A juicio de la socióloga Laura Llanes Gómez, en las parejas de jóvenes y adolescentes se constatan situaciones de violencia marcadas esencialmente por el control

Dixie Edith - Red Semlac / Foto: Cortesía de la entrevistada.- Mitos como que “el amor todo lo puede”, la búsqueda de la “media naranja” o que “los celos son una prueba de amor” aún forman parte del imaginario cotidiano de jóvenes y adolescentes porque, a juicio de la socióloga Laura Llanes Gómez, las relaciones de pareja en estas edades “son un reflejo de la sociedad cubana, de lo que se vive en los hogares, en los barrios, de lo que piensan las amistades”.


Investigadora del Centro de Estudios Psicológicos y Sociológicos (CIPS) y parte de su Grupo de Estudios sobre Juventudes, esta joven profesional ha constatado la presencia de disímiles manifestaciones de violencia en el noviazgo, sobre todo en las edades más jóvenes.

 ¿Cómo se manifiestan, fundamentalmente? ¿Por qué ocurren?

Primero es importante aclarar que la violencia no se reduce solamente a golpes y maltrato físico, sino que en muchas ocasiones tiende a ocurrir de manera sutil, con palabras o acciones que no requieren de ningún contacto físico.

Al interior de las parejas, en la adolescencia y la juventud, se observan violencias de todo tipo. Esto es algo que hemos podido comprobar desde el Grupo de Estudios sobre Juventudes, sobre todo a partir de una investigación que realizamos en 2019 titulada “Imaginarios sociales juveniles acerca de la violencia contra las mujeres”, que indagó acerca de las relaciones y los noviazgos en adolescentes y jóvenes. A partir de sus resultados, pudimos constatar situaciones de violencia marcadas esencialmente por el control.

Estamos hablando de llamadas constantes –sobre todo por parte de los varones- para saber dónde y con quién se encuentra su pareja; revisarles constantemente el celular o las redes sociales, tomar decisiones sobre la ropa que suelen vestir para salir y, en ocasiones, hasta limitar el contacto con familiares o amistades.

Igualmente, encontramos formas de violencia sexual, especialmente contra las mujeres: se tiende a culpabilizarlas si no desean tener relaciones sexuales en determinado momento, cuestionando el cariño hacia el hombre. Pero también detectamos agresiones verbales en cuanto a sus cuerpos, su desempeño sexual y otras como no respetar su decisión en cuanto a la reproducción y al empleo o no de métodos anticonceptivos.

Básicamente, se pueden agrupar en formas diversas de violencia psicológica, verbal y sexual. Muchas veces todas se encuentran entremezcladas entre sí y la física llega a ser el colofón del maltrato.

¿Son conscientes muchachas y muchachos de su existencia? ¿Las pueden identificar?

Estos comportamientos son una reproducción de patrones aprendidos desde el hogar, el barrio, los grupos de amigos. Tienen un marcado carácter machista y se van a insertar en estructuras patriarcales que tienden a preservar las desigualdades de género.

Las campañas de concientización, las investigaciones, la participación de las mujeres en diferentes espacios han logrado desmontar algunos mitos, tabúes y preconcepciones existentes acerca de las relaciones entre hombres y mujeres. Esto implica que la violencia física, así como algunas otras manifestaciones de esta naturaleza, sean socialmente rechazadas en la actualidad. Sin embargo, las más sutiles se siguen reproduciendo y tienden a ser justificadas. A mi modo de ver, estas son las más preocupantes.

La sociedad ha naturalizado estos comportamientos hasta tal punto que se idealizan: si tu pareja no te cela, no te impide hablar con otros, no te revisa el celular, no te llama constantemente para saber dónde o con quién estás, significa que no te quiere lo suficiente. Por otro lado, si la mujer de la pareja no complace sexualmente al hombre, siempre que este lo desee, entonces se justifica la infidelidad porque, como se suele decir, “él tiene que salir a buscar fuera lo que no encuentra en la casa”. Pero, en contraste, es imperdonable que la mujer sea quien cometa la infidelidad.

Son creencias que se asumen como normales, lo mismo que los insultos u ofensas ante una discusión o un desacuerdo. Y esta es la parte más preocupante, porque muchos jóvenes y adolescentes no logran interiorizar que todas esas son formas de violencia, comportamientos no adecuados en las relaciones de noviazgo.

¿Cuáles identifican desde sus estudios cómo las principales estrategias para prevenir esta problemática?

La principal estrategia preventiva es el diálogo. Es fundamental conversar, enseñarles a desmontar mitos arraigados y que se han transmitido históricamente entre generaciones. Aquí juegan un papel importante la familia, la escuela, los medios de comunicación y las redes sociales. Y, sobre todo, el ejemplo que se pueda brindar desde la enseñanza.

En Cuba contamos actualmente con campañas y proyectos sociales que se enfocan en la educación de adolescentes y jóvenes en temas relevantes, como la protección sexual, la violencia de género, la violencia entre pares. Estoy pensando en campañas como Evoluciona, Eres Más, Mídete, que actúan en todo el país y se dedican a transformar las desigualdades entre hombres y mujeres, algo que puede ser fundamental para una transformación social.

También es muy importante el apoyo de los centros de investigación social. La producción científica es la base para implementar leyes, decretos; para el desarrollo de proyectos o campañas de transformación. El conocimiento que se puede obtener de las poblaciones, de los contextos en los que estas poblaciones se desarrollan, de qué campañas pueden resultar más efectivas, en qué espacios trabajar para concientizar o transformar la realidad es fundamental.

No es lo mismo intentar transformar la realidad de La Habana que en el oriente del país. Se necesitan estrategias, campañas diferentes, porque las condiciones son diferentes en cada uno de esos espacios y porque esos contextos, a su vez, condicionan el comportamiento de los individuos que los habitan.

Aquí entra nuestro trabajo, que es una forma de aportar un granito de arena a ese proceso complejo que es la transformación social. Para ello se requiere, también, de la interacción y el vínculo con otras instituciones.

A la par, las instituciones gubernamentales son imprescindibles para este empeño. Actualmente se está desarrollando el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres, que pretende integrar a todos los organismos y centra la atención en los desafíos actuales y futuros que podamos tener y cómo podemos sistematizarlos, darles un seguimiento y, sobre todo, transformarlos.

¿Dónde estarían las principales brechas para conseguirlo?

Creo que la principal es la desinformación. Las personas más jóvenes tienen que estar informadas, porque mientras más conozcan acerca de la violencia, de cómo puede manifestarse y de los distintos tipos que existen, serán más capaces de reconocerla y reaccionar ante ella.

Por eso las campañas que se realicen tienen que llegar a todos los espacios y resultar atractivas para el público juvenil. Es importante ayudar también a que puedan identificar dónde buscar ayuda profesional. En los estudios hemos encontrado que la principal institución, la primera que les viene a la mente e identifican para acercarse a pedir ayuda es la policía. Pero, en sus imaginarios, ir a la policía significa que ya hay una violencia física.

Es necesario mostrarles que existen otros centros de ayuda especializada que pueden brindar orientación; salidas para problemáticas que aún no son el maltrato físico, pero también son formas de violencia.

Es un deber de todos concientizar a adolescentes y jóvenes y desnaturalizar todas esas violencias, para lograr una sociedad futura con menos desigualdades, con más equidad, donde las relaciones de pareja sean entornos seguros, saludables y un lugar para ser felices.

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