Sandra Álvarez - Blog "Negra cubana tenía que ser" / Cubainformación.- Continuando con el tema del debate racial en Cuba, ahora se suma el texto del reconocido ensayista y poeta Victor Fowler, quien disecciona el procedimiento que dio lugar al ¨escandalo Zurbano¨,  o sea la manera en que algunos otros intelectuales respondieron al publicado el 23 de marzo pasado en el New York Times. En el presente artículo Fowler trasciende el tema racial para realizar el análisis de los modos de hacer y desvirtuar el discurso del otro en la faena periodística, lo cual nos remite a los aspectos éticos de las prácticas comunicativas.

 


Como Victor es también un poeta culmina su intervención con una lírica, de la cual tomo el siguiente verso: Por eso soy  más que cualquier amargura que pueda filtrarse: tremenda alegría, tremendo trono.

Por eso cuanto hoy rodea es mío y lucho para que lo sea.

 DERIVAS CON (por, y desde) ZURBANO: dolor, alegría   y resistencia 

Por Victor Fowler Cazlada

I

(el procedimiento)

La actividad interesada de un titulista del New York Times (no importa si un vulgar malandrín con deseos de vender más ejemplares, un guardián de la doctrina que introduce en el texto ajeno su ideología personal o un alma solidaria con ese amplio sector al que se le llama los negros cubanos) ha provocado escándalo en aquella zona de la intelectualidad cubana que, de manera habitual, se dedica a los estudios sobre racialidad. La falta de ética que significa cambiar el sentido absoluto de una oración para convertirla en su contrario, no sólo ha rebajado al nivel del suelo el prestigio del mítico periódico, sino que expone el vientre de este tipo de periodismo: un simple libelo con dinero que presentó una tardía excusa formal por el procedimiento únicamente después de la democión de Zurbano de su antiguo puesto como director de la editorial de la Casa de las Américas.

En Cuba, del lado opuesto de la ecuación y como en un alucinante juego de espejos, las cosas tampoco han ido mucho mejor; primero porque ante la publicación de un texto cuyo título fue considerado ofensivo (“Para los negros cubanos la Revolución aún no ha comenzado”) a nadie se le ocurrió cumplir con el más elemental principio periodístico que enseña a comprobar la noticia. Dicho de otro modo, a la violación de toda ética por parte del titulista del New York Times (quien falsificó el título (“Para los negros cubanos la Revolución aún no ha terminado”), la publicación cubana La Jiribilla responde con una nueva violación de la ética profesional al organizar o dar cabida a una batería de respuestas discursivas (artículos de 8 intelectuales cubanos) sin tan siquiera asegurarse de que la acusación respondía a motivos verdaderos.

Desde este punto de vista duele tanto como horroriza pensar que (puesto que es algo que pudiera suceder a cualquiera) que hubiese bastado un telefonazo a Roberto Zurbano, autor del texto y –para colmo- colaborador de La Jiribilla misma, para matizar las respuestas. No sólo la publicación no consultó a Zurbano si era cierto o no lo aparecido en el periódico neoyorkino (en particular, el agresivo título), sino que tampoco lo hicieron los que escribieron en su contra, varios de ellos sus compañeros en la lucha contra el racismo en la Cuba de hoy.

Puesto que, según lo anterior, esta historia comienza con la falsificación de una noticia (la del título) y termina con la ocultación de otra (la de la nota), las cosas suceden de modo que los contrarios se complementan para dañar la profesión del periodismo con resultados particularmente destructivos: ambos órganos de prensa actúan como libelos baratos que implícitamente proponer que mentir, en pos de un objetivo ideológico, es una actitud correcta. Además de ello, para que la vergüenza sea todavía mayor, al pasar –en el plazo de horas- de compañeros de lucha de Zurbano a críticos acerbos (e incluso ofensivos) sin que haya mediado la más pequeña comunicación entre ellos (vuelvo a pensar en lo sencillo que hubiese sido rebajar la beligerancia con sólo preguntar a Zurbano si el título era realmente de él), los intelectuales que con tanta presteza le criticaron (en un desagradable bloque rápido) prácticamente han reducido a cero la credibilidad de esa misma lucha antirracista que, con manos en el fuego, juran defender porque no se puede ser un líder ético y no ético a la misma vez.

