combatiente conocido de aquel Frente me dijo: ‘¡Tú aquí! Se lo voy a decir a Miky’ –así le decían a mi esposo– que viene con nosotros’. Le comenté: ‘Déjate de estar jugando…’. De momento apareció Espinosa. ¡Se produjo el esperado encuentro! Él con su barba y su melena de rebelde. Fue un abrazo también por la alegría del triunfo y porque ambos sanos y salvos nos íbamos a encontrar por fin con nuestros tres hijos.

“Recuerdo una anécdota de allá de la Sierra: En una oportunidad alguien iba para el Tercer Frente, y Celia me recomendó que le hiciera una cartica a mi marido diciéndole que yo estaba en la tropa, que estaba peleando. Una carta normal, lo que yo quisiera decirle. Ella le envió el escrito pero se lo entregaron a otro rebelde que también se llamaba Miguel Ángel Espinosa y estaba en el Tercer Frente, quien llegó a ser piloto y murió en el avión de Barbados. Un día este otro Espinosa le dijo a Celia: ‘Tengo algo para usted. Esta es la cartica que usted me mandó pero yo no tengo ninguna mujer’. Eso fue allá en la Comandancia de La Plata, Celia me mandó a buscar, tremenda risa por aquella confusión”.

Ada Bella Acosta Pompa combatió en Guisa y le arrebató a un soldado el primer fusil que se capturó en aquella batalla. También despliega sus recuerdos: “Si digo que en Ciego de Ávila el recibimiento fue menor que en otros lugares es mentira, fue desbordante. Nos llevaron a las tiendas. Querían darnos ropas, zapatos, perfumes, prendas, de todo. Claro, no aceptamos nada. En dicha ciudad dejamos nuestros recuerdos: collares, semillas de Santa Juana, autógrafos, hasta algún proyectil nos pedían…”.

La Habana engalanada

“Yo conocía a La Habana, pero nunca vi una Habana tan bella y abigarradamente llena de personas –continúa Lilia Rielo–. Fue La Habana vestida de gala, humildes y no humildes se encontraban en las calles. Nos transportábamos en dos tanquetas detrás del carro de Fidel. La gente se acercaba y gritaba: “Oye, ¿en qué tanque viene Mariana? Parece que creían que porque nos llamaban Marianas había una nombrada así y la querían ver. Un hombre se detuvo y dijo: ‘Miren bien, estas son las mujeres más lindas de Cuba’. Lo miré y pensé: ‘Caramba, nosotras las más lindas, tan sucias y tan cansadas.’”

Llegaron más asombros para Angelina en aquel emblemático recorrido: “Se acercó un hombre corriendo y se pegó a la tanqueta, trataba de saludarme, extendió una mano y sin querer se colgó de una de mis botas. Allá se quedó parado, en medio de la calle, con la bota en las manos y yo dándole gritos y él corriendo detrás y no podía alcanzarme, hasta que la tiró y uno de los compañeros que venía detrás me la alcanzó.

“Cuando pasamos por el Cotorro, alguien me lanzó un girasol y se me enganchó en el pecho y con él entré a La Habana. Así aparezco en una foto; caían sobre nosotras todo tipo de flores. Lo de La Habana fue apoteósico. La gente quería tocarnos para ver si éramos de verdad”.

Entre otras misiones Orosia Soto combatió en Maffo: “En varias ocasiones vimos a Fidel que bajaba y hablaba con el pueblo. Nos daba miedo que le pasara algo, porque se le tiraban arriba y uno no sabía dónde podía surgir un enemigo porque quedaban muchos sueltos por ahí, pero Fidel es así, se metía entre la gente cuando llegábamos a algún lugar.

“Para entrar del Malecón al Palacio Presidencial era una masa compacta, no sé de dónde sacaban el espacio para que el Comandante en Jefe pasara. Después subimos por la calle 23 en marcha lenta por la tanta aglomeración. Frente a Radio Centro, como se llamaba entonces el hoy Instituto Cubano de Radio y Televisión, el Comandante conversó con algunos artistas. Seguimos hasta el campamento militar de Columbia, en la concentración aquella donde las palomas eligieron a Fidel para posarse en sus hombros. Aquel instinto fue un símbolo para los presentes, lo vieron como un mensaje de lo que representa Fidel”.

Desde la izquierda: Teté Puebla, Eloísa Ballester y Lilia Rielo durante la entrada a La Habana, 8 de enero de 1959. / Cortesía de Lilia Rielo.

Las Marianas sienten el orgullo de ser también protagonistas de aquel acontecimiento al que Fidel catalogó como “un baño de multitudes, un baño de pueblo”.Sobre la llegada de la Caravana aquel 8 de enero a La Habana, el Comandante de la Revolución, Juan Almeida Bosque, describió en uno de sus libros:

“No hay mástil de bandera que no tenga los colores de la patria. Todo vestido de nuevo, la multitud y los sentimientos. Las Marianas, que tomaron el nombre de la insigne madre de los Maceo, defensoras de la libertad con el fusil, son saludadas con amor, ternura y admiración. Oímos las sirenas y el pitar de los barcos, y por los altoparlantes la voz de un locutor enardecido exclamando: ‘¡Ahí viene! ¡Ya se acerca!’. Y los gritos de: ‘¡Viva! ¡Viva Fidel! ¡Viva la Revolución!’”.

El fragmento de un poema de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, también rinde homenaje a las insignes guerrilleras: Pasan las Marianas sin otras coronas/ que sus sacrificios: cubanas marciales,/ gardenias que un día se hicieron leonas/ al beso de doña Mariana Grajales.

Las guerreras de la Sierra estuvieron atentas a las palabras de Fidel aquel 8 de enero cargadas de frases proféticas: “Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.

Las osadas guerrilleras siguieron su marcha por los senderos de la patria, alistando el corazón con trazos de verde olivo en cada nueva misión asignada.

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