Zurbano asegura haber escrito (y enviado) la nota donde explica lo sucedido con el título de su artículo el día 26 de marzo; en mi caso, recibí la nota aclaratoria el domingo 31 de marzo a las 11:32am. La secuencia de eventos parece haber sido como sigue: domingo 24 de marzo, puesta on-line del artículo original; martes 26 de marzo, circulación de la nota donde Zurbano explica que el título del artículo ha sido cambiado; jueves 28 de marzo, la nota aclaratoria de Zurbano es publicada en el blog “Afromodernidades”, del escritor cardenense Alberto Abreu; sábado 30 de marzo, actualización del número 620 de “La Jiribilla” con 11 trabajos críticos al texto de Zurbano – ni la publicación ni los autores de los trabajos mencionan la existencia de la nota del día 26 y tampoco lo hacen hasta el presente.

II

(el texto)

¿Qué leer en las 1, 200 palabras de las que dispuso Zurbano para escribir el artículo de marras publicado por el New York Times? Aparecido el 23 de marzo de 2013 -en la página de opinión de la edición electrónica del diario- lo primero que debemos de hacer con el el texto For Blacks in Cuba, the Revolution Hasn’t Begun es cambiar su título por For Blacks in Cuba, the Revolution Hasn’t Ended. No hay que ser especialmente brillante para distinguir las intenciones –en verdad no tan contrapuestas como pudiera parecer, sino calculadamente divergentes- entre ambos posicionamientos. Para el titulista (que defiende la idea de que la Revolución aún no ha comenzado) la suma de injusticias que en Cuba deberán de conocer los individuos de raza negra es tal que es necesario que la Revolución comience; es decir, que haya una (Revolución) donde resulta que esta existe ya. Del lado opuesto, la propuesta de Zurbano sobre la cuestión racial cubana incluye una profunda crítica a la sociedad cubana del presente, pero (y aquí viene la distinción fundamental) emitida desde tal posición de “aceptación crítica” que la Revolución no solo no debe de comenzar, sino que más bien tendría que ir mucho más lejos que el punto donde se encuentra –respecto a la cuestión de razas- en su momento actual.

Además de otras posibilidades que se pueda considerar, semejante “ir más lejos” es identificado en el texto de Zurbano con un “movimiento antirracista” que “haya crecido tanto desde el punto de vista logístico como legal”; desde tal ángulo, vale la pena señalar que la continuidad del proyecto revolucionario no queda depositada en la repetición del liderazgo carismático (como corresponde a la figura de Fidel) ni en discurso ideológico alguno (ni siquiera en la virtud de los documentos partidistas), sino en la combinación de la cantidad utópica de que es portador el discurso ideológico en su fusión con la voluntad popular, instancias ambas objetivadas en la Ley. Puesto que no hay oposición a (negación a que siga durando) la Revolución en las palabras de Zurbano, entonces la tarea futura queda perfilada en la lucha por completar y obligar a que dicha Revolución (construcción colectiva por esencia) desarrolle su futuro respecto a la cuestión de razas, pero a condición de que ello ocurra bajo  la vigilancia de esa suerte de “ley sensible” aún por construir.

Lo interesante de la propuesta es el alcance universal del principio metodológico que la sustenta y que igual vale para defender puntos de vista de protección de los derechos de la mujer ante cualquier forma de violencia o discriminación, de los niños, de los homosexuales, creyentes religiosos, etc. Lo espinoso, la manera tan simple en la cual descubre el verdadero peligro de la transición cubana, esa que R. Castro localiza en el 2018; a saber, que el relevo de poder se produzca sin que los nuevos líderes se puedan beneficiar de la enorme carga simbólica favorable que proviene de haber fundado una Revolución, sin que posean el carisma personal de las personalidades distinguibles en su época como líderes de categoría mundial y sin que tampoco –para repartir justicia o reparar violaciones de ésta- les sirva de apoyo un sistema legal desarrollado. Por tal motivo, y antes de que tal punto cataclísmico sea posible, cualquier demanda de fortalecimiento del aparato legal con el cual la Revolución cubana cuide de sus sujetos desfavorecidos, es un modo de contribuir a la permanencia de la Revolución como tal (incluso a su salvación frente al peligro más grande que, si no se le atiende, le esperará).

En atención a lo anterior el presente texto quiere ser una compañía al lado del original escrito por Zurbano, pero también se vale de él como un simple punto de partida para desarrollar argumentos que en sólo 1, 200 palabras están ocultos; de este modo la debilidad mayor es resaltar e insistir en algo que tal vez no tenga –para el articulista original- la misma significación  que para mí, pero en ese caso lo que finalmente interesa (y que nos supera a todos) es lo que pensamos acerca de la necesidad (o no) de un permanente debate sobre la cuestión racial en esta Cuba de ahora.

III

(las valoraciones críticas)

 

Al parecer, quizás sea una cuestión de retórica, la indignación precisa de una suerte de espacio “emocional” donde extender sus argumentos, una zona donde se introduce el discurso mediante el lamento ante el acontecimiento que provoca a escribir y –casi de inmediato- un elogio de la gloria que el texto criticado (de esto se trata) intentaría negar, arrebatar. En periodismo ningún otro elemento suele causar tanta incomodidad como el título de un trabajo, que –por norma general- nos guía hasta la manera con la cual el escritor se va a referir a su objeto: con reverencia, con desprecio, burlándose, queriendo ser objetivo, etc. Puesto que este principio fue cumplido al pie de la letra e igual fue violado el inmediato que le sucede: “verifica la información que posees”, el resultado es una hecatombe ya que la mayor parte de las respuestas no abordan las ideas de Zurbano, sino que derivan alrededor de un título que sabemos cambiado. A la misma vez, once respuestas a Zurbano (varios de sus autores son actores de primer nivel en el escenario de las luchas contra la discriminación racial en Cuba), tal y como leemos en la versión digital del semanario electrónico cubano La Jiribilla (La Jiribilla No. 621, 30 de marzo al 5 de abril de 2013), abren una paradójica segunda puerta a los estudios acerca de la cuestión de la racialidad en Cuba. En momentos como este, y “enganchadas” al malentendido, las ideas quedan girando, por un mínimo instante, encima del vacío y es entonces cuando –como si ewl tiempo quedara detenido- más fácil es leer los engranajes de la retórica y la debilidad de un supuesto argumento. Allí la maquinaria (del pensamiento) pende ante nuestros ojos: está desnuda.

Al precisar la existencia de una segunda puerta me refiero a la manera en la que un texto –que resueltamente se anuncia a sí mismo como enfilado, de modo visceral, en contra del racismo- reproduce con sorpresiva exactitud aquello mismo que jura negar; junto con ello, el modo en el cual –con tal de defender e imponer su argumento- los textos niegan el nivel actual de las ciencias sociales cubanas e ignoran sus resultados. Dicho de otro modo, abandonan la ciencia para llenarse de superchería seudo-ideológica y para hablar de ello centraré la atención en las más sustanciosas de las 11 respuestas a Zurbano: The New York Times y los negros en Cuba,  de Heriberto Feraudy; La Revolución contra el racismo, de Y. P. Fernández; Para los negros, la Revolución no ha terminado, ni para nadie de este lado, de Ernesto Pérez Castillo y Una opinión, de Guillermo Rodríguez Rivera.

1. Varios de los textos (Feraudy, Fernández, Nimtz) consideran que Zurbano miente cuando afirma que no hay en Cuba un debate sobre el racismo y ponen como ejemplo una serie de actividades académicas que han tenido lugar en los últimos años. A este respecto es justo agradecer la existencia del nuevo circuito de discusión donde antes había casi nada, pero también recordar que reducir el debate sobre cualquier tema de alcance nacional a lo que ocurre dentro de una pequeña parte del ámbito académico, secuestra la posibilidad de debate público en lugar de potenciarla. Hay que insistir en que el debate académico a ningún nivel (incluso la publicación de un libro), ni el mejor sistema de conmemoraciones posible, ni la realización de esta o aquella reunión sustituyen al debate público en su capacidad de estremecimiento y penetración en las conciencias. El debate público es la suma de todas las tribunas de opinión que el país puede ofrecer a sus ciudadanos; o sea, que no es cuestión de calificar como experto, sino de exponer la voz como ciudadano.

2. Varios de los textos (Rodríguez Rivera, Y. P. Fernández, Pérez Castillo) insisten en convencernos de que todos por igual hemos sentido la desaparición del campo socialista, así como las subsiguientes crisis y reajustes económicos; de esta manera desestiman la lógica severa que subyace en el pensamiento de Zurbano: sólo los poseedores de un patrimonio construido en condiciones de ser remozado, situado en zonas céntricas según los intereses del turismo y con el capital necesario para la transformación han estado (y estarán) listos para incorporarse al grupo de actores de la nueva economía de alquileres y “paladares” (a todas luces la fuente inicial del cambio). En este grupo, exactamente por la terrible diferencia histórica entre clases medias o altas muy mayormente blancas y amplios sectores populares y/o pobres (en sus diversas escalas) mayormente negros, es que pueden emerger como los motores de esta nueva economía aquellos que heredaron lo mejor del patrimonio construido en el período pre-revolucionario: gente, en muchos casos, emparentada con los antiguos dueños.

3. Del mismo modo, el envío de remesas desde el exterior va a parar a manos de familiares de emigrados, pero como más del 80% de la emigración cubana es de raza blanca es de suponer que igual lo sean sus familiares acá. La suma de tres grupos, el de los receptores de remesas, el de los actores de la nueva economía del sector no-estatal y el de los trabajadores de empresa mixta o el turismo (más sus familias cercanas) a todas luces deben de sumar un tramo mucho mayor que el estrecho “0.1%” con el que Rodríguez Rivera quiere ridiculizar a Zurbano. Tanto aquí como en el tópico anterior hay una abundante bibliografía que los autores debieron de consultar.

En este punto la pregunta hay que hacerla de otro modo, más bien volverla de revés cuando se averigüe –dentro de una estructura económica en rápida transformación cuáles son los sectores que visiblemente no están teniendo (o definitivamente no van a tener) movilidad social y cuáles proyectos específicos han sido diseñados para ellos. Sin esto, y por mucho que nos duela, la diferencia histórica impone, una vez más, su peso y su marca.

4. Tenemos que aprender a hablar de la particular pobreza cubana, que nos duele también; con una enorme cantidad de protecciones por parte del Estado, con los ejemplos de improductividad o carencias a que nos condena la mentalidad subdesarrollada, en la extraña contradicción que deriva de la coexistencia de una elevada cultura general promedio en la población (toda una victoria de la Revolución), las penurias de la vida cotidiana (clásico “punto crítico” que no consigue ser superado en la Revolución) y la multiplicación de todo tipo de uso y consumo de productos de alta tecnología (desde el celular a al satélite). Es decir, un país de contradicciones que suelen ser poco menos que inexplicables –a la misma vez- culto, pobre, atrasado y moderno acerca del cual es muy complejo hablar, donde las protecciones del Estado hacia sus ciudadanos hacen que los 20 CUC de salario promedio nacional representen un real mucho más elevado, pero también es cierto que es difícil encontrar otro lugar del mundo donde los profesionales de primer nivel se vistan con ropa adquiridas en tiendas de segunda mano.

Dicho de otra forma, cuando separamos la indignación por los 20 CUC (que supuestamente son el salario medio nacional) del agregado que encima de la cifra colocan los ofendidos (gastos en educación gratuita, salud pública gratuita y vivienda subvencionada, entre otras protecciones ofrecidas por el Estado –que lo mismo incluyen comedores para ancianos a precios subvencionados que el control sobre los precios del transporte y la telefonía pública, por ejemplo), ¿qué nos queda? ¿cuál es el verdadero salario promedio cubano y, sobre todo, para qué nos sirve? ¿cuál es la cantidad promedio para sobrevivir y cuál la de ser divertido? ¿dónde están los niveles de adelanto y dónde los de atraso?

Llamo la atención sobre ello para que los indicadores sirvan para entendernos y no sólo para (supuestamente) descalificar contrarios, para entender nuestra pobreza y no sólo para enmascararla.

5. Para ofrecer una descripción de las problemáticas pertinentes al tratamiento del racismo en su variante cubana escribe Pérez Castillo, en el artículo muy combativamente titulado Para los negros, la Revolución no ha terminado, ni para nadie de este lado, el siguiente párrafo en apariencia perfecto:

“Si bien de pronto los negros tenían derecho a asistir a las mismas escuelas que los blancos, a acceder a los mismos empleos que los blancos, a compartir las mismas playas y el mismo sol sobre la arena que los blancos, lo grave, lo que nunca se les concedió de jure, para decirlo mal y rápido, fue el derecho a seguir cantando sus canciones, a seguir bailando sus pasiones, y a seguir orándole a sus divinidades. O sea, lo que nunca se debatió ni se planteó sobre el papel, en blanco y negro, fue el derecho de los negros a ser negros.”

Pese al esfuerzo por demostrar solidaridad el fragmento es una monumental muestra de incomprensión del argumento que se intenta defender y contiene tres planteos horriblemente racistas. Lo primero a decir es que el párrafo opera sobre la idea de que hay un grupo subalterno (los negros) al cual un agente externo (innominado) tiene el derecho de permitirles que sigan “cantando sus canciones”, “bailando sus pasiones” y “orándole a sus divinidades”. En el contexto del párrafo dicho agente externo (al cual, por demás, los negros pasivamente parecer aceptar como gran juez), de estatura cuasi-divinal, no pueden sino ser el grupo de “los blancos” decidiendo destinos gracias al abanico de posibilidades sobre el otro que abre el detentar el poder político. Lo más increíble del aserto es que, de manera implícita, Pérez Castillo ha dicho lo que ni siquiera el Times abiertamente escribió: que el poder político ha sido consistentemente blanco.

Además de ello, en una segunda muestra de racismo, el articulista ha construido –para ese grupo del cual se distancia- un catálogo de supuestos signos de identificación y pertenencia; según él esos, “los negros”, tienen “sus canciones”, “sus pasiones”, “sus dioses” y probablemente “sus bailes”. Pero ser negro es mucho más, incluso, que todo lo anterior, por tal motivo –desde el punto de vista del autor- ¿sería posible saber que significa la frase “el derecho de los negros a ser negros”? La simplificación aquí va acompañada de una visión exotizadora incapaz de manejar, dentro del conjunto, a aquellos negros que no tienen dioses, no bailan, ni cantan ni comparten secretas pasiones; es decir, un negro cuyo afrocentrismo esté fundado en otra cosa que la religión. A estas alturas del siglo XXI, además de Gobineau y Lombroso, ¿puede alguien explicarme cuáles son esas pasiones secretas que, al parecer, debo de tener como negro y que lamentablemente ignoro?

6. Confieso que algo se me escapa y mi sentido del humor se contrae cuando la condición racial de individuos negros sirve para provocar sonrisas; en esta ocasión porque es de suponer que haya algún chiste oculto trás de la sorna en el siguiente fragmento de Pérez Castillo:

“Zurbano es un negro muy pero que muy bien empoderado —le bastan le bastan unos pocos, para no decir pobres, ridículos ejemplos: los negros tienen las peores casas y por tanto no podrán hospedar a nadie ni aspirar a crear en ellas cafeterías ni restaurantes.”

Puesto que no veo la gracia, imagino que Pérez Castillo no esté intentando sugerir que lo recién dicho es falso; o sea, ¿qué tienen las mejores casas, con la ventaja que ello representa? Claro, ahora entiendo el chiste (pero me gustaría escuchárselo contar en el barrio donde vivo, avecindado con Carraguao, el Pilar, Atarés y el Canal del Cerro). A lo mejor esos que viven en las casas malas también se ríen.

7. Además de valer como otra encantadora muestra de racismo involuntario, el siguiente fragmento de Rodríguez Rivera coloca el dedo encima de una llaga sensible:

“Para Zurbano, como ocurre en la cultura norteamericana, lo no puramente blanco es negro. Pero llamar negro a un mulato únicamente apresa una porción de su identidad. Zurbano reclama lo que llama un “conteo preciso de los afrocubanos”, pero esa precisión quedaría vulnerada al “contar” como negros a los mulatos, en los que la ascendencia española coexiste con la africana.”

Llaga y racismo involuntario se explican cuando recordamos que la distinción entre blancos, mulatos y negros (en especial entre los dos últimos, los subalternos) no tiene más contenido que aquel que le asigna la dominación. Olvidar que para los mulatos que cortaban caña en condiciones de esclavitud no había otra “porción de identidad” que reclamar sino esa, es algo que no puede sino mover a risa. Pasar por alto que la división cubana entre negros, mulatos y blancos es algo que debe de ser aceptado (en cuanto a que representa la auto-percepción de los individuos y aquellos grupos dentro de los cuales creen moverse) a la vez misma que criticado como efecto de la dominación (en tanto aliena y establece un supuesto estamento intermedio que difumina la contradicción fundamental entre negros y blancos como reflejo –más o menos especular- respecto a la contradicción básica entre desposeedores y desposeídos).

IV

(los negros)

Esos a quienes Pérez Castillo denomina “los negros” (y que parecen ser los menos empoderados del conjunto posible de todos los afro-descendientes cubanos) no sólo son la Revolución, sino que la llevan sobre sus hombros. Y la llevan a tal punto que la subsistencia del proceso, en última instancia, depende de su relación con ellos, puesto que se trata del más preterido de los sectores a quienes hizo la promesa de emancipar; dicho de otro modo, con independencia de si los líderes son violetas y azules, si esta relación se alienara entonces la Revolución quedaría vaciada de sentido. Por eso, dentro del nuevo Estado, ningún asunto merece la importancia de éste, ni es tan conflictivo, ni puede –potencialmente- llevar a tantas divisiones; pero, a la misma vez, ninguno precisa tanto de una crítica y vigilancias permanentes, incansables, incluso desesperadas.

Ser negro es haber aceptado esto y firmado con la Revolución un pacto no escrito, al menos en aquellos negros que la apoyan; un pacto tan de la carne y de los huesos, tan salvaje, que incluso cuando el espacio de la Revolución ha servido lo mismo para propiciar adelantos justos que olvidos lamentables, el pacto se mantiene y es renovado. La renovación del pacto es seguir respondiendo a la convocatoria (tan descabellado fue el impulso democrático que la Revolución dio a la cuestión racial cubana), lo mismo en una votación del Poder Popular que esperando un ómnibus durante largas horas. La renovación del pacto es seguir aguardando y creyendo que este es el espacio donde la movilidad social va a ser posible y justa, a pesar de cualquier evidencia o dolor; no en vano mucho de “ser negro” está en la conexión que tenemos con dolores y evidencias anteriores, historias de frustración o desprecio donde el color de la piel, el ancho de una nariz o labios, el rizo en el cabello duro actúan como obstáculos poco menos que invencibles.

La mayor parte de las veces son hechos del pasado como la imagen de mi padre, que soñaba con ser esgrimista en la Marina de Guerra “de antes” y, por negro, se hubo de contentar con alzar pesas; él me contó, sólo una vez, de su tristeza al contemplar a través de los cristales a los esgrimistas -vestidos de blanco y blancos todos- en el salón de oficiales en el Mariel. Otras veces, sin embargo, se trata de sorpresas del presente como las veces en las que (en consultas médicas, por ejemplo, o llevando en el coche a nuestra hija) a mi esposa le preguntaban que si la estaba cuidando (mi esposa es de cabello rubio); o cuando a mi hija, sus compañeras de aula, le dicen que ella debe de ser adoptada. Ser negro es una acumulación que lo mismo incluye tales sorpresas humillantes como igual el elogio, humillante también, de quienes (tras de escucharme hablar con elocuencia) me han dicho que se les “olvida” o que no parezco negro; en el peor de los registros, todavía tengo que agregar a aquellos otros de los que –rabiosos por algún motivo- alguna vez escuché: “negro sucio”, “negro de mierda” “tenías que ser negros”, “si no la hacen al final, la hacen a la salida”. O incluso, hasta esos otros –que queriendo demostrar cuánto me distinguen, dicen: “no lo tomes contigo, porque tú eres distinto…”

Ser negro de la Revolución es pasar todo eso, y más, y seguir confiando y esperando, convencido de que –a pesar de sus innúmeros defectos- ningún otro proyecto de país ha sido (ni será) tan inclusivo con negros y –en general- con “muertos de hambre históricos”, negros y blancos, como éste. Pero ello incluye, además, la voluntad de mejorar este mundo, de criticarlo con la violencia del amor que entrega todo (nuestras vidas) y querer transformarlo y completarlo porque aquí van nuestros hijos; es decir, la larga línea de la euro/afro-descendencia.

V

(final)

Entre los textos que critican a Zurbano no son pocos los que manifiestan disgusto porque su artículo está orientado a resaltar una futura fecha problemática para la cuestión racial cubana: el año 2018, cuando definitivamente se retirará el actual presidente del país, Raúl Castro, y cuando presumiblemente quede establecido el fin de los liderazgos “históricos” en el país (entendiendo como “liderazgo histórico” el de aquellas figuras políticas que hicieron –desde antes de 1959- la Revolución. Para Zurbano resulta poco realista esperar que, para entonces, haya un presidente negro dada la “insuficiente conciencia racial” en la población, cosa esta que le ha traído acerbas críticas de quienes piensan que la agenda implícita del artículo es reclamar un Obama para Cuba; sin embargo, quienes así piensan carecen de la fineza necesaria para captar que el núcleo de la demanda es un orden utópico en el cual –sin que resulte traumático- pueda ser elegido el imaginario presidente negro del país. No al estilo norteño, donde de cada grupo racial son “salvadas” parcelas (la dura economía del capitalismo operando sobre lo que, hace ya mucho, Nicolás Guillén denominó “el camino de Harlem”), sino a la particular manera cubana donde (siguiendo el modelo martiano) la política no sólo se piensa “con todos y para el bien de todos”, sino en beneficio de aquello que también Guillén denominó el “color cubano”.

Es por ello que en el texto de Zurbano la posibilidad de un presidente negro pasa antes por un paso previo fundamental: alcanzar el estado de “conciencia racial” adecuado y para ello el paso primero es descolonizar el pensamiento en tanto sólo habría conciencia racial en tanto se renuncie a la significación identitaria de la división (al servicio de la dominación entre blancos, mulatos y negros). Por tal motivo es que centra su atención en el censo de la población y el mecanismo de su realización. En este punto, en un país donde las teorías del mestizaje fueron útiles para combatir el racismo (durante el período republicano, por ejemplo, con Ortiz), la verdadera pregunta dura para las ciencias sociales de hoy es si acaso hay un ángulo desde el cual la producción del mestizo inferioriza al negro; es decir, exactamente no continuar el tipo de lectura que privilegia Rodríguez Rivera (a propósito del vínculo cultural con Europa y lo europeo, considerados como “natural” y “normal”), sino raspar la realidad de las percepciones en blancos, mulatos y negros para encontrar lo contrario: el vínculo cultural con la otra ala, África y lo africano.

Según lo anterior las preguntas hay que hacerlas a eso que falta para poder realizar la ilusión; es decir, a lo que pueda significar esa “conciencia racial” (todavía “insuficiente”) de la que habla el artículo. La pregunta a realizar es por qué en un país como Cuba merece tal destaque, al punto de quedar revelado como el mecanismo central de lo político, ese medidor al que Zurbano denomina la “conciencia racial”. La única forma de responder a esto es suponiendo que tal grado de intensidad de la conciencia, que puede ser alcanzado (y, por tanto, enseñado) implica –más que un asunto de colores de piel- una puesta en claro de la relación histórica entre poseedor y desposeído, una relectura de las historias de la hegemonía, la subordinación  y la resistencia. Por tal motivo la única forma de que exista un presidente negro en un país de raíz esclavista no es triunfando en lo político (el caso Obama), sino trastornando las conciencias (todavía hoy la utopía cubana).

La radical diferencia entre ambos países brota de los caminos distintos de sus historias raciales que, en el caso estadounidense, enfilaron hacia aquello que Guillén denominó “el camino de Harlem” (lo cual incluye el desarrollo de una poderosa intelectualidad negra con estructura de gueto) mientras que del lado cubano la obsesión discursiva giró alrededor del mestizaje. De esta manera, mientras que cuando Obama es elegido presidente recibimos un efecto tardío de las luchas por los derechos civiles de los 60 en el pasado siglo, la no posibilidad de un hipotético futuro presidente negro cubano (en la visión de Zurbano) explica su sentido a partir de la insuficiencia de la conciencia racial, lo cual equivale a un vaciamiento en el sentido de las luchas cubanas por la igualdad.

Desde esta óptica importa menos la presidencia de la República que averiguar si la intensidad de las luchas por la igualdad ha disminuido en el país. Cualquier lógica, incluso aplicada en su mínimo, nos indica que eso que los críticos de Zurbano festejan (la multiplicación en fecha más o menos recientes de las intervenciones a propósito del racismo y la discriminación racial en las más diversas tribunas académicas) debe de obedecer, también, a algún tipo de carencia en la vida real; dicho de otro modo, a un aumento de la desigualdad por motivos de raza o de las tensiones entre los grupos y, sobre todo (y acaso lo peor) a las disminución de la intensidad en el carácter compartido de la preocupación y la vigilancia al respecto. De otra manera estaríamos aceptando que tales circuitos discursivos son espacios muertos, de mero hedonismo intelectual y sin  conexión con la vida.

VI

(el deseo)

Hace tiempo, mientras cruzábamos el Parque Central en dirección al Capitolio, Zurbano y yo fuimos requeridos por un policía para que presentásemos nuestros carnés de identidad; era alrededor de las siete de la noche y a nuestro alrededor, moviéndose en una u otra dirección, había centenares de personas. Después de que nuestros nombres fueron controlados y los carnés devueltos, no pude sino preguntar al policía que por qué nos había requerido; incómodo ante una pregunta que, a todas luces, no esperaba, el agente nos dijo que tenía el derecho de solicitar carnet a todo aquel que considerase sospechoso. “Pero, ¿sospechosos de qué? Lo único que usted ha visto es a dos negros con mochilas cruzando una calle en la que, a esta misma hora, hay centenares de personas… ¿por qué a nosotros?”. Le pedí al agente que me perdonara y le expliqué que me sentía incómodo porque la persona que me acompañaba era el vice-presidente de los escritores de todo el país y yo mismo había ganado en fecha reciente el premio más importante de poesía a que se podía aspirar en el país. El policía, mulato, nos dijo que él también había estudiado –en su caso la licenciatura en Derecho- y que entendía nuestra incomodidad, pero que también nosotros teníamos que entenderlo a él; que diariamente recibía, desde el walkie-talkie, la descripción de cien presuntos participantes de actos delictivos y que el 95% de los casos estas eran de negros. Al final los tres terminamos conversando que era una lástima que algo así ocurriera y nos despedimos.

Confieso que me agradó ese policía que había estudiado y que era parte de una cadena mucho más grande que nosotros, pequeños seres que coincidimos esa vez; pero no me calmó la vergüenza, sino que la sentí viviendo durante días en los que traté de acomodar lo sucedido y el dolor, como si me rompieran por dentro, de aquella cifra apabullante. Sobre todo, porque gracias al beneficio que brinda ser escritor (y eso a lo que llamamos “la cultura”) conseguí la suficiente calma y coherencia como para articular mi desagrado, ser escuchado y dialogar; pero es lo mismo entonces que puedo exigir para no ser molestado sin razón por autoridad alguna. Para obtener esto no necesito ser escritor, sino sólo trabajador y ciudadano. Y por eso, lo que quiero de quienes pretenden ser solidarios conmigo, no es que me defiendan con fórmulas librescas, sino que (como yo) no puedan dormir, que sientan que los queman y los parten por dentro. Lo mismo en un cuento como el que hice que cuando visiten un aula universitaria y descubran, si les llamase la atención, una sospechosa poca cantidad de negros o cuando les parezca que están sub-representados en el concierto de la orquesta sinfónica, o sobre-representados en el grupo de danza folklórica o entre los obreros de una obra de la construcción. Tenemos que aprender que tanto la ausencia de participación como el exceso de esta, la “sub” y la “sobre” representación son indicadores de que algo, en alguna parte, falla. Mientras no sea así, muchos gestos de supuesta solidaridad me parecen falsos, fríos, librescos, formulaicos, formales, ajenos todavía a la inmensa potencialidad transformadora de la Revolución en la que estamos.

VII

(un poco de poesía)

Qué manera de trabajar y trabajar y trabajar y trabajar.

Iban siendo erigidas las edificaciones e instituciones y una parte de la cabeza quería fugarse de todo aquello, enfilar selva adentro hasta donde hubiese –sin dentellada- un poco de paz y de sombra.

Pero la otra, doscientos años por delante, soñaba y veía a los descendientes entrando, sonrientes, a todas partes.

Abuelo, bisabuelo tatarabuelo –y aún más lejos y profundo en el tiempo- hablaba y decía: “muchacho, todo esto lo armé para que lo uses”.

Por eso cuanto hoy rodea es mío y lucho para que lo sea.

Por eso soy más que cualquier amargura que pueda filtrarse: tremenda alegría, tremendo trono.

Revolución: el espacio de toda la libertad posible, siempre por construir.

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Gerardo Moyá Noguera*.- El invicto comandante Fidel Castro a su llegada a Caracas, el 23 de  enero habló a los ciudadanos congregados en la plaza aérea "El silencio" y nos dejó estás palabras: "n...
